En Alemania, desde Alemania
Andrés Molinari
Lunes, 15 de julio 2024, 23:29
En Berlín fueron los tres goles, que sonaron desde el Albaicín hasta la Alhambra. Y desde varias ciudades de Alemania, y la Austria cercana, llegaron ... hasta el palacio las tres músicas con las que concluía este 73 Festival de Granada.
Núremberg, y sus maestros cantores, dibujaron la obertura. La Orchestre National du Capitole de Toulouse, entre nerviosa y responsable, no atinó con la grandeza tudesca ni con la sonoridad germana de Richard Wagner. El metal muy áspero y descarnado, la cuerda casi inexistente, la percusión buscando efectos y todo haciendo presagiar que aquella no era una orquesta para la noche de la despedida. El director Tarmo Peltokoski bailando la partitura para sacar de donde no había.
Tres goles y cuatro canciones. Los cuatro últimos lieder del muniqués Richard Strauss. En escena la soprano Elsa Deisig y en la pantalla, donde antes se vieron los goles, ahora se derramaban, renglón a renglón, sus versos alemanes, acertadamente traducidos. Fue algo mejor pero poco. Ella muy concisa en el gesto, languidez de cuerpo y boca atenta a las vocales redondas. Voz linda, sí, pero muy escorada a la melancolía y con un fraseo exento de ese terciopelo que equilibra suavidad con tersura. La celesta aguijón y la orquesta algo desorientada, unas veces oscureciendo por completo la pequeña voz de la soprano y otras queriendo ser la protagonista sin conseguirlo.
Suerte que la segunda parte, como en un partido decisivo, el equipo mejoró notablemente. La novena de Antón Burckner sí fue broche, al menos de oropel, para esta edición del Festival. Los chelos más vibrantes que antes, las trompas, que se unieron al metal, ahora mucho más acertadas, con tan sólo un par de entradas en falso; el fraseo bien definido, hasta en esos pasajes brumosos que nos hacen fruncir el entrecejo. Cada conjunto instrumental bordando su minuto de gloria. Precioso el pizzicati y elegantísimo ese oleaje constante de sonoridades que va y viene, endiosado por la agilísima batuta del joven director. Sin olvidar ese trepidante seísmo, hipertenso corazón de la novena, cuyo rielo puso a prueba la sobria reverberación del anillo del palacio del Carlos V, quinto emperador de Alemania.
Mi estrambote se une con gusto a la voz de la minoría. Pregunté a los críticos madrileños y muchos me dijeron que el retraso del concierto por el fútbol no deja de ser una 'catetada ilustrada'. Un quintillero ya prepara la caroca del año que viene en la que se dice 'no pedir peras al moral'. Y uno reflexiona, no tanto como mi amigo Titos, sobre fútbol y cultura, y se pregunta qué escala de valores estamos apoyando en este país, en donde entrar al Museo del Prado cuenta la mitad que ver el Bernabéu vacío.
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