Eva Yerbabuena: «En el flamenco se confunde a veces barullo con calidad»
Entrevista con la artista granadina, quien ha ideado la coreografía del espectáculo 'Lorca y la pasión' que se representa en el Teatro del Generalife
José Antonio Muñoz
GRANADA
Viernes, 9 de agosto 2019, 01:13
Eva Garrido, La Yerbabuena (1970) es una granadina nacida en Francfort. Porque las artistas nacen donde quieren, y aunque tienen edad, no la tienen. Este ... torbellino que pasa, y pasea, por los premios Max como Pedro por su casa, también pasea este año, sin pasear, por el escenario del Generalife, en el espectáculo 'Lorca y la pasión', cuya coreografía dirige, trabajando codo con codo con su íntima amiga y colega Marina Heredia.
–¿Cuál fue la primera visión que tuvo con respecto a la coreografía de 'Lorca y la pasión?
–Antes de concebir nada en concreto, leí en profundidad el guion y pensé en esas cuatro obras que formaban parte de esta propuesta lorquiana. Y luego, ver a mis compañeros, porque había personas con las que había trabajado antes y otras con las que no lo había hecho en mi vida. A partir de esa observación, fui concibiendo, con el material humano de que disponía, una primera idea. Y luego, todo ha sido estupendo, porque los bailarines se han dado al cien por cien.
–¿Cómo ha aprovechado ese material humano del que habla?
–Soy una coreógrafa a la que le gusta experimentar mucho con los bailaores. No me gusta ceñirme a un determinado esquema de pasos o movimientos. Hay bailaores a los que les quedan bien unos movimientos, y a otros no. Lo mismo me ha ocurrido con la música: con 'El Bola' me había cruzado ya hace mucho tiempo, pero en este caso, todo estaba por hacer, todo era muy nuevo.
–El arranque del espectáculo es muy comprometido, con 'El público'…
–Así es. Yo veía en el guion los cuatro caballos blancos, el caballo negro… No fue fácil, pero desde el primer momento, Juan (Farruquito) puso sobre la mesa todo su saber hacer, y el resultado es bueno. Pero insisto, entré en el estudio sin ideas preconcebidas, aunque hay cosas que se encuentran en el subconsciente tras la lectura del guion.
–¿Qué le pide a un bailaor o una bailaora?
–Ilusión. Que nunca mire el reloj porque eso me mata. No me gusta ver caras de cansancio o aburrimiento. Que lo pase bien, que se divierta. Pero sobre todo, honestidad. Si no le gusta lo que está haciendo, que lo diga. Es preciso estar al cien por cien en un espectáculo para que el resultado sea bueno. Si un montaje se hace con desgana, el público lo nota de inmediato.
–¿Cuánto tiempo ha estado trabajando en esta coreografía?
–He perdido la cuenta… (risas). Empezamos en Dos Hermanas con Farruquito, 'El Bola', Rafael Heredia, el percusionista… Creo que debió ser en febrero… Lo primero que montamos fue el papel del caballo negro. Luego, empecé a venir a Granada para ir preparando las intervenciones del resto, poco a poco.
–¿Qué fue antes, la música o la coreografía?
–No hay nada antes que nada. Todo se trabaja en paralelo. Una cosa es que tú llegues con algo montado, y digas: estos son los pasos, pero en este caso no ha sido así. Es algo que quizá no saben muchas personas; cuál es el proceso. Para mí, sigue siendo la pregunta del millón: cómo surge una coreografía. Con 'Lorca y la pasión', todos vimos el texto para tener muy claro cuál era nuestro papel en el escenario, nuestros personajes. Y a partir de ahí, empezamos a crear. Sabiendo qué palo se toca y se baila en cada momento, dónde estará Marina, dónde los bailarines… No creo en eso de coger una música y montar una coreografía. No es mi forma de trabajar. Por eso anduve mano a mano con 'El Bola' en todo el proceso.
Surrealismo
–¿Qué ha sido lo más complicado de hacer?
–El poner en pie 'Así que pasen cinco años', que, de todas las obras de Lorca, es la más surrealista. Tras descubrirla, siendo curiosa como soy, me di cuenta de que Federico murió cinco años justos después de escribirla. Ya esa coincidencia me parece brutal. Luego, hay quien dice que Lorca está muy hecho. Y no. Somos nosotros los que somos muy 'jartibles', porque siempre nos vamos, quizá, a lo más fácil. A las obras que ya están muy vistas. Lorca es un autor inmenso, que hace volar mi imaginación. No es una obra, no es un poema, no es una carta. Es todo. Su vinculación con Granada, esa forma de vida siempre en paralelo a esta ciudad, lo visto, lo vivido, el negarse a perder ese niño que llevaba dentro… Es una personalidad muy rica. Me pregunta usted por lo más complicado dentro del espectáculo, y por decir algo, le diría que el final, las cinco monjas en el convento con el hábito en forma de bata de cola. No sé si soy 'masoca' y me gusta lo difícil, pero fue cuestión de ponerse a andar, y al final no tuve en ningún momento la sensación de no saber continuar, de no encontrar el camino.
–Los espectáculos donde hay flamenco casi siempre buscan ese final 'en todo lo alto', y en este 'Lorca y la pasión' es más sereno.
–Sí, porque creo que a veces confundimos barullo y calidad. Pienso que los finales sobrios son muy del agrado del público, si se ejecutan bien. Y este final de Lorca sonriendo mientras Marina camina hacia su fin, me emociona.
–Es la primera vez que no está encima del escenario en un proyecto de tal envergadura. ¿Qué sensaciones le produce?
–Era un reto, y me encantan los retos. Era empezar a construir el futuro. No me voy a retirar del baile mañana, ni mucho menos, pero la creación, lo tengo claro, va a ser mi dedicación futura, ya que es donde más disfruto.
–Ya que hablaba de 'Así que pasen cinco años', muchas veces se ha vista a los bailaores como autómatas, programados con mucho arte, eso sí. ¿Cómo rompe usted con esa imagen en este montaje?
–Esa idea me ha obsesionado durante mucho tiempo. Tenemos el cliché de que cuando se baila flamenco se debe mover la mano o los pies o el torso de una forma muy concreta, y se debe entrar en el escenario con el ceño fruncido y el rostro apretado. Trabajo contra eso, en todos los segmentos de esta obra. Yo les decía a los bailaores y bailaoras: «No quiero veros bailar». Imagínese su cara cuando les decía tal cosa… «¿Qué hago?» Me interrogaban con la mirada. Entonces les pedía que miraran el guion, y que vieran la impronta de una idea que tenía que ser creíble.
–¿Cómo es capaz de dar ese paso?
–Es una opción que ofrece la madurez. Cuando hay que bailar una soleá clásica, se baila, y cuando hay que interpretar de otra forma, se hace. Ahora, me siento con la capacidad de sacar lo que quiero de los demás.
–Una de las señas de identidad de sus espectáculos es el cuidado del vestuario. ¿Tenía usted claras sus opciones en este capítulo?
–Siempre he pensado que el vestuario es clave para la interpretación. Es una segunda piel. Es lo que le tiene que susurrar al artista que no es él, que es su personaje. Si te ponen volantes, las manos se te van arriba, eso es inevitable. Por eso, he escogido a mis diseñadores de confianza, López de Santos, para hacer este vestuario.
–La crítica ha dicho que esta coreografía es 'muy Yerbabuena'…
–No sabe lo que me alegra oír eso. Ya tengo un sello como bailaora, pero tenerlo como coreógrafa es muy complicado.
–Pero, ¿con los reconocimientos que tiene ya en este campo, no cree que ya tiene ese sello?
–Pienso que no. Toda la vida andaré con esta incertidumbre. Además, pienso que es necesario tenerla.
–¿Le quedan asignaturas pendientes?
–Muchas. Tengo la sensación de que empieza una nueva etapa, la de crear y no estar presente como intérprete. Tengo muchas cosas en la cabeza, pero que confíen en ti como creadora y coreógrafa es genial. Porque la cabeza está cada vez mejor, pero el cuerpo llegará un día en que dirá basta.
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