Ana Moreno Dávila retrata en directo el atardecer de San Nicolás en una performance
La artista granadina, residente en Barcelona, ha querido hacer un homenaje a su ciudad tras exponer en la galería Ágora de Nueva York
La granadina Ana Moreno Dávila Ponce de León afirma que nació para el arte, y que sin él no podría respirar. Alumna de artistas como ... Jesús Conde, egresada de la Facultad de Bellas Artes de la UGR, se instaló en Barcelona a finales del siglo XX con el objetivo de abrirse camino. Y lo consiguió. Tras pasar unos años al frente de la galería y estudio de arte Julio Ramos Vicedo, comenzó a hacerse un hueco en el mercado con una actividad tan paralela como curiosa: por un lado, en la rehabilitación artística de viviendas, a las que dota de su toque personal, y por otro, en su propia obra, habiéndose hecho un hueco en el ambiente artístico barcelonés, en el que cuenta con decenas de clientes fijos.
Madre de tres hijos –Olivia, Agustín y Ana–, también probó el acíbar de la vida tras un episodio de malos tratos, que quedo atrás, pero no en el olvido. «El sentirse nada es la peor sensación que una persona puede vivir», afirma sin atisbo de duda. Entretanto, el apoyo de su familia, de sus padres, le siguió empujando a crear. Y llegaron los premios: de la Fundación Rodríguez-Acosta, de la Real Academia de Bellas Artes, varios concursos en la capital catalana... Sin perder de vista nunca su ciudad de origen, Ana Moreno Dávila supo abrirse al mundo, con estancias en Inglaterra y otros países europeos.
Ayer, a las ocho y media de la tarde, el sol se afanaba por esconderse, como todos los días, tras la Sierra de Loja. A pesar de la calima provocada por el pegajoso viento africano, se dirigía presuroso a su lugar de descanso, cambiando de paso los tonos del rojo de la Alhambra, observados con delectación por más de un centenar de personas en el Mirador de San Nicolás. Pero Ana Moreno Dávila era más rápida. Su mano experta trazaba en unos minutos el camino de la luz, del rojo fuerte al apagado, pasando por los múltiples tonos intermedios.
La performance se llamaba 'La vida es un carrete sin retorno', y estaba enmarcada por tiras de celuloide de carretes antiguos de su padre, Gonzalo. Sobre los expositores donde se previsualizaban los negativos cuando los recuerdos se escribían a lápiz, fueron creciendo imágenes a veces rematadas en papel dorado. Decenas de curiosos se veían atraídos por el viento de la vida, presente en el vaivén de los recuerdos de celuloide. Vendió algunos de estos momentos pintados al poco rato, aunque el objetivo de la acción plástica era más reivindicar su arte que su precio. La vida se abre paso entre las manos de Ana. «Quisieron callarme, secarme, pero no pudieron», dijo ayer. La vida, como el sol, se abre paso siempre.
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