La gala benéfica de la Fundación Reina Sofía, encuentro entre tradición y futuro
El Ballet Nacional de España interpretó ante la reina emérita tres montajes de sensibilidad diversa, pero unidas por la excelencia en la factura
Anoche, los fantasmas de los festivales del pasado, aquellos en los que para 'subir' al Generalife era imprescindible llevar al menos dos mangas y los ... mantones de Manila eran el complemento más usual, visitaron la dehesa. Y nos recordaron primaveras y veranos más clementes. Hizo fresco. Bastante. El auditorio al aire libre de los jardines de la Alhambra se llenó de un público deseoso de aplaudir a la reina emérita Doña Sofía, a beneficio de cuya fundación tuvo lugar la gala inaugural del capítulo de danza del Festival. Sobre el escenario, el Ballet Nacional de España, dirigido por Rubén Olmo, quien bajo el título de 'Generaciones', subsumió tres coreografías bien diversas, pero igualmente indicativas del buen momento que vive la danza española con sus escuelas –la bolera, la flamenca y la danza estilizada– siendo mimadas y adaptadas a las nuevas sensibilidades, a esas generaciones que se suceden por la lógica vital y a las que hizo referencia el título del espectáculo de la velada del sábado.
Comenzó el primer segmento de los tres, 'Ritmos', con una entrada de conjunto donde exhibieron poderío y experiencia. El conjunto tiene una bien ganada fama de disciplina, y una sobriedad hija de sus escasas concesiones a la galería. Ello no quiere decir que el lucimiento esté ausente. Es, más bien, un gesto de elegancia, de mostrar lo que se tiene sin estridencias. El vestuario, negro y blanco en unos, negro y rojo en otros, fue más un instrumento que una distracción.
Tras la entrada, se sucedieron los cuadros, al 'ritmo' de la música del veterano compositor José Nieto, autor de muchas de las músicas de cine más emblemáticas de nuestra historia reciente. De hecho, ha manifestado en alguna ocasión que se siente particularmente concernido por la música de ballet. 'Ritmos' devino en una perfecta introducción para la velada, con pies, cuerpo y manos al servicio del arte. Excelente la ejecución de las castañuelas, que a veces enmarañan, pero que anoche fueron luz y senda sobre la que caminó el Ballet Nacional con eficiencia en este segmento.
Después del primer aplauso de la noche, el Ballet entró en la segunda obra, 'Pastorela', de muy clásico corte, con piano en escena, algo muy poco habitual en los montajes del Generalife. Inmaculada Salomón se transformó y llenó con su sola presencia el escenario evolucionando con frenesí controlado –es posible conseguirlo si se tiene la destreza necesaria–, entre las notas que emanaron de los dedos de José Luis Franco con la elegancia que le imprimió el compositor barroco sevillano Manuel Blasco de Nebra. Aquí la danza bolera y la estilizada hicieron una feliz mixtura con la esencia contemporánea, en un pretendido silencio que rompían los ecos del concierto de Saiko, llevados caprichosamente por el gélido viento. El verde del traje de Inmaculada Salomón fue árbol de donde colgaron las notas de Blasco.
Finalmente, la tercera coreografía de la noche fue compendio de varias, y la más jonda. Cante, baile y toque de altura, con el yunque evocando la fragua, palmas y jaleos. De nuevo, clásiquísimo vestuario con trajes camperos y de flamenca. De fondo, letras de Federico García Lorca –ese 'Zorongo' que vale más que las flores– o Juan José Amador, y coreografías de leyendas del Sacromonte como Mario Maya.
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