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Tiene el arte contemporáneo el don de la sugerencia tanto como el de la excitación. La muestra 'Andalucía Perpetuum Mobile' tiene algo de teatral. Quizá por ello se abre con un telón de Miki Leal, el cual, en su aparente dejadez, condensa ese espíritu de búsqueda que es consustancial al arte contemporáneo. Tras esa entrada al teatro de la vida, son dos poemas los que separan el primer segmento del segundo y el tercero. El primero, de Borges, dedicado a Granada tras su visita a la Alhambra en 1976 y escrito desde la imposibilidad de su visión real: «Grata la voz del agua/ a quien abrumaron negras arenas, / grato a la mano cóncava/ el mármol circular de la columna,/ gratos los finos laberintos del agua/ entre los limoneros,/ grata la música del zéjel,/ grato el amor y grata la plegaria/ dirigida a un Dios que está solo,/ grato el jazmín».
Aquí cabe la visión idílica de Tiscamanita, la población de Fuerteventura donde Patricio Cabrera vuelca su peculiar dominio de los espacios; un paisaje que obsesiona a Santiago Ydáñez, situado entre Guadahortuna y Huelma; una pieza muy orgánica de José Piñar, a medio camino entre el gazebo romántico y un espacio procedente de lo onírico; Juan Francisco Casas deja las 'pin ups' para hacer una ofrenda floral a su progenitora, con una paleta distinta a la suya habitual...
El nivel de los autores que exponen hace que la mayoría de ellos tengan el cinco en el primer guarismo de su edad. Pero también hay guiños a artistas cuyo primer guarismo es el tres. No hay edadismo, ni madurismo ni gerontocracia. Hay arte, simplemente. Ese mismo que Lorca predica y que forma parte del misterio de la existencia: Sobre el tablado oscuro, / La Parrala sostiene / Una conversación con la muerte./ La llama,/ no viene,/ y la vuelven a llamar./ Las gentes/ aspiran a sollozos./Y en los espejos verdes, /largas colas de seda / Se mueven».
Ciertamente, el tormento de la creación produce belleza, pero también monstruos. Poner en concierto preferencias y egos no ha sido una tarea fácil. Y se percibe en el tono general de la muestra, donde se detecta un aroma casi de competición, no instigado, según propia confesión, por el comisario. Ello da lugar a una reivindicación de cada historia propia. Carlos Aires, una de las sensaciones de ARCO este año, propone una galería de 'ilustres' con sus rostros esmaltados, en retratos sacados del archivo de ABC, y con un guiño local a la figura del Falla de los billetes de 20 duros. Hay referencias a encuentros que quizá sólo fueron espejismos, en una 'Marienbad' de conexión cinematográfica, retratada por una Julia Santa Olalla en plena madurez. Hay azulejos portugueses a dúo que llevan la firma de Soledad Sevilla. Hay santos y hay pecadores. Esto es el arte.
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