Compañía Nacional: Danza y mescolanza
Andrés Molinari
Jueves, 6 de julio 2023, 00:41
Nueva noche de ballet por una compañía española y de nuevo una pequeña decepción. La Compañía Nacional de Danza, que hogaño dirige Joaquín de Luz, ... se esfuerza en demostrar que sabe bailar todo lo que se le eche. Es la costumbre de muchos conjuntos coreográficos al uso, que huyen del programa único o de la especialización y prefieren la miscelánea, tratando de gustar al menos en uno de los diversos palos tocados durante la noche.
A tu vera es ya una mescolanza. Un trío clásico de arco, arrinconado, acoge la guitarra errabunda que rasguea desde Sabicas hasta Mangoré y desde Sanlúcar a Víctor Monje. La deconstrucción del flamenco gusta por su concepto, aunque los bailarines responden más a formas de academia que a intuición propia y abundan los finales para la galería, esperando el aplauso explícito o intuido. También agrada la concepción escénica del decorado con una escala de Jacob hasta un cielo de luz cuadrada, usada con cierto temblor durante los cuarenta minutos de coreografía, pero transformada, con genio y buen hacer, al final, en trastes de un diapasón de guitarra con seis cuerdas tensadas por sendos bailarines que desean llegar a las estrellas.
Sara Calero tuvo unos instantes bien bailados, entre el desparpajo del sombrerito volador, las castañuelas en sordina, el abanico jacarandoso y los armarios de cuyo interior salen parejas bailando, queriendo decir más de lo pronunciado con sus cuerpos.
El Apollo de Balanchine con música de Stravinsky aleteó cerca de la corrección, en una coreografía varias veces vista en el Festival. Alessandro Riga a veces fue más Hércules que Apolo, aspaventó los brazos con aspereza y descasó su quehacer en el gesto argumental rodeado de tres muy correcta musas, cada una de ellas abandonando en el suelo su atributo material.
Sabedora de su mescolanza, la Compañía dejó para el final lo más espectacular, ahora ya sí con casi veinte bailarines en escena. Heatscape, de Peck sobre la música para piano de Martinú, se escora hacia el juego y la browniana dinámica del conjunto. De nuevo, como en toda la noche, lo masculino sobrenadando en protagonismo. Y confiando, en el liviano vestuario femenino, la gracia que por momentos les fue esquiva.
Una vez más lo académico brilló más que lo creativo y el juego acelerado que la elegancia de poses o la delicadeza de individualidades. La frialdad de los aplausos da buena cuenta de lo que digo. Aunque en Granada se aplaude hasta a una polilla nocturna que zascandilee sobre el linóleo y ante los cipreses.
La Compañía Nacional de Danza pasó este año por el Generalife sin pena ni gloria. Para destellar en el Festival de Granada, la corrección no es suficiente.
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