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La soprano Nuria Rial y Forma Antiqva, en un momento del concierto de anoche en el Hospital Real. rAMÓN L. PÉREZ
Un Seicento de altura en el Hospital Real

Un Seicento de altura en el Hospital Real

El público premió con una larga ovación el esfuerzo de un concierto redondo preparado en apenas tres días por Nuria Rial y Forma Antiqva

José Antonio Muñoz

Granada

Viernes, 9 de julio 2021, 01:37

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En el mundo de la clásica, los apriorismos son absurdos. Y esta máxima se demostró una vez más anoche en el Patio de los Inocentes del Hospital Real, donde Forma Antiqva y Nuria Rial interpretaron el programa 'Una ópera imaginaria con un prólogo y cinco actos'. Y decimos que los apriorismos son absurdos porque, a priori, la ausencia de la diva italiana Anna Caterina Antonacci y el escaso tiempo entre su baja y la celebración del concierto ponían en serio peligro la consistencia de este. Pero nada más lejos de la realidad. La soprano catalana Nuria Rial –por otra parte, una de las grandes voces de la música antigua en nuestro país– preparó en tres días un examen del que salió con sobresaliente.

Cinco actos con un preludio. Cinco momentos, cinco sentimientos. Todos ellos unidos por una interpretación histórica que recorre el Seicento italiano como en un vuelo. Esto fue, en esencia, el concierto de anoche. Un espectáculo muy bien conducido desde el clave por Aarón Zapico, secundado por su hermano Pablo en la guitarra barroca y por el resto de miembros del grupo Forma Antiqva, presencia casi perenne en cualquier programa del género que se precie. Por cierto, la 'Forma' es muy importante, y todos los miembros masculinos del grupo iban uniformados. A ver si aprenden otros que han hecho de la informalidad sobre el escenario una desagradable norma.

Forma Antiqva respetó también la 'Forma' sobre el escenario, con sus componentes impecablemente uniformados

La nómina de autores invocados en la velada de ayer fue larga. Biaggio Marini, el discípulo de Bondioli que con apenas una veintena de obras en su haber conquistó un lugar al sol de los compositores más considerados de su tiempo, recorriendo las cortes europeas. Andrea Falconieri, quien en su 'Libro Primo di Canzone', condensó el ambiente musical de la época, entre lo religioso, lo burlesco y lo profano. Girolamo Frescobaldi, maestro del 'tempo' y una figura que influyó decisivamente en la concepción de este en la obra de Bach. Giulio Caccini, mucho más que ese 'Ave María' que se le atribuye y que no es suya, músico de cámara de los Médici. La gran Bárbara Strozzi, la 'rara avis' del Barroco italiano que escribía canciones para ella misma que acabaron pasando a la historia. Samuel Scheidt, el precursor alemán que inventó el 'muro de sonido' tres siglos antes de que Phil Spector lo hiciera suyo, añadiendo variaciones cada vez más complejas en sus composiciones. Tarquinio Merula, que brilló en la composición sacra en Cremona y Bérgamo. Marco Uccelini, maestro de las sonatas. Y claro, Claudio Monteverdi, el hermano mayor de una generación que dio sonido a la convulsa Italia del XVII, extendiendo sus ramificaciones por las cortes del resto de Europa. Todos ellos fueron los artífices primigenios del crecimiento de la ópera en el entonces fraccionado país transalpino, poniendo las mimbres para un liderazgo que aún no ha abandonado. Estadísticamente, los autores 'azzurri' son los más representados en el mundo, y el redescubrimiento de la ópera barroca no ha hecho sino aumentar esa apabullante proporción.

El programa se inició con el prólogo, integrado por la obra de Biaggio Marini, 'La Zorzi e la Zoppa', a la que siguió un aria del 'Orfeo' de Monteverdi, 'Dal mio Permesso amato'. Rial, con cuerpo de encaje y falda en un color verde vivo, se vio obligada a cantar con partitura –¡Habría sido increíble que lo hubiera hecho sin ella!–. Su fraseo limpio, su capacidad para el adorno en algunos pasajes, y su proyección excelente proporcionaron al público el cada vez más raro privilegio de entender todo lo que se cantó.

Los bises fueron una canción de Falconieri y 'Si dolce é'l tormento', de Monteverdi

Muy buenos chelo y contrabajo en 'L'infanta arcibizzarra', llevando el peso armónico, y espectaculares los violines en todos sus diálogos y apoyos, como en esa 'Sinfonía', de 'Il ritorno d'Ulisse in patria' con el que se abrió el segundo acto. Entrañable la interpretación de 'Amarilli ma bella', de Giulio Caccini, con Rial compartiendo la banqueta con Aarón Zapico, y Pablo Zapico a la tiorba, evolucionando sobre el escenario. Vertiginoso el inicio del tercer acto, con la 'Bataglia de Barrabasso, yerno de Satanás' de Andrea Falconieri, Exquisitos los juegos vocales de Rial en 'L'Eraclito amoroso' de Barbara Strozzi, un desafío superado casi cuatro siglos después de que fuera escrito para ser cantado por su autora.

La delicada brisa –luego transformada en viento que movía los cipreses– acunó la interpretación de 'Si dolce é'l tormento' de Monteverdi, muy aplaudida. Aarón Zapico demostró su dominio del clave en el 'Aria sopra La Bergamesca' y Rial estuvo más juguetona que nunca en 'Se l'aura spira', de Frescobaldi. Una larga ovación final provocó un bis, 'O bellisimi capelli', encantadora canción de Falconieri. El otro bis lo provocó Antonio Moral, el director, quien sugirió que se repitiera 'Si dolce é'l tormento'. Como dijo Nuria Rial: «¿Quién le niega un deseo a Antonio Moral?». Gracias a ese antojo, las notas de Monteverdi quedaron flotando en una noche cuajada de buena música.

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