Granada y la pandemia: la historia se repite
Hay asombrosas coincidencias entre las pestes del XVII y la crisis actual, como métodos de actuación, síntomas o influencia en la economía
José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 14 de mayo 2020, 01:24
La historia se repite en Granada. La pandemia que sufre la provincia en este 2020 tiene muchos puntos en común con las pestes –en plural, ... pues hubo varias–, que la azotaron durante el siglo XVII, provocando una crisis de todo orden, en la que a pesar de la intervención de las autoridades locales, las consecuencias fueron funestas. El trabajo del catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Granada, Francisco Sánchez-Montes González, 'La religión como expresión social en la Granada de la Edad Moderna', ofrece un riguroso estudio de las consecuencias de esta pandemia, calificada por Francisco Bermúdez de Pedraza como «la peor de las homicidas».
En el siglo XVII, la enfermedad vino acompañada de malas cosechas, algo que para nuestros días es harto improbable debido a los modernos sistemas de producción y control de plagas en la agricultura, pero la afectación económica es igualmente importante, dado que la principal actividad económica de la provincia, el sector terciario, está prácticamente parada. No hay hambruna por las malas cosechas, pero sí por la falta de ingresos de quienes viven del turismo, la hostelería o la cultura, por citar a tres sectores claves para la economía. El incremento de peticiones de ayuda a Cáritas o al Banco de Alimentos lo atestiguan.
La primera peste que sufrió la Granada del siglo XVII fue la llamada 'Peste Atlántica', que se desarrolló desde 1596 a 1602. Se la conoció así por proceder desde Centroeuropa y ser transmitida por la vía marítima desde los puertos norteños. Por el efecto de aquella primera crisis, ya hubo de ser requisado de modo forzoso el Hospital Real para la curación de los apestados, tal como recuerda el estudio que sobre la hoy sede del Rectorado publicó en 1973 la investigadora Concepción Félez. Esta primera peste se cebó con los viejos asentamientos musulmanes, el Realejo y el Albayzín, teniendo menor incidencia en los barrios del centro.
Durante la peste de 1635 hubo más entierros que nacimientos en Granada
La epidemia de peste volvió entre los años 1616 y 1618, acompañada en esta ocasión por el tabardillo –tifus que provocaba fiebre y manchas en la piel–. Dos años después, sobrevino otra de gripe, donde «murieron muchas criaturas y gentes moça», según recuerda Henríquez de Jorquera en sus 'Anales de Granada'. El cronista destaca igualmente una epidemia en 1635 donde los habitantes de Granada sufrieron «cámaras de sangres que fue como rama de pestilencia de lo cual falleció mucha jente». Tanta que hubo más entierros (1.529) que bautizos (1.464) aquel año. Entre 1647 y 1649, a la peste se sumaron años sin lluvias, interrupción del ciclo inmigratorio, y otros factores.
La peor
Sin embargo, para Granada aún quedaba la peor parte. Entre los años 1678 y 1679, se desató otra epidemia con epicentro en la provincia, desde donde se extendió por toda la región. Las pérdidas humanas fueron muy cuantiosas: la cercana Padul, con 1.1o0 vecinos, pierde a 204 almas; en Íllora se sufre la muerte de 771 de sus pobladores… e impresionados con su terrible rastro, autores como Díaz Martín de Cabrera llegan a afirmar la increíble cifra de 50.000 víctimas en la ciudad. El problema granadino llega al Consejo de Castilla (el Gobierno Central de la época), que llega a decir que «en la cibdad de Granada se padecía enfermedad de mala calidad».
Los médicos se encontraban ante un hecho nuevo, y ensayaban soluciones sin tener la seguridad de tener un éxito inmediato. La ciencia médica no era la de ahora, y pocas curaciones se consiguieron. Clásicos del periodo barroco, como el conocido galeno de Felipe II y Felipe III Luis de Mercado, o el entonces difundido Luis de Toro, recogen en sus tratados los entonces métodos de observación directa del paciente, señalando los síntomas en la aparición de ciertas manchas o la presencia de la fiebre (de nuevo), pero las escasas fórmulas de combate sobre la enfermedad por la entonces considerada 'ciencia médica oficial' pasaban por la necesaria higiene del apestado, purificando el aire con la quema de especies olorosas o utilizando los tejidos considerados 'nobles'; además, por el sobrado conocimiento del contagio, la práctica más habitual y eficaz era la de aislar a los apestados del resto de la población.
Gabinete de crisis
A pesar de estas precauciones, los resultados, al contrario de lo que ocurre en nuestros días, no fueron buenos. En cuanto a las mecánicas de actuación, se crearon 'gabinetes de crisis' que, aunque no daban ruedas de prensa los sábados, sí que se hicieron notar. En Granada funcionó la Junta de Sanidad, constituida por el presidente de la Chancillería, cuatro oidores, el corregidor de la ciudad, más dos caballeros veinticuatro, y con el asesoramiento de una comisión de médicos. En cuanto a las medidas que tomaban, eran muy parecidas a las de hoy, en la fase álgida del confinamiento, a la que el tiempo dirá si volveremos: se prohibía el comercio y eran levantadas cercas celosamente custodiadas. En paralelo, se creaban hospitales donde acoger a los enfermos para de este modo separarlos de la población sana. Por añadido, ante los desastres económicos que surgían, las autoridades solicitaban fondos extraordinarios para hacer frente a las crisis como fue el caso de la concesión de 30.000 ducados para socorrer a enfermos y necesitados, dotados por la Junta de Salud, y procedentes de la Renta de Población del año 1679, es decir, de los impuestos.
Las autoridades solicitaron 30.000 ducados para socorrer a enfermos y necesitados
La prohibición del comercio con zonas en las que era conocida la existencia de la peste revistió un especial carácter en su aplicación para así evitar los señalados contagios. Como ejemplo, en el año de 1625, la Chancillería ordenó a las autoridades de la costa no descargar barcos procedentes de Sicilia ante las noticias de epidemia en dicha isla. En paralelo cerrar la ciudad y aislarla fue una práctica habitual sobre la que abundan las noticias: así, en 1644, ante las malas nuevas de contagios que llegaron de otras ciudades de la región, se cerraron las puertas y las murallas, y se nombró a un comisario para que estableciera el control de entrada a todo forastero o la salida de cualquier granadino. Cuatro años más tarde, en 1648, se gastaron 2.800 reales en la construcción de tapias para también clausurar la ciudad, y se pusieron guardias en sus muros.
La epidemia de 1650 trajo consigo restricciones en el comercio. Para proveer de lo necesario para la alimentación y abastecimiento de productos básicos para la ciudad, la Chancillería permitió que, pese a la prohibición de cierre, quedaran abiertas durante el día determinadas puertas de la ciudad, como es el caso de las de Bib-Rambla o la de Los Molinos, pero con una especial vigilancia sobre ellas mediante una junta encargada de la ejecución de tal orden y presidida por el corregidor Álvaro Queipo de Llano.
En lugar de parejas de la Policía Local o de la Guardia Civil poniendo multas, en aquella época se era mucho más expeditivo con quien se saltaba el confinamiento. Las medidas ejemplarizantes llegaban a la ejecución. Jorquera cuenta cómo fueron ajusticiadas tres personas procedentes de Málaga, una de ellas vendedor de atún, ante el riesgo de que portaran la epidemia de esa ciudad y por saltarse la prohibición de poder entrar en Granada. También suena familiar la huida de los pudientes: las clases dirigentes utilizaron en ocasiones el refugio dentro de sus dominios próximos a la urbe, caso de la vecina localidad de La Zubia, mientras que otros simplemente trataban de escapar a lugares de una mayor benignidad, que se transmitían por el entonces tradicional método del boca oreja.
Castigo divino
El componente religioso es el gran signo diferenciador de ambas épocas. En el siglo XVII, la plaga era entendida como un castigo divino. Los propios médicos lo catalogan así: «...que es Dios que ofendido con culpas y pecados castiga a los hombres con esta enfermedad y los amenaça con ella», dice un galeno de la época. Pero en lugar de prohibirse las procesiones, como ha ocurrido este 2020, se sucedían con más frecuencia aún. En Santo Domingo, lugar de enterramiento de ilustres familias granadinas se centraron los cultos ―a la Devotissima imagen de Nuestra Señora del Rosario–, con novenarios y penitencias. El milagro de la aparición de una estrella de luz sobre la frente de dicha imagen incrementó el fervor de los granadinos, que acabaron atribuyendo la finalización de la enfermedad a su intervención. Como tributo, en aquella época –concretamente, en 1621–, se acordó levantar el monumento a la Inmaculada que hoy domina los Jardines del Triunfo, aunque su objetivo principal fuera pedir sucesión para el rey Felipe IV. La verja que lo rodea representa las cuatro paredes del mundo, y la base del monumento reivindicaba la historia 'cristiana vieja' de una ciudad fundada por obispos y mártires de la Antigüedad.
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