A pesar del sol
IDEAL recupera una tradición periodística y publica una novela por entregas con un estreno de capítulo cada día del mes de agosto
El hombre estaba dormido, con la boca abierta. Mario podía ver el sarro en sus dientes. La piel, fina y tirante, le recubría la cara ... como una máscara. Apenas tenía pelo en el cráneo, que le encanecía las sienes, y Mario pensó en un pájaro de cuello alargado. Los ojos se le movían bajo los párpados frenéticamente. Nadie lo acompañaba en la habitación. Se recuperaba de una operación en la que le habían extirpado un tumor en el colon. El hombre tenía setenta y cuatro años. ¿Lo habían abandonado? Se acercó a tomarle el pulso. Pensó en lo que le había dicho la enfermera, pero no tenía ninguna marca visible en el cuello. Mario se rio silenciosamente, pero el hombre, como si hubiera percibido su presencia, abrió los ojos y lo miró.
- ¿Ha venido a terminar el trabajo de su compañera?
- Sólo estoy comprobando que está usted bien. ¿Qué trabajo es ese?
- El de chupar la sangre a los enfermos que no pueden defenderse.
- Aquí no le chupamos la sangre a nadie –dijo Mario-, esto es un hospital, no Hacienda –bromeó.
- Claro, ríase. Como a usted no le han mordido…
- ¿Mordido? ¿Quién?
- La doctora que viene a verme a la habitación por la noche.
- No hay ninguna doctora de guardia por las noches –contestó Mario.
- Cree que estoy loco, ¿no? –dijo el hombre con una risa histérica.
- La anestesia puede provocar pesadillas. Verá como en unos días se encontrará mucho mejor.
- ¿La anestesia? –los ojos del hombre se abrieron como platos, la cara deformada por el terror, y se levantó de la cama como un resorte, señalado el techo, a la espalda de Mario-. ¿Y por qué está mirándome esa mujer ahora mismo?
- ¿Qué mujer…?
Mario no tuvo tiempo de darse la vuelta. Sonia cayó sobre él, aferrándose a su cuello.
- Es el hombre de la 505. Le ha dado un infarto –Verónica hablaba con Ana en el pasillo. Había hecho una ronda por la planta, después de echar en falta a Mario. El hombre estaba en la cama, con la boca y los ojos muy abiertos, las manos rígidas y crispadas sobre el pecho.
- ¿Y Mario?
- No lo encuentro por ninguna parte.
No muy lejos de allí, en un almacén de la cuarta planta, Mario, con un resto de conciencia, pensaba que por fin sus deseos coincidían con la realidad. Esta doctora era increíble. Daría hasta la última gota de sangre para permanecer abrazado a ella.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión