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José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 5 de febrero 2021, 00:49
Los museos privados son, en ocasiones, muestras de poder. En otros, emblema de prosperidad. Y en otros, contribuciones a la cultura, propiciadas por mecenas ... para quienes una sonrisa, un conocimiento adherido a la piel del visitante o un recuerdo feliz tienen un valor incalculable. Este es el caso del doctor Carlos Ballesta, propietario del Carmen de Abén Humeya –referencia de sonrisas de madrugada para muchos– y que en su interior alberga la colección de arte y objetos históricos que constituye el nuevo tesoro escondido –por poco tiempo– del barrio del Albaicín. Más de 250 piezas datadas entre la época ibérica y el siglo XVIII se exponen como testimonio de una pasión por la cultura que, como afirma Ballesta, «es el mayor bien que podemos dejar a los jóvenes». Nacido en Canarias, pero con toda una vida ligada a Granada, Ballesta es uno de los pioneros españoles en cirugía laparoscópica.
El doctor adquirió el carmen donde ahora se encuentra su fundación y reconstruyó la casa, que estaba en franco deterioro. «Solo se puede amar lo que se conoce», es su máxima para mostrar una colección de arte variopinta, pero que entronca con el pasado del barrio desde sus propios cimientos, ya que parte de la muralla de la primitiva alcazaba Qadima se encuentra insertada en el interior de su sede: «El público viene al barrio, se pasea por sus calles, va al Mirador de San Nicolás para ver la Alhambra, y poco más. Con este museo queremos que los turistas conozcan la historia del terreno que pisan».
Desde el pasado mes de noviembre, el gestor cultural José Vallejo es el gerente de la Fundación, cuyo objeto básico es «fomentar y promover todo tipo de acciones culturales y de cooperación para el desarrollo entre el Estado Español y los países árabes, los países de la cuenca mediterránea, los hispanoamericanos y cualesquiera que fuese destino de los moriscos expulsados del reino de Granada entre los siglos XVI y XVII».
La colección es muy heterogénea, pero tiene el valor de lo único, ya que es fruto, como el propio doctor Ballesta recuerda, «de negociaciones arduas, de renuncias a vacaciones por comprar una pieza, incluso de pedir prestado dinero para comprar alguna en un viaje de trabajo a Sicilia». Con sucesos aparentemente pequeños se escribe, pues, la historia de este empeño que con el paso del tiempo se fue enfocando hacia la cultura mudéjar y, específicamente, morisca, para abarcar documentación, mobiliario, textiles, arqueología, arte, bibliofilia, artesanías y la pieza más importante, el propio edificio, una casa morisca que alberga una selección de piezas que pretenden contar la cultura de ese grupo étnico que durante más de un siglo –en el caso del reino de Granada, más en el resto de España– fueron el sustento económico, artístico y laboral del país y que fueron desplazados masivamente a comienzos del siglo XVII.
Nueve son los ámbitos en que se divide el museo: patio, sala documental sobre el reino de Granada, sala de las religiones, sala Albaicín, galería cartográfica, sala de Carlos V y la Universidad de Granada, escalera, sala de la mujer y exteriores. En el patio, reciben al visitante dos grandes retratos de época, que representan al cardenal Cisneros y al duque de Lerma, artífices con sus acciones de la expulsión de los moriscos, rodeados de primorosas obras de taracea granadina, aragonesa y siciliana. Por su parte, la Sala del Reino de Granada recoge una pequeña fracción del fondo documental de Ballesta, relacionado con el reino granadino desde antes de su incorporación al reino de Castilla en 1492.
La Sala de Religiones comienza en realidad en el propio patio con un espacio dedicado a los rituales funerarios y mediante la exposición de unas antiguas puertas de mezquita magrebíes que dan acceso a una interesante sala cubierta por un alfarje de madera labrada. En ella se encuentra una de las piezas más apreciadas por el gerente, José Vallejo, un Niño Jesús de José Risueño, con una factura impecable. La Sala Albaicín pretende visualizar el pasado histórico y arqueológico del barrio en el que se asienta la edificación, desde sus orígenes ibéricos hasta su periodo medieval, con piezas de todos los periodos. La galería cartográfica recoge una serie de planos editados en el siglo XVII que ilustran el Mediterráneo, el reino de Granada, el imperio turco y los lugares de recepción de los moriscos expulsados de España en 1610 y sucesivos años. En las escaleras destaca una magnífica dalmática de seda bordada en oro del siglo XVI realizada en algún taller de tradición nazarí, «sin imágenes para no herir la sensibilidad de los recién bautizados», como recuerda Vallejo. Finalmente, en la Sala de la Mujer destaca un rico ajuar nupcial (textil y joyería), unos chapines gótico–mudéjares castellanos y otros venecianos del siglo XI, dos arquetas de taracea de marfil y hueso de Venecia y Sicilia (símbolo de las relaciones comerciales del reino nazarí con las ciudades italianas), cerámicas de Manises y textil morisco del siglo XVI.
La Fundación Carlos Ballesta estará muy pronto abierta para el disfrute de todos los granadinos, y se convertirá en foco de actividad cultural, con conciertos y conferencias, y en un ámbito abierto para un buen número de investigadores, que podrán bucear en la historia de los moriscos.
Bruce Alonso de Borbón-Condé (1913-1992), es el paradigma de personaje de novela del siglo XX. Militar norteamericano, se convirtió al Islam por su amistad con el príncipe de Yemen, Muhammad al-Badr. Expulsado del país, acabó creando la oficina postal del emirato de Sharjah, y luego volvió a Yemen para participar en una guerra civil, haciéndose llamar Abderramán de Borbón. Buscando las huellas de sus antepasados –decía descender de Abén Humeya– fue uno de los propietarios anteriores de la casa, y dejó su impronta en el edificio.
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