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José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 24 de junio 2021, 01:42
Es de bien nacido ser agradecido. Y José María Sánchez–Verdú, discípulo del pacense adoptado por Granada, el que fuera organista de la Catedral y compositor, Juan Alfonso García, lo fue en los prolegómenos del concierto que el Cuarteto Bretón ofreció en la noche de ayer en el Centro Lorca. Esta fue la primera cita del ciclo Crumb–Lorca Project, el cual, a través de seis conciertos mostrará al público la obra del compositor norteamericano George Crumb (1929) inspirada en la vida y obra del poeta fuenterino. Sánchez–Verdú, de hecho, indicó que de no haber sido por García, jamás hubiera sido compositor, y que por él se hizo turiferario –el que lleva el incensario– en el templo metropolitano.
Solventado rápidamente al principio del recital cierto ruido de fondo de origen ignoto, el cuarteto –formado por Anne–Marie North y Antonio Cárdenas, violines;Rocío Gómez, viola, y John Stokes, violonchelo–, inició su ejecutoria con la evocadora obra 'Paraíso cerrado', cuarteto de cuerda que hace el número nueve dentro de la producción de Sánchez–Verdú. Una serie de pequeñas estampas que muestran el discurrir de la vida íntima en la ciudad de la Alhambra conectada con la obra del poeta renacentista granadino Pedro Soto de Rojas. Desde la profundidad casi onírica de los primeros números, la obra discurre por terrenos atmosféricos, con 'pizzicati' medidos de forma milimetrada por los componentes del grupo y caricias del arco que semejan latidos de una urbe que se mueve, a veces, de manera casi espasmódica.
Cuando surge la melodía en la obra de Sánchez–Verdú, esta evoca momentos de felicidad casi fugaz, abundando en esa sensación singularmente opresiva que tiñe la práctica totalidad de la obra. Efectivamente, el compositor gaditano consigue mostrar ese arcano que, para quien se aproxima a la capital granadina, es la propia esencia de esta.
Muy distinta a la anterior, aunque en la partitura se manifieste claramente la influencia sobre el discípulo, es el 'Cuarteto de cuerda' de Juan Alfonso García. Sus tres partes –'Secuencias', 'Diferencias' y 'Finale'–, constituyen tres caras de una misma moneda. En la primera, la melodía, a veces insinuante, a veces arrebatada, iniciada por la viola, encuentra rápidamente la complicidad del resto de instrumentos, con el violonchelo subrayando algunos pasajes y sirviendo como nexo entre unos sentires y otros, e incluso, tomando el papel protagonista y dirigiendo el 'debate' sonoro entre todos ellos. En las 'Diferencias', brilla la utilización de un tema principal para, a partir de él, ir extrayendo variaciones que enriquecen el resultado, llevando al oyente en volandas hacia un 'Finale' que, en realidad, es un breve colofón de lo ya expuesto. En este punto, conviene destacar la complejidad de las obras presentadas, y la técnica y acoplamiento de un cuarteto cuya trayectoria de trabajo en común y perfecto entendimiento se puso de manifiesto con largueza.
La esperada primera obra del ciclo Crumb, 'Dark angels', sumergió al público casi en un universo paralelo, el de las guerras, emboscado en muchas ocasiones en las páginas pares de los periódicos. Ya avisaba el programa de mano de que la obra del norteamericano, escrita en plena conmoción por las noticias que llegaban sobre la Guerra de Vietnam, aprovechaba todos los recursos posibles para mostrar el espanto que esos 'ángeles oscuros' a que hace referencia el título fueron capaces de generar en aquella contienda sin reglas ni honor. Y a fe que los del Bretón lo hicieron: desde la vertiginosa 'Departure' donde se muestra la incertidumbre de aquellos jóvenes enviados al matadero, pasando por la 'Abscence' que les hace testigos del horror mostrado en melodías gaélicas, hasta el 'Return' en el que casi se palpan las secuelas del trauma.
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