Blanca Li: buscadora de lindezas
Andrés Molinari
Domingo, 23 de junio 2024, 00:06
Blanca le gusta el negro. Insiste en un vestuario de noche sin luna. Al principio falda volantina, incluso en los hombres, y al final todos ... en bañador muy ceñido, pues de Mediterráneo va la historia. Color ausente en los atuendos y mucha penumbra entre los cuerpos. Blanca nieves. La frialdad acumulada al amanecer. Presagiando lo peor. Simplones músicos sin instrumentos y ambigüedad en las propuestas formales. Incluso alguna correndilla de esas que rellena coreografías hueras de incompetentes tan frecuentes. Pero no. Poco a poco el espectáculo se va viniendo arriba. Como Sierra Nevada en primavera, cuando la nieve se derrite y deviene en laguna. Entonces despierta la Blanca que nos deslumbra, coqueteando con la distancia estética, sí, pero amando hasta el extremo al agua como su compañera de trabajo.
Blanca salero. Porque el humor blanco amortigua un argumento cuando rezuma seriedad. Comicidad algo chusca en esos gestos exagerados cercanos a lo bufonesco y divertido juego entre los bailarines como niños felices. Siempre con el peligro de naufragar en lo circense. Y a punto estuvieron de hacerlo, con tanto patinar con el culo y deslizarse una y otra vez sobre el linóleo mojado al socaire de las fugas de Purcell. Además, abusando del espurreo cuando el desmelene. Blanca piel. Los instrumentos coreográficos de la noche: pechos desnudos porque la intención era la abstracción. Y no hay mejor forma de sugerir que dejándole a la piel que ella hable sola. Brazos activísimos como constante aspaviento de expresividad o como ramas vivas para esas bellas formas en estatuaria que brotan casi al final. Blanca armiño. Toda la coreografía está escrita con movimientos de tronco flexible y ondulaciones de madriguera. Una veces en el vuelo y otras en el suelo. El animal que huronea el agua quiere conjugar con el cuerpo todos los verbos del diccionario. Cazarlos entre sus gestos y atesorarlos en su troje, así entiendo la perseverante saluda y entrada de los bailarines entre los cipreses.
Blanca arco iris. Porque para el colorido cuenta sólo con diez bailarines: pocos para una noche de gala en el Generalife, pero suficientes para decirnos que le gusta más el grupo que los individuos y que el cromatismo sentimental lo reserva para un par de dúos sin recuerdo y un trío de mujeres muchísimo más trabajado y palmariamente logrado. Blanca es azul. La iluminación fue la otra coreógrafa. Un violeta para el dolor de la reina de Cartago, escorada a la izquierda del proscenio. Un cobalto para la barca del troyano, hecha de cuerpos, que dicen adiós deslizándose sobre lo húmedo. Agua añil de fondo y Blanca de bordes, como las olas sempiternas, porque a fin de cuentas, somos Mediterráneo.
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