Con acento andaluz
Jorge Fernández Bustos
Domingo, 9 de junio 2024, 23:20
La excelencia del Ballet Nacional de España, que dirige el bailarín y coreógrafo sevillano Rubén Olmo, demostró su excelencia en una obra sin fisuras, el ... sábado en el teatro del Generalife, segundo día del Festival de Música y Danza de Granada. Con un tiempo tan frío como el público reunido, que estaba más pendiente de la reina emérita, doña Sofía, allí presente, que de la función, el Ballet no solo estuvo a la altura, sino que superó el listón de lo que se espera de una institución pública como esta. Un vestuario exclusivo y una iluminación estudiada sirvieron para diferenciar las tres partes en que se dividía el espectáculo. Tres piezas bien diferenciadas que, sin embargo, son complementarias para homenajear a grandes coreógrafos en el 45 aniversario del Ballet Nacional.
Desde la primera parte, 'Ritmos', de Alberto Lorca y José Nieto, ya observamos la precisión y la disciplina de este elenco nacional, en el que la precisión del taconeo, la concepción del espacio y las figuras de conjunto, como muaré, junto al carácter de las castañuelas, a manera de presentación, sientan las bases de la Compañía.
El segundo momento, 'Pastorela', de Antonio Ruz, es quizá la pieza más sorprendente, aparte de la más breve, de tan solo 10 minutos. Es el momento contemporáneo de la noche, donde la bailarina Inmaculada Salomón danza a través de la música de un piano (excelente José Luis Franco), aunque también rellena el silencio con su danza estilizada y deconstrucciones goyescas, que la acercan a la actualidad. Una delicadeza en sí, tanto coreográfica como interpretativa (creada expresamente para ella), que palia los rigores de la noche.
Se cierra el espectáculo con el momento más actual, 'Estampas flamencas', firmadas por Rubén Olmo y Miguel Ángel Corbacho, inspiradas en Antonio Ruiz Soler (uno de los grandes), que navega entre la escuela bolera y el puro baile flamenco. Esta parte ocupa el doble que las dos anteriores juntas (de ahí la escora andaluza). Unos martinetes rítmicos, con música en directo, donde asoma Federico, abren una propuesta, que continúa con un paso a dos por zorongo y bulerías (las dos coreografías de Corbacho). El sonido en un principio estaba descompensado y con algunos acoples. Continúa la fiesta por caracoles, abiertos a la cantiña; y por seguiriyas, precedidas por un cante de labor. Excelente el cuerpo de baile y sus protagonistas, Laura Vargas e Irene Correa respectivamente, aunque el vestido de arreboles en la seguiriya atenta contra el sentido del cante. En 'Almoraima', un clásico de Paco de Lucía, con lo que termina la velada, Rubén Olmo echa mano de la visión orbital de Mario Maya y crea una obra equilibrada, de sabor y repleta de hallazgos, para toda la compañía. El taranto, que debía bailar el director del Ballet, brilló por su ausencia, no se sabe si Rubén estaba indispuesto por cualquier motivo (aunque salió a saludar al final) o fue el sacrificio ofrecido por empezar casi con un cuarto de hora de retraso.
Un buen programa, que refresca la herencia de estos cuarenta y cinco años, para mostrar, repito, la excelencia de nuestro Ballet.
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