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Relatos de verano
La mano de BraulioJuan Antonio de Urda Anguita
Martes, 15 de agosto 2023, 23:44
Villanueva dormía apaciblemente la noche en que el doctor Revuelta entró en el pueblo a lomos de una mula agotada. Nadie lo vio llegar, ni ... contempló cómo se instalaba en el granero abandonado del difunto Ecilio.
A la mañana siguiente, el cartel de madera ya les anunciaba que el doctor Jaime Revuelta atendería a los enfermos en su consulta a partir de las diez. Lo que más sorpresa causó en la población era que decía ser experto en «males incurables».
Cuando los primeros habitantes de Villanueva traspasaron el umbral del granero, comprobaron que se había transformado en una consulta desvencijada y oscura, pero limpia como ninguna casa del pueblo. El alcalde, como representante emérito de la población, dio la bienvenida al médico y se felicitó porque su llegada terminaba con las peregrinaciones a la villa de Apóstoles en busca de asistencia sanitaria. El doctor fue formalmente invitado a las viviendas más notables del pueblo para comer, cenar o tomar un té, que no todos manifestaron idéntica voluntad de agasajar al recién llegado. Prometió acudir a todas ellas.
Las primeras sospechas circularon por las calles polvorientas de Villanueva al segundo día de consulta del doctor. En cuanto los lugareños tuvieron ocasión de contrastar sus opiniones, mostraron unanimidad (situación nunca antes vivida) sobre su falta de material y utensilios apropiados y sus métodos poco ortodoxos. Que con frecuencia no ordenara tomar píldoras ni aplicar ungüentos ya era grave, pero que curara muchas dolencias charlando con los pacientes con su voz firme y clara era digno de recelo.
La señora Luisa, confiada en el anuncio sobre los males incurables, acudió al granero en busca de un remedio para su insistente dolor de cabeza, que había durado ya diecisiete irritantes años sin remitir ni un día. Dos visitas bastaron para hacerlo intermitente y tres más para su desaparición. Nadie en el pueblo pudo dar su aprobación a hecho tan dudoso.
Elisa seguía esperando sin fruto, tras cinco años de convivencia matrimonial, quedarse embarazada y, alentada por el ejemplo de su vecina, desafió los rumores y recorrió (de noche y en silencio) las dos calles que separaban su casa del viejo granero. Un mes y medio más tarde tenía motivos para sospechar que su primer hijo andaba de camino. Todas las lenguas del pueblo tenían una teoría al respecto, y casi todas recordaban que el doctor estaba solo y sin mujer conocida.
Para entonces, el doctor había mostrado imprudentes desacuerdos con las autoridades civiles, militares y paramilitares del lugar, y había desairado invitaciones socialmente vitales. Los habitantes de Villanueva volvieron a hacer el camino hasta Apóstoles cada vez que sentían una dolencia.
Todo terminó cuando Braulio anunció a sus familiares que iba a visitar al doctor Revuelta, entre las burlas y los desprecios de aquellos. Braulio había perdido su brazo derecho en un accidente cinco años antes, pero nunca se había resignado del todo. En unas semanas, Braulio apareció en el bar del pueblo anunciando que ya manejaba su brazo nuevo. Él decía que todavía no era un miembro hábil y que el picor era molesto, pero que sería cuestión de tiempo. Como todos los que se congregaron a su alrededor seguían viendo el muñón deforme de su antebrazo, lo tomaron por loco. Sólo cuando contemplaron cómo tomaba con vacilante pulso un vaso de vino y se lo llevaba a la boca con una mano derecha que ellos no podían ver, lo tomaron en serio.
Aquello fue demasiado. El rumor recorrió el pueblo en unos minutos. Acudieron en tropel al granero, despertaron al doctor, lo golpearon, destruyeron su escaso instrumental, quemaron el granero y obligaron a Jaime Revuelta a salir inmediatamente del pueblo sobre su mula parda.
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