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Música electrónica, proyecciones, música clásica y flamenco se unieron para crear un espectáculo de estética rompedora.

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Música electrónica, proyecciones, música clásica y flamenco se unieron para crear un espectáculo de estética rompedora. ALFREDO AGUILAR

La Fura dels Baus apuesta por la sana diversión en 'Free Bach 212', y gana

El Palacio de Congresos tuvo una buena entrada y aplaudió de forma más que entusiasta la jocosa propuesta de la veterana compañía catalana

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ

GRANADA

Jueves, 1 de enero 1970

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La expectación en Granada era grande para ver 'Free Bach 212', el montaje con el que los catalanes La Fura dels Baus volvían a Granada después de un buen número de años sin ofrecer un espectáculo completo en la que sigue siendo una de sus ciudades fetiche.

La 'Cantata número 212' es una obra curiosa. Como se sobreimpresionó al inicio del espectáculo, es un homenaje al ministro de Hacienda de un principado alemán con una historia de amor por medio, que termina en un Oktoberfest con cerveza y alegría. Pero también, y ello se pudo apreciar desde la primera nota emitida por el clave de Divina Mysteria, una obra maestra de la música, que si se interpreta con rigor, como se hizo anoche, justifica por sí sola el pago de una entrada para oírla.

Empero, 'Free Bach 212' es mucho más que una música bella. Es un juego donde los recursos teatrales más clásicos, como las sombras chinescas, se agigantan hasta resultar increíblemente nuevos. La interpretación del violín da paso a una música electrónica de baja frecuencia que hace temblar los oídos y abre la puerta a un mundo de geometría variable y evocadora donde lo mismo se cruza una vaca que una ameba. Las imágenes de varios plácidos rumiantes ilustran el segundo movimiento, que introduce la primera intervención flamenca de la noche. Muñecos de papel maché de un blanco inmaculado son los mudos testigos del acercamiento entre el barítono y la mezzosoprano, que colocan al espectador en situación de sumarse a una fiesta del amor que ilustra una cantaora delicuescente, quien lleva el compás acompañada por el zumbido de las abejas, que para eso estamos en el campo.

Y aparece la alegoría del dinero, encarnada en ese dignatario con chistera recién salido del Monopoly que dialoga con el barítono antes de mostrarnos un engranaje digno de los 'Tiempos modernos' de Chaplin, perfecta metáfora de aquello de que el dinero, para la inmensa mayoría de los mortales, no crece en los árboles. Quedan los sacos de harina o arena -quién sabe- sobre el escenario, mientras la música electrónica presta su sonido metálico al tintineo de las monedas.

Deus ex machina

Es en este momento cuando el propio Miki Espuma, fundador de La Fura dels Baus y hasta ese momento parapetado tras la mesa de efectos sonoros, toma la guitarra y hace de catalizador de una fiesta que se desarrolla con Chaplin, de nuevo Chaplin, como telón de fondo en la famosa escena de 'El gran dictador' cuando juega con el mundo como una pelota. Flamenco y clásico se unen en uno de los clímax del espectáculo, entre críticas a los dobles raseros, tanto tienes tanto vales, a golpe de rap.

Estos momentos cuidadosamente disruptores son perfectos antes de volver a sumergir al público en la música del maestro alemán, aquí muy lejos de la solemnidad de su música religiosa. La máquina se convierte en instrumento para, con su chirrido, transportar al público a esa realidad que supone ganarse el pan a golpe de sudor y esfuerzo. Mientras, como si del Gollum de 'El señor de los anillos' se tratara, el recaudador cuenta sus haberes celosamente escondidos en el saco antes de seducir a la protagonista ante un danzante fondo dorado. El demonio de los celos y la autoafirmación aparecen mientras el campesino danza con el biergo que luego arroja al protagonista, y el tañido del violín anuncia un dueto entre cuerda y electrónica que el público aplaude con agrado.

La campesina se queja ante un campo de trigo antes de que un velo blanco azotado por el viento, quizá la niebla del olvido, introduzca otra de las coreografías que dan carta de naturaleza al adjetivo Free -libre- que acompaña el título del montaje. Vuelve el juego de sombras, en este caso sobre fondo rojo, para mostrar la embriaguez del protagonista. Busca el sustitutivo -a reina muerta, reina puesta- en la violinista, quien firmemente le dice que verdes las han segado. El simpático detalle de un castizo «Ámonos», inicia la oda: «¿Qué es la vida sin cerveza? No hay alegría, sólo tristeza», dice la cantaora.

Y la sombra carga con un barril mientras como fondo se escancia el que de forma jocosa ha sido desde siempre llamado por sus consumidores fieles «el líquido elemento». Aquí llega el gran final. Flamenco, electrónica y Bach en el escenario para poner la espuma en esa jarra que apetece, incluso sin tapa. Y en torno a una buena cerveza, también, la imprescindible, en todo final feliz que se precie, reconciliación de los amantes, con un brindis más etílico y menos filosófico que el de 'La traviata', y todos sobre el escenario disfrutando de la fiesta.

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