Las recomendaciones literarias de la semana
Análisis semanal de las novedades literarias
Coordinan: Remedios Sánchez y Francisco Morales Lomas
Sábado, 13 de abril 2024, 00:42
El peso de las mantas
Por Gerardo Rodríguez Salas
Con una prosa ágil, Choin combina la Historia de España y parte de Europa de los años treinta y cuarenta del ... siglo XX con el devenir de una pareja y del resto de los personajes del libro en su intento particular por escapar del peso de las mantas bajo las que duermen cada noche. La sublevación de Jaca de diciembre de 1930 es el punto de partida que permite a la autora indagar en la contradictoria naturaleza humana y la arbitrariedad de patriotismos trasnochados. La tensión entre las dos Españas aparece reflejada en los personajes de Antonio, definido en la obra como un «republicano romántico», y don Benito, el cura granadino que defiende los postulados de la Iglesia de aquella época. A través del personaje de Eloísa –una mujer rebelde y adelantada a su tiempo, autodidacta y política, percibida como una amenaza para el resto de mujeres del pueblo– la narración muestra las miserias derivadas del conflicto, encontrando en la música –el clarinete de Antonio y la banda del pueblo– un discurso alternativo a la violencia de la guerra que trajo la dictadura. El viaje de los personajes a través del tiempo y del espacio es también un viaje interior de aprendizaje y reconciliación.
Cajón de sastre
Por Miguel Arnas Coronado
Eduardo Castro es un periodista de prestigio y maestría. También es poeta. De toda la vida. En este libro publica unos cuantos poemas, más algunos aforismos y otros microrrelatos y textos de diversa laya. Honor al título, claro.
Pero es un sastre–desastre con mucho humor y capacidad de brinco. Salto en homenaje a amigos, romances y gritos libres, líricas y coyunturas, sonetos estrambóticos, salivazos anti casposos e injustos, juegos, greguerismos, recuerdos familiares, de trabajo y de parranda, y aun un cuento reivindicante y otro erotizante. Más que cajón, cajonera donde cabe lo que a bien tenga su autor.
Caterina
Por Fernando Barea
Si grande es el misterio que rodea algunos aspectos de la vida de Leonardo da Vinci, no lo es menos el que rodea a sus progenitores. Esta excelente novela nos aproxima a la historia de su madre, Caterina. La pluma que la cuenta es la del estudioso del Renacimiento Carlo Vecce, en la que es su ópera prima en el terreno de la ficción. Vecce utiliza la historia de Caterina como una excusa para pintar un fresco –en los que Leonardo alcanzó la perfección– de una Italia que entonces no era tal, donde cualquier vaivén político tenía consecuencias insospechadas. Abre, en definitiva, la puerta hacia un tiempo que no deja de atraernos.
Un pájaro bajo la cama. Historias médicas en Nueva York
Por Juan Peregrina Martín
Qué bien reconstruido el mundo de la medicina, las enfermedades y las terapias en este libro de experiencias personales de Nuria Mendoza que publica Víctor Gomollón en Jekyll & Jill. Experiencias personales tratadas con la literatura, podríamos decir, de la delicadeza y la compasión.
Uno de los mayores contrastes del libro es la humanidad y empatía de profesionales del ámbito nombrado y la falta de ellos, que todo está repartido en Nueva York, USA, como en cualquier parte del mundo: y aquí, la narradora, A.K.A. Nuria Mendoza, A.K.A. la intérprete o la escritora, recurre a ciertas herramientas como las elipsis, la técnica del diálogo y el estilo directo puro o la metaliteratura, y nos habla de su función como intérprete desde las palabras y con las palabras que utiliza para contarnos lo que mismamente nos está contando. Un recurso ingenioso que no se detiene ahí, en mera herramienta, sino que sirve muy largamente –a lo largo de todo el libro– para recordarnos ciertas cosas más allá de polémicas médicas, seguros privados —ahora tan en boga por algunas opciones políticas a quienes lo privado les alimenta— y decesos por enfermedades incurables.
Nuria Mendoza nos refresca la memoria sobre el uso del lenguaje, de las palabras y como uno de esos libros de, por ejemplo, Irene Vallejo –'El infinito en un junco'–, o Patricia Esteban Erlés –pienso en 'Fondo de armario'– sirven para algo más que para contarnos la historia, las historias, que nos está relatando su autora: el idioma nos ayuda a decir y nombrar cosas, personas, situaciones y lugares.
Hay que nombrar a las mujeres, como a las personas trans, como a las niñas violadas, como las víctimas de la trata de personas, como las enfermedades más destructivas: y para eso, nos gusta más o menos, existe el lenguaje: porque nombrar es conocer, y conocer es saber algo más de lo nombrado, su nombre, sus características, sus males y bondades, para, de esa manera tan sencilla —y difícil a la vez para algunas personas— no invisibilizar y ver. Cuando vemos y conocemos y nombramos, entonces sí, podemos perder el miedo. Y al perder el miedo, los prejuicios se resquebrajan como espejo sometido a caricia de piedras. Las piedras son las palabras: pueden dañar, pero también abrir caminos. Al menos, pueden hacer que nos enfrentemos a miedos o desesperanzas.
Todo esto lo sabe Nuria Mendoza, por supuesto: solo me limito a nombrar bellezas, delicadas perlas que consigue en sus relatos, ficticios o no, preñados de esperanza.
Los lugares comunes
Por José Abad
De las varias acepciones que proporciona el Diccionario de la Real Academia de la Lengua nos interesan las dos primeras: común (Del latín commūnis) adj. 1. Dicho de una cosa: Que, no siendo privativa de nadie, pertenece o se extiende a varios; y 2. Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte. Pues bien, en su más reciente poemario, Virgilio Cara Valero ha dispuesto convertir en 'lugares comunes' una serie de tópicos literarios, admitidos por todos o por una gran mayoría, que poco a poco han adquirido la firmeza y el lustre del mármol; éstos son: la insoportable brevedad de todo, el 'locus amoenus', el mundo al revés, la nobleza de carácter (o de espíritu), la vida como teatro, las ruinas del pasado, el beatus ille, el tempus fugit, la descriptio puellae, el amor más allá de la muerte y, por último, la espinosa cuestión de la identidad; una sección que se abre con una cita de Antonio Praena: «Si los dioses existen, ¿cómo no ser uno de ellos?». La aspiración a la eternidad, tan tenaz como antigua, eterna a su vez.
En 'Seis propuestas para el próximo milenio', Italo Calvino advertía que, a pesar de ser hija suya, «la poesía es la gran enemiga del azar». Nada se deja al azar en Los lugares comunes (Alhulia), un libro de sólida construcción, muy cuidado en los detalles, que transmite la serenidad de una madurez obtenida a pulso, harto necesarias –la serenidad, la madurez– en estos tiempos desnortados en que vivimos. En sus versos, el poeta indaga en esos tesoros comunes con que llenamos el baúl de la existencia: el amor, la amistad y el culto o cultivo de la literatura. También el viaje, los viajes, que siempre deberían hacerse en buena compañía.
El poeta atrapa en el paisaje ese instante susceptible de transformarse en idea y lo estampa a versos tan sencillos como rotundos; en 'El compromiso' leemos: «tanto es el horizonte y tanto el cielo». Algunas piezas me han llegado muy adentro, lo confieso. En 'Bravo Oeste' se habla de «la infatigable / entrega a la lectura / de las clásicas series de Bruguera, / cuyas novelas breves se vendían / en la pequeña tienda de la esquina». Estos versos me revelan a un autor con una misma o parecida educación sentimental a la mía. Y le digo desde aquí: Que otros presuman de haber aprendido sus primeras letras en los versos de Luis de Góngora y Argote, nosotros lo hicimos con las novelas de Keith Luger y Silver Kane. Estas cosas marcan. He hablado con Virgilio Cara a propósito y coincidimos en un punto: las de Marcial Lafuente Estefanía nos gustaban mucho menos. Estas cosas unen.
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