La otra Pasión, similar emoción
Andrés Molinari
Viernes, 30 de junio 2023, 00:09
Se hizo esperar. Pero al final Ton Koopman y su Amsterdam Baroque Orchestra and Choir nos depararon una noche emotiva y conmovedora. La espera no ... sólo incumbió al comienzo del concierto, aliviado por el agua que regalaban en la puerta, sino a la templanza de los músicos, que sin tiempo para calentar, comenzaron con tiples gritonas, algún instrumento despistado, el taburete sin ajustar… Pero la grandeza de los grandes está en luchar contra los molinos como si fuesen gigantes. Y Tom Koopman es el caballero idóneo para esta aventura solsticial que consiste en fulgurar la 'Pasión según San Juan' de Juan Sebastián Bach.
El patio del Colegio Santa Cruz la Real, que le negó eco y son al director del Festival, cuando pidió disculpas por el retraso, sin embargo le cedió toda su sonoridad escurialense al conjunto; algo seca por tanto vano devorador de matices, pero suficiente para que sonase certera esta orquesta de cámara y ese coro que ganaba afinación y tino conforme llegaba la medianoche y cantaba en gallo bíblico hecho pícolo. Innecesaria la comparación con la de San Mateo. Ésta también es Bach y en su boscaje de corales y recitativos el genio de Eisenach asimismo hace gritar al populacho la palabra Barrabás y describe con genialidad inigualable las lágrimas de San Pedro o la muerte de Jesús.
Tom dirige y da las entradas con el órgano como pupitre. Cimbrea su cuerpo, en apariencia débil. Alza los hombros para entusiasmar, aunque no tiene que demostrar la grandeza que desprende. Y mantiene las manos hacia el cielo, como en ese instante supremo que pone fin a la obra.
A su diestra, como el protagonista de la historia está sentado junto al Padre, Tilman Lichdi cargando sobre sus hombros todo el trabajo vocal de la obra, sin vacilar por el cansancio, sin una verónica que lo reconforte, sin caer en la tentación de exteriorizar sentimientos narrativos para la galería. Pocas pero brillantes intervenciones del contratenor Maarten Engeltjes y malos melismas de Kalus Mertens que desmerecen de un grupo tan preciso y de ese coro que subyuga con su grito de dolor o su balanceo de plegaria.
Con cuánto dolor iba abandonando la luna creciente el patio del colegio por la banda de estribor. Cuánto le hubiese gustado que Hanna, la soprano, hubiese tenido más intervenciones que las dos muy escuetas: voz de mujer en la noche con dos flautas barrocas dibujando su lontananza. Cuánta oración hecha filosofía entreverada con esta Pasión nacida de la teología. Nunca la tardanza fue tan liviana para nosotros porque esperábamos a Juan para cantarnos una historia de dolor y de resurrección a la que el tiempo le es indiferente.
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