Voz y piano, una relación siempre a prueba
Andrés Molinari
Domingo, 16 de julio 2023, 23:51
Dos de los ciclos estelares de este festival son la voz humana, uno de los mecanismos corporales más sencillos en apariencia pero más difíciles de ... domeñar y afinar para deleite ajeno, y el piano, esa góndola sin Rialto que sigue navegando con prestancia por las salas de concierto. Para avenir entrambos protagonistas, ayer sábado, en el Auditorio Manuel de Falla, asonaron sus timbres, ecos y melismas, unidos de la mano por el repertorio romántico y sus estribaciones.
Angela tiene nombre de ángel pero es una fiera del canto. Apócrifos son, a buen seguro, los comentarios sobre su divismo calculado; más cifradas las opiniones sobre su fiato mesurado, su vibrato expresivo, su potencia impresionante, su peculiar estilo en el vestir… Poco que añadir. La soprano rumana posee una presencia rotunda, un estar con su pizca de pose y su átomo de engreimiento, un gesto locuaz de mímica tragicómica y aspaviento cantenido, lo justo para expresar cada sentimiento del texto que va leyendo. Porque su fama le nace de haber sido en escena Violetta o Mimí, Carmen o Tosca, Julieta o Manon. Ayer orilló sus heroínas de siempre, aunque al principio temimos lo peor, en la pieza de Giordani, con la voz sin calentar y el tono sin encontrar. Suerte que se fue viniendo arriba, en parte animada por la cizalla de los aplausos que le hacían saludar, sonrisa en ristre, entre pieza y pieza. Ella paseó del curvilíneo Paisiello hasta el romántico Schumann, parando en el siempre obligado Tosti, y desde el rococó Rameau hasta el juguetón Satie, siempre con la ópera como fondo referencial y evocador. Lástima ese fallo estrepitoso de la organización que quiso traducir los textos pero los proyectó sobre la arrugada cortina que no se leía un pimiento.
En estos recitales el piano suele considerarse secundario. Unas veces sustituye a la orquesta, si se evocan pasajes del teatro lírico, y otras da el tono para que entre su compañera, siempre un paso atrás como acostumbra el cónyuge morganático. Pero anoche Jeff Cohen elevó una pizca su cometido. No sólo cumplió con la función descrita, sino que se reservó un par de piezas para permitir a la vez el descanso de Angela y exhibir el trabajo de sus manos. Además del exigente Beethoven, y su mirada al bell canto, era indispensable Béla Bartók, con sus seis danzas populares rumanas. Un gesto de repetida complicidad con la nación de la que procede la soprano, su compañera en pie durante la velada.
Pronto nos seguiremos quejando del calor de julio, de la ausencia de festival en agosto, del erial cultural que nos espera en Granada. La monotonía se hará otoño y nunca sabremos si el festival de este año ha musitado lento o ha destellado fugaz, como el tiempo cuando nos es placentero. Un mes largo de apretados conciertos y un ir y venir, casi vertiginoso, de Bach a Ligueti y de Luxemburgo a Milán. Entre las voces, una será, para cada uno de nosotros, eco dibujante de nuestra nostalgia. Seguramente, para muchos, el elegido para ocupar tan personal anaquel sea el cantar prístino y suntuoso de la soprano Angela Gheorghiu. Ella permanecerá en nuestro recuerdo mientras se va consumiendo esta llama estival de hogaño, acunándonos largamente en este sueño agridulce al que llamamos vivir.
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