Juan Sebastián Bach entre arrayanes
andrés molinari
Jueves, 30 de junio 2022, 00:04
Segunda entrega del programa Bach Modern, en el que se muestran entreveradas las músicas para cuerda sola del genio de Eisenach con brevísimas piezas del ... compositor húngaro-rumano György Kurtág. Si el domingo era el violonchelo el que buscaba cobijo para tan extraña mescolanza bajo las nervaduras góticas del Hospital Real, la tarde del martes fueron los dos grandes y lozanos macizos de arrayán del patio homónimo, los que dieron fe de tan curiosa amalgama.
Isabelle es una mujer queriendo amar Bach. Con un violín de buen sonido y una digitación de innegable musicalidad. Esmerada en los agudos, veloz en los saltos entre las dos cuerdas más distantes y diestra en los ecos creados por las fugas, ingredientes en los que Bach era maestro indiscutible.
Sin embrago concierto frío y sin el más mínimo entusiasmo. Antítesis del antes nombrado Bach Modern al chelo. Porque Isabelle Faust se limitó a leer la partitura sin más. Ni una mueca de complacencia, ni un pasaje aprendido de memoria, ni un balanceo con los andantes casi gigas o los largos casi meditaciones. Y esa ausencia de presencia, en un Festival que se precie, es casi una mácula, que crea conciertos del montón, sin huella ni historia. A falta de expresividad en la intérprete y de nada que ver en el escenario, ocupado tan solo por un atril triple y muchas pinzas de la ropa, el arrayán bajo el crepúsculo y la sebka de los pórticos nos redimieron del aburrimiento.
Un tímido afán de relato cinematográfico y un somero pincel de microsonidos sentimentales evanecieron en las piezas del autor húngaro entremetido entre las dos sonatas de Bach. Un breve gesto de enfado en el rostro de Isabelle, un vilano de música sin horizonte, un ramillete de sones amainados por la sordina sobre el puente del violín. Y luego vuelta a la lectura, a la corrección calculada en frialdad, a la perfecta traducción de lo que aparece escrito sobre la partitura, a la que nunca se le quitó la vista de encima a pesar del insoportable chillido espurio que bajaba de los cielos.
Porque, al final, escuchamos un concierto a trío. Entre el muy digno violín de la lectora, el piar de los vencejos, antes de su retirada a dormir, tan inaudible como algunas piezas de Kurtág, y el molestísimo ruido del aeroplano, volando muy bajo sobre la Alhambra, una y otra vez. Que ese turismo de altura debería haberse prevenido, o al menos excusado su ruido públicamente.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión