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Javier Sierra posa en su despacho con las golosinas que utiliza de «combustible». Óscar Chamorro
El dulce secreto de un superventas
La semana de Javier Sierra

El dulce secreto de un superventas

El escritor aprovecha las horas matinales de silencio para sumergirse en su siguiente novela. Sobre su mesa, un bote de dos kilos de gominolas. Pero no contaba con sus hijos y un 'Expediente X'...

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Domingo, 4 de octubre 2020, 00:31

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Javier Sierra (Teruel, 49 años), premio Planeta 2017 con 'El fuego invisible' y más de cinco millones de ejemplares vendidos en 45 países, aprovecha que sus hijos ya van al colegio para meterse de lleno en su nueva novela, un relato nutrido de enigmas que la pandemia congeló.

Lunes

09.30 horas. El verdadero inicio del año es el primer día del curso escolar. Los niños estrenan cartera, libros y estuche -este año también ordenador y conexión a internet, por si las cosas se tuercen con la Covid-, y a mí me regalan unas horas matinales de silencio en casa que he decidido aprovechar. A principio del verano di a imprenta mi novela 'El mensaje de Pandora', y ahora toca empezar a ordenar las notas del siguiente proyecto. Uno que quedó truncado por la pandemia. He apilado todo lo necesario sobre la mesa: dos cuadernos de folios blancos con espiral, un surtido de post-its de colores, diez libros sobre arte que quiero revisar y un bote de dos kilos de gominolas, combustible imprescindible para las horas que vienen.

16.30 horas. No me he dado cuenta del paso del tiempo. Cuando miro el reloj se me ha escapado la hora del almuerzo y la del telediario. Eva, mi mujer, tan discreta como siempre, ha trasteado por casa con un sigilo conventual y no me ha llamado a la mesa. Sabe que mi momento de mantel y charla es la cena, con los niños. Martín, el mayor (13), anda preparando una conferencia para un congreso en Barcelona en el que yo voy a participar y que no sé si la pandemia dejará celebrar. No importa. Sofía (12) ha regresado de las clases con cara de querer contármelo todo. Ha llegado el tiempo de abandonar mi campo de batalla y entrar en el suyo.

17.30 horas. La pantalla del móvil se ilumina. Es Raquel Gisbert, mi editora en Planeta. Quiere introducir en 'el canal' (como ella llama a las librerías y grandes superficies) algún elemento vinculado a mi última novela que pueda ayudar a visibilizarla. Llevo años encantado con esos retos y le prometo pensarlo.

Martes

11.00 horas. En mitad de mi segunda sesión de trabajo con el nuevo libro me doy cuenta de que no tengo música que me acompañe. Cuando me pongo a rebuscar en iTunes algo nuevo -siempre tengo la esperanza de algún Pink Floyd, Alan Parsons o Vangelis que nunca llegan- me acuerdo de que mañana tengo mi intervención semanal en el programa de Carlos Herrera en COPE y no he elegido el tema de la charla. Aparco las gominolas y doy un repaso rápido a las noticias de los últimos días.

13.45 horas. Hay demasiada información sobre la Covid y las vacunas en las páginas de ciencia. Casi no dejan hueco a los últimos descubrimientos astronómicos o arqueológicos, que son los que más me interesan. Aún así, he encontrado un tema sobre excavaciones en Grecia.

17.00 horas. Imposible quitarme Grecia de la cabeza. Esa cultura me ha ido atrapando poco a poco en los últimos años: los oráculos se han convertido en obsesión. No me resisto a repasar 'Fidelidad a Grecia', que acaba de publicar Emilio Lledó. Sé que se me ha ido el santo (o las musas) al cielo… pero es un viaje dulce.

Miércoles

11.45 horas. Llevo meses sin pisar el estudio de COPE por culpa de la Covid. Me conecto con la emisora a través de una aplicación del iPhone que da un sonido impecable, pero que te roba la experiencia de ver la cara a mis compañeros de radio. Hay algo triste en ello. La tecnología nos permite mantenernos conectados pero nos hurta la emoción del encuentro. Pienso que todo pasará… y les hablo de Grecia.

12.30 horas. Me acerco a la oficina de Correos. Tengo un apartado allí que abro con esperanza dos veces por semana. Suelo recibir libros y cartas de lectores que me regalan horas de emoción.

20.30 horas. Durante el verano, Martín y Sofía me pidieron ver conmigo los mejores capítulos de la serie 'Expediente X', entre ellos 'Tooms', la historia de un criminal que se colaba en las casas de sus víctimas elongando su cuerpo a través de los conductos del aire acondicionado. Y mis hijos, que sabían que en 'otra vida' fui presidente del Club de Amigos de esa serie, me exigen explicaciones. Escondo mis gominolas para que no me dejen sin combustible, pero en un parón me levanto a enviarle un email a Raquel Gisbert con una propuesta para 'el canal'… y las descubren.

Jueves

10.00 horas. ¡Empiezo a escribir! No es nada serio aún. Tengo la pared contra la que se apoya mi mesa llena de fotos, mapas, cuadros e imanes de museos de arte. Cada elemento esconde un matiz, un detalle que quiero incorporar en mi relato.

18.45 horas. Dejo reposar los primeros cinco folios de mi próximo trabajo. No es mucho. Ni siquiera sé si sobrevivirán a la lectura que haré mañana temprano. Aún tardaré algunas semanas en atreverme a enviárselos a Juan Eslava Galán o a David Zurdo, dos amigos y grandes escritores con los que comparto páginas primerizas y que ellos diseccionan con criterio despiadado, pero también con cariño infinito.

20.30 horas. He quedado a cenar con Clara Tahoces. Nos conocimos hace 30 años, cuando llegué a Madrid para estudiar Periodismo. Nos veíamos en reuniones de interesados en parapsicología que acababan a las mil y una en un VIPS. Desde entonces repetimos ahí y recordamos viejos tiempos.

Viernes

09.30 horas. Los niños me lo han dejado claro al entrar al colegio: este fin de semana toca escaparse a algún rincón «con historias». Les he propuesto El Escorial, donde su madre y yo empezamos a salir, y donde pergeñé dos de mis novelas, 'La dama azul' y 'El maestro del Prado'. Será una buena oportunidad para hablarles de la leyenda del perro negro que aullaba en tiempos de Felipe II para avisar de que allí estaba una de las puertas del infierno. Sonrío para mis adentros con el plan.

13.30 horas. El bote de gominolas está ya por la mitad. Le echo la culpa a 'Expediente X' pero lo alejo de mí pensando que tanto azúcar no debe ser bueno… O sí. Las páginas de ayer han sobrevivido e incluso han crecido. La historia toma forma. Y, animado, me doy un respiro: busco tres nombres de amigos en la agenda del teléfono y los llamo. En tiempos de pandemia hay que hablarse como nunca. La palabra es el mejor premio del escritor, hablada o escrita da igual.

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