Beethoven, grano a grano en el Festival
La 'Novena', interpretada por una orquesta, varios coros y un director, todos granadinos, abrió la puerta grande
ANDRÉS MOLINARI
Viernes, 10 de julio 2020, 02:02
Granada, esta ciudad con nombre de fruta, con su cáscara coriácea y proclive al amargor, pero con sus granos dulces y evocadores de delicias, exprimió ... anoche su mejor zumo. Unas gotas por momentos ligeramente insípidas rozando la aspereza, pero casi siempre deleitosas por su fán y su propósito en aras de la música y de ser agradecidos. Era Beethoven, al que Granada le tiene dedicada sólo una discreta calle, allá por entre el Zaidín y la Ruta del Sol, pero cuya música nunca olvida su Festival, este año con motivo del 250 aniversario de su nacimiento. Y era su Novena. Palabras mayores.
Agridulce es la granada. Acíbar la muerte, de muchos fallecidos por esta pandemia, a los que el Festival ya recordó en su prólogo, cuando aún mayeaba junio, allí en la catedral. Y dulzor de vida, para los que siguen luchando por este don inefable, entregándoles la merecidísima Medalla de Honor del Festival a los sanitarios granadinos, médicos y enfermeros, y luego poniendo a media ciudad a proclamar, a voz en grito, un Himno a la Alegría. Que aquí nadie suspende la cultura, que aquí hay una ciudad con sus asperezas y sus mieles capaz de dar ejemplo a timoratos europeos y transponedores de fechas.
Poco importan detalles nimios que sólo desmerecen en la crítica más severa. Una OCG demasiado lánguida en los interludios, escasa de hallazgos, pero atinada en las entradas y briosa en los finales, aún arrancando del dique seco en el que tanto ha permanecido. Un cuarteto vocal esplendoroso, sobre todo ellos, y al arranque del himno, que lo es todo. Unos coros entregadísimos trasluciendo el trabajo de ese buen director que es Héctor Eliel, nombre de héroe troyano. Que anoche salíamos del asedio similar al de aquella guerra homérica para gozar, aunque enmascarillados, de esos destellos de teatralidad final, que hizo olvidar pasajes más emborronados y arpegios aquejados de turbidez.
La novena es lo primero
Por entre los oyentes se desparrama todo un linaje de opiniones sobre la Novena, unas muy elementales y obvias, y, por ende, muy reiteradas. Miguel Ríos, otro granadino más, en la neblina del horizonte que trazó el siglo XX. Pero hay otra Novena que reverdece con cada interpretación, con cada orquesta, con cada coro, con cada director. Ciertamente las condiciones de ejecución y de escucha que nos han tocado vivir en este veinte-veinte no son las mejores para aquilatar esto que digo. Miguel Ángel Gómez Martínez fue anoche un Nelson frente al pequeño invasor, un Hércules frente a la Hidra de muchos y cortísimos tentáculos.
Domeñó las dificultades sobrevenidas, trató de aprovechar la grandeza del coso palaciego para que las distancias sociales no castrasen calidades, hizo que la merma de plantilla no fuese letal amputación. Con su delgada batuta atinó a contener los escoramientos de la cuerda a los agudos y con su gesto sincero animó a todos en la difícil empresa. No obstante, y a su pesar, las posiciones un tanto antinaturales de los intérpretes en escena deshilvanaron algún empaste de la cuerda y lijaron el brillo requerido a los metales. Esta obligada elección oscureció un poco los matices rítmicos y las potencias acústicas del coro, que por otra parte estuvo correctísimo, en la lectura de la partitura, incluso en algún instante, rozando lo brillante.
Bien hecho. Disposición frente a indisposición. Música frente al monstruo de púas romas pero hirientes como amenazas. Ilusión, participación y profesión frente a las anfractuosidades del destino. Porque hablamos de Beethoven, el que con su quinta hizo del destino un actor sonoro que llama a nuestras puertas. Hablamos de Granada, que es capaz de remangarse a la tarea, de cantar a voz en grito, dos días seguidos, sobre la alegría de seguir viviendo, de agradecerle a los héroes de la sanidad su labor para mantenernos vivos frente al innombrable. Y, sobre todo, hablamos de música, la gran sanadora de las almas.
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