Mäkela vuelve a triunfar
José A. Lacárcel
Lunes, 1 de julio 2024, 23:04
Es una gozada escuchar a Klaus Mäkela al frente de la Orchestre de Paris-Philarmonie. Es también una gozada verle dirigir porque, desde el podio, ... todo él se convierte en música. Es el apasionamiento desbordado en la tarea interpretativa. Es el vivir y transmitir la música, no solo con los brazos, no solo con las manos, no solo con la mesura que es habitual en muchos directores de orquesta. Por el contrario en Mäkela todo es pasión. En algunos momentos me ha recordado a Celibidache por su expresividad corporal. Pero nada que ver el gesto amable del joven director finlandés con el talante adusto e incluso retador del genio rumano. Mäkela disfruta y hace disfrutar interpretando el programa al frente de una orquesta tan buena, tan bien conjuntada, con unos solistas de viento excepcionales, con un sonido bonito, empastado. Con ese instrumento, deja el director finlandés correr su imaginación musical y nos hace soñar.
Como los que vivimos en la noche del domingo en el Palacio de Carlos V. Allí nos ofreció a versión limpia, vibrante, plena de contenido, de una obra única en la carrera del ruso Stravinsky: su ballet Petrushka, historia triste y emotiva donde los muñecos de feria tienen un protagonismo excepcional y donde la música describe el ambiente abigarrado y sugerente de esa feria que encierra alegría, ilusiones y tristeza. Una melancolía que va inundando al oyente, desde la delicada presencia de la bailarina hasta el amenazante talante del Moro o la triste historia de amor del pobre Petrushka. Todo ello envuelto en un colorido exquisito. Ahí estuvo Mäkela brillante, seguro, entregado, pidiendo y obteniendo una respuesta vibrante de una orquesta que siempre fue segura, que siempre busco lo musical en su mayor grado de pureza. Vuelvo a insistir en la espléndida actuación de los solistas de metal y madera.
El apasionamiento vuelve a estar presente en Mäkela para describirnos el hermoso Preludio a la siesta de un fauno, donde se dan la mano los genios de Mallarmé y Debussy. De nuevo todo el aroma del impresionismo emergiendo triunfante de una orquesta en estado de gracia, donde toda ella es un sonido lleno de hermosura. Y Mozart, el de la Sinfonía Paris, escrita en dolorosas circunstancias por el genio salzburgués que ofrece la impresionante visión de su concepción orquestal, en un alarde de belleza y autenticiad. Y otra vez Mäkela y los músicos parisinos ofreciendo lo mejor de sí mismos y lo mejor de… Mozart.
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