En busca de la belleza
La Compañía de Antonio Najarro deslumbra el teatro del Generalife con 'Querencia', donde tan solo busca la armonía estética de los cuerpos, de los movimientos y del conjunto
Jorge Bustos
Lunes, 10 de julio 2023, 00:16
Sobresaliente 'Querencia'. El espectáculo de la Compañía de Antonio Najarro (anterior director del Ballet Nacional de España) que pudimos ver el sábado en el teatro ... del Generalife es un ejemplo claro de evolución. La danza española no está trasnochada sino que la lectura que de ella se hace es la del siglo anterior. Najarro —ya nos tiene acostumbrado a ello— depura la escuela bolera, la danza estilizada, la danza tradicional y el flamenco, para ofrecer el mismo producto de siempre pero acorde con estos tiempos que se proyectan hacia un futuro abierto y transversal.
'Querencia', sin necesidad de un argumento concreto, tan solo busca la belleza, la armonía estética de los cuerpos, de los movimientos y del conjunto, creando instantáneas de verdadera hermosura (si bien, muchos cuadros están concebidos para verse de frente; así, el espectador ladeado en extremo, le será difícil apreciar la minuciosa propuesta).
Para esto se cuenta con el armazón musical, creado por el pianista Moisés Sánchez y grabado por la Orquesta de Extremadura, el mismo Moisés y la percusión de Odei Lizaso (a veces se echa de menos la música en directo); el vestuario exclusivo de Yaiza Pinillos, predominante el negro con destellos de plata y oro, pero también el amarillo o el rojo teja (mejor resultado el traje femenino que el de los varones); y el diseño de iluminación, por Pau Fullana, imprescindible para conseguir ciertos efectos.
Catorce inmensos bailarines en los once cuadros que contiene la propuesta. Disciplinados, sensibles, rigurosos… Sin fisuras: ya sea la muestra individual, el paso a dos, el pequeño grupo o todo el elenco, como en la traca final, el golpe de efecto definitivo, resumen de unas intenciones tan abiertas como un etcétera. Entre todos se crea la atmósfera adecuada para un resultado óptimo y definitivo. El sombrero cordobés, la capa española, la bata de cola, el mantón de manila, el abanico, la mantilla y sobre todo las castañuelas (signo de identidad de este coreógrafo), cobran nueva vida como complemento a cada uno de los cuadros augurándoles larga vida. La música recuerda a los compositores españoles: Falla, Albéniz, Granados o Turina, remedando sin duda su españolismo (que no españolada).
Concesiones al flamenco
También hay concesiones al flamenco, como esa farruca, bailada con capa, o ese ritmo por seguiriyas que se impone en una de las piezas). Los momentos se suceden con inteligencia y buen gusto; se imbrican entre sí, es decir, que si bien no mantienen una línea narrativa, la coda de un cuadro da pie a que se muestre el siguiente.
Aunque la obra seduce en su totalidad, podemos destacar —aparte del sublime cuadro final— el tercer momento, donde predomina el amarillo, con gran parte de los bailarines sobre las tablas; el paso a dos del comienzo, con dos de los solistas (Tania Martín y Carlos Romero); el arte bolero del cuadro cuarto, con otra doble pareja (Celia Ñacle y Daniel Ramos); la escena primera, como presentación, donde se expone el nivel de lo por venir (¡agárrense a sus asientos!); los cuadros quinto, octavo, noveno y el décimo, con la exhibición individual de Ramos (aunque el juego de luces no termine de cuajar).
Aplaudamos estas nuevas visiones, aplaudamos el paso adelante sin dejar de mirar atrás, aplaudamos la necesidad de contar y de saber cómo contarlo en una compañía propia, con el riesgo que conlleva en estos tiempos (hasta que la censura acabe con todo); aplaudamos en definitiva a Antonio Najarro y su búsqueda de la belleza por encima de todo.
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