«Lapido ha construido un universo tan propio y tan poderoso como una saga literaria»

–¿Por qué Lapido?

–Lapido es una de las figuras más respetadas del rock nacional, pero sigo creyendo que nunca se le reivindica lo suficiente. Cuarenta años de oficio con semejante repertorio merecían un libro para entender mejor al autor y a su obra, y quería conectar ambas cosas. Aquí, la justicia poética funciona en dos direcciones: por un lado, buscaba sumergirme con él en su maravilloso universo creativo; por otro, he intentado devolver a esas canciones lo mucho que me han dado.

–Tiene fama de poco hablador, pero se ha soltado ¡260 páginas!

–Al final del libro le hago una pregunta parecida, sobre cómo se ha dejado convencer para hacer un libro entero de entrevistas, porque él es más amigo de la reflexión y la pausa que de la exposición y el atropello. Él dice que soy muy persuasiva; yo añado que él es un gran conversador. Un hombre culto, lúcido y con un gran sentido del humor. El clima y la complicidad hicieron el resto.

–Usted es admiradora del autor granadino. ¿La subjetividad le ha ayudado en el empeño?

–Para escribir siempre me ayuda conocer y disfrutar la obra que tengo delante, y más en el caso de un libro, que es un proyecto en el que se invierten mucho trabajo, mucho tiempo y mucho cariño. La literatura musical es un acto de amor a las canciones, al menos en mi caso. Gracias a eso también puedo ponerme en la piel de las personas que lo van a leer, y saber qué cosas les pueden interesar. Este es un libro que a mí, desde fuera, me hubiera encantado leer, y que he disfrutado mucho escribiendo.

–¿Qué secreto ha descubierto que explique que sus seguidores, más que fans al uso, sean fieles militantes, casi devotos feligreses?

–Lo de poeta eléctrico, desde la pandemia, ya se le queda corto: es un profeta eléctrico. José Ignacio Lapido escribe con escalpelo y sus versos son mucho más luminosos de lo que, a priori, pueden parecer. Disco a disco, ha construido un universo tan propio y tan poderoso como una saga literaria. Que aúne música y literatura en canciones de tres minutos, de una forma tan magistral y equilibrada, crea adicción. Existe un verso de Lapido para cada instante de la vida.

–De 091 se escribió que, en su primera vida, fue un ejemplo de superación ante las insistentes frustraciones que jalonaron sucesivamente su trayectoria. Pero parece que el tiempo pone a cada uno en su lugar ¿lo siente así?

–Estuve repasando minuciosamente los artículos de prensa de la primera etapa de 091 y encontré en muchos de ellos una frase muy recurrente: «Solo les falta suerte». También se les tachaba de malditos, quizá porque no se entendía que con su talento no acabaran de explotar comercialmente. En 2016, cuando hicieron su exitosa gira de regreso, muchos creímos en la justicia poética. A 091 les llegó su momento veinte años tarde, pero al menos les llegó. El problema es que no siempre se obra el milagro de forma tan taxativa. Si el talento, la paciencia y el tiempo jugasen siempre a favor de obra, Lapido en solitario también estaría haciendo giras largas y multitudinarias.

–¿Qué etapa prefiere, la juvenil de 091 o la de maduro cantautor eléctrico en solitario?

–Descubrí musicalmente a Lapido con el disco 'En otro tiempo, en otro lugar', casi por accidente, porque en ese momento trabajaba haciendo un programa musical y el disco cayó en mis manos. Desde entonces he disfrutado de su carrera solista disco a disco a tiempo real, y eso deja huella, aunque también he devorado los discos de 091. Los dos proyectos son brillantes y complementarios. Como ahora los combina, por suerte no hay que renunciar a ninguno de las dos.

–Su música requiere tiempo y reposo para ir soltando sus esencias. En el mundo actual de autotune, oír 10 segundos, usar y tirar, ¿hay sitio para el calado de autores como él?

–Creo que un proyecto como el de Lapido no está dirigido al público masivo, porque las preferencias estilísticas en lo comercial, efectivamente, van por otros derroteros. Pero Lapido es un hombre del siglo XX, clásico y quijotesco, empeñado en crear canciones sin someterse a las presiones mercantiles, y haciendo las cosas a su modo ha alumbrado una obra fascinante, original e imperecedera. Me imagino que no hay mejor recompensa que ser fiel a tus ideas y crear de forma tan libre como él lo hace. Que su obra cala es un hecho: ya hemos hablado de la profunda admiración de sus feligreses. Se la merece.

–Juntos han recorrido los últimos cuarenta años del rock español, y la vida de un par de generaciones… ¿Qué conclusiones saca con esa visión longitudinal a través de la óptica de Lapido?

–Cuando 091 empezó, la escena rockera en Granada era un páramo. 091 fueron pioneros en asentar las bases de la fuerte industria musical que existe ahora en la ciudad. Siguiendo los pasos de 091 primero, y de Lapido después, he comprendido lo angosto y sinuoso que es el camino del rock clásico en nuestro país. Durante cuatro décadas, José Ignacio ha dibujado una carrera admirable, portando el estandarte de la coherencia. Siempre ha esquivado los atajos y ha ignorado los cantos de sirena, escogiendo la ruta más larga y demostrando un talento y un tesón infinitos. En algún bache aprendió aquello de que la espina es lo bello de las rosas, una lección que ha reflejado maravillosamente en su obra. Lapido ha transformado cada curva del camino en una magnífica canción.