Festival Granada
Shakespeare entre cipreses y otros árbolesCuando se cede a la concesión, uno ve casi más teatro que danza, con un argumento difícil de seguir si no se sabe al pie de la letra la obra del inglés
Andrés Molinari
Sábado, 15 de julio 2023, 23:56
Dos noches para el derroche. El Hamburg Ballett repitió, viernes y sábado, su espectacular versión danzada de la genial obra cómico-onírica del genio de ... Stratford. En apariencia un blasón para el Festival. Pero yo siempre he desconfiado de rutilantes envoltorios, que suelen engañar al neófito y deslumbrar al incauto con su artificio, ocultando cierta falta de enjundia, en este caso de danza pura, que es el busilis de esas noches de Generalife, en las que sus cipreses, tan gemelos y marciales, lamentan su quietud frente a pavesas de arte que cada verano revolotean ante su espesura.
Otros árboles, con hojas de luciérnagas y tronco de ferralla, son movidos sin demasiado ardid por la escena, encabezando un derroche de objetos que entran y salen con los bailarines para preludiar y cuajar el epitalamio. Uno se deja llevar por esas guirnaldas para los esponsales, ese buqué sobre pedestales, esa chaise longue para la siesta, ese vestuario bien diseñado para diferenciar al aldeano del elfo.
Cuando se cede a la concesión, uno ve casi más teatro que danza, con un argumento difícil de seguir si no se sabe al pie de la letra la obra del inglés.
Innegable acierto al ensamblar la música de Mendelssohn con la de Ligeti. La primera usada donde debe y abusada para el fin de fiesta y para granjearse los aplausos. La segunda adecuadísima para las escenas oníricas, pero excesivamente largas, cansinas, incitación al sueño del espectador, lo que curiosamente nunca debería ser, a pesar de que duerman y sueñen los que se desperezan y zascandilean por el linóleo.
Entre el hartazgo, uno despierta de la somnolencia con ese graciosísimo sexteto de patanes, en torno al jocundo organillo, copia algo descarada (u homenaje) a similar escena en Mary Poppins. Y aprecia la difícil convivencia entre actuar y bailar. Si el mimo es descacharrante y la ópera italiana, en versión para pianola y hojalata, sirve de fondo a la escena más graciosa del final, la crítica sobre la danza sólo ve un afán por ocupar tanto el suelo como el vuelo, éste ya sea en brazos ajenos o en ramajes trémulos de lentejuelas. Y unos solistas más bien mediocres, alguno masculino francamente malo.
Una noche trasnochada. La coreografía de John Neumeier nos llega añosa, desde aquel último tercio del siglo XX. A su postín, no exento de cierta cursilería, le traen al pairo las corrientes estéticas que han ido y vuelto a lo largo de ese tiempo, desde la distancia estética hasta la sencillez de envoltorios para que centellee la esencia de las cosas, eso tan buscado y desnudado por el hombre desde que es hombre.
Cervantes, simétrico de Shakespeare hasta en el año de su muerte, ya puso en boca de don Quijote la recomendación que tantos olvidan: llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.
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