Mi visión de José María García de Paredes
Javier Gallego Roca
Miércoles, 9 de octubre 2024, 23:59
Conocí a José María García de Paredes en el Madrid de la segunda década de los años setenta, era uno de tantos estudiantes de Arquitectura ... que salíamos de diferentes provincias a estudiar en aquella Escuela de Arquitectura de la Avenida Juan de Herrera.
Pepe y su mujer María Isabel de Falla, sobrina del compositor Manuel de Falla, eran amigos de mis padres por su vinculación con el mundo de la cultura y especialmente por la amistad que ambos matrimonios tenían con la familia de Miguel Rodríguez-Acosta. No sé a ciencia cierta como un buen día, al estar estudiando en Madrid, me invitó Maribel a comer en su casa de Carbonero y Sol, en el Viso madrileño. Era una casa unifamiliar con pequeño jardín y con esa austeridad que prescinde de lo accesorio. En este caso no había sido el autor del proyecto, pero esta casa reflejaba su actitud ante la arquitectura. Siempre recuerdo este momento al visitar sus proyectos en Granada. Cuando en mis años de director de la Escuela de Arquitectura me tocaba enseñar la Alhambra a arquitectos ilustres siempre me las ingeniaba para terminar en el Auditorio y el Instituto Gómez Moreno con los jardines del Carmen Blanco, uno de mis lugares preferidos.
A raíz de aquella comida me invitó a ir un día a su estudio en la calle Bretón de los Herreros en el barrio de Chamberí. Era un bajo con no mucha luz donde un delineante se afanaba en dibujar grandes planos junto a una maqueta de madera que presidía aquel ambiente de libros y tableros: El Auditorio Manuel de Falla. Me habló de publicaciones sobre acústica en la arquitectura y de un ingeniero alemán que por aquellos días de la primavera de 1977 iba a Granada: Lothar Cremer. Los viajes a Granada se suceden semanalmente enlazados con estancias de tres días en Sevilla, donde era catedrático interino en la Escuela de Arquitectura. A finales de los setenta dictó una conferencia en Madrid, en una abarrotada aula, donde hace una espléndida descripción de Granada y el Auditorio Manuel de Falla, y donde hilvana la tradición con la modernidad con una inteligencia y sensibilidad que siempre he apreciado en sus proyectos. Muchos compañeros, a raíz de su conferencia, me pidieron organizar un viaje a Granada y nuevamente recurro a él, siempre generoso con su tiempo, para que nos explicara en el Carmen de Matamoros su proyecto junto a la casa del compositor Falla.
Coincidí después en numerosas ocasiones en sus reiteradas visitas a Granada con Maribel, en el Alhambra Palace, fumando en su característica boquilla. Unas veces en compañía del concejal Castillo Higueras, o coincidiendo con la finalización de las obras con el arquitecto municipal Marcelino Martín. El Auditorio se inaugura en junio de 1978 y fue un acontecimiento que seguí desde la prensa de Madrid. Sus granadinos faroles de cristal iluminaron la sala por primera vez cuando Antonio Ros Marbá tomó la batuta y el público que ocupó sus butacas pudo disfrutar de las 'Noches en los Jardines de España' y del 'Sombrero de tres picos'.
A partir de ahí este matrimonio, amigo de mis padres, se convirtió en algo a lo que he tratado de cuidar en mi vida: ser fiel a esas intergeneracionales y fiel a aquellas personas que, en un mundo en exceso mercantilizado, revierten su trabajo en mejorar la vida cultural de una ciudad como Granada, prevaleciendo por encima de sus intereses personales legítimos, algo que me enseñó con su actitud vital mi padre.
A través de Maribel y Pepe, en la imponente biblioteca del Hospital Real, conocí a Josep Lluis Sert cuando vino a Granada con motivo del Congreso de Arquitectos en 1981. Compartí con ellos una inolvidable visita al Generalife donde vimos atardecer, cuando el Albaicín, como pinta y describe Manuel Ángeles Ortiz, se convierte en «un universo al revés».
Mi visión de García de Paredes también está asociada a Roma desde la distancia del tiempo entre su estancia en la Academia y la mía, gracias al impulso que supo darme en 1989-1990. Él estuvo pensionado en la Real Academia de España en Roma entre 1955 y 1957. Miguel Rodríguez Acosta, en la monografía José María García de paredes en Granada (2001), lo recuerda en el artículo escrito en 1990 a los pocos días de su muerte en la sesión de la Academia de Bellas Artes de San Fernando titulado: Del monte Gianícolo a la colina roja. «Conocí a José María en aquellos años romanos –dice Rodríguez-Acosta–, plenos para nosotros de ilusiones y proyectos. Compañeros de él en la Academia y amigos comunes propiciaron el comienzo de una profunda amistad: Echauz, Carvajal, Beulas, Reyes, García Donaire formaban, junto a otros Premios de Roma, esa república de artistas de tan singular y atractivo perfil, que tan importantes frutos ha dado al arte español a lo largo de generaciones y en estrecha relación con esta casa».
En Granada se daba en palabras de Miguel Rodríguez-Acosta una confluencia astral. Falla había vivido en Granada y había creado sus obras más sobresalientes y sugestivas en esta ciudad. Se daba la circunstancia que en aquellos años, en que visitaban Granada con asiduidad Maribel y José María, estaba surgiendo en todo su esplendor ese espectáculo y acontecimiento único que se celebra anualmente allí: el Festival Internacional de Música y Danza.
Miguel Ángel Baldellou en la monografía José María García de Paredes en Granada, publica el artículo 'García de Paredes. La discreción como estilo'. En este artículo hace referencia a una condición inherente en muchos de sus proyectos: la importancia del lugar, entendido en términos de preexistencia: «Su larga meditación sobre lo que en cada lugar es pertinente –dice Baldellou–, se traduce en implantaciones coherentes con el medio formal y con la memoria construida». A los cien años de su nacimiento es un acierto el recuerdo que de su trabajo y figura hace el Colegio de Arquitectos de Granada con diversos actos, uno de ellos ha sido José María García de Paredes visto por los arquitectos.
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