Un expreso de «te echo de menos»
Nerea Vilar Martín
Viernes, 16 de agosto 2024, 10:23
La puñetera taza.
No sé por qué no paro de pensar en la dichosa taza, no en ti, eso mi orgullo nunca me lo permitiría. ... Tal vez es el karma el que actúa en mi vida, o la crueldad más predilecta de la misma, pero sigo aferrada a ella, aun habiendo pasado ya siete meses y doce días. Me he vuelto esclava del impedimento de no poder desechar esa jodida cerámica, y no porque sea especialmente bella, de eso te encargaste tú para que no lo fuera; juro con toda mi alma que no podía existir una taza tan fea como esa, pero algo tenía, aparte de su indecoroso aspecto, que hacía que al mirarla solo sintiera ira.
Estoy segura de que mi rechazo a ella nunca fue por lo que significó en un pasado para nosotros. Dudo que fueran las discusiones por quién la había dejado sucia en la mesa de la encimera lo que causó nuestra separación; es decir, a fin de cuentas, solo era eso ¿no?, ¿una simple e inofensiva taza?
Puede que la culpable no fuera ella, puede que fueras tú, tú y tus dichosas manías, porque mira que había vajilla y tuviste que usar esa taza, cada mañana, creando así una rutina cuyo recuerdo convertiría mi vida en un constante martirio, porque sí, me recordaba al hogar, me recordaba a ti; a tu ausencia. Abusaste de esa taza como si en ella el café supiese más fuerte, como si el asa no estuviera ya resquebrajada de tanto uso y con cada movimiento de tu mano no amenazara con romperse para derramar todo su contenido sobre ti, como si esa fuera la única muestra física de que en mi piso de alquiler en Gran Vía vivíamos dos y no solo yo y mi querida gata.
Cada mañana, a la hora del café, recuerdo tu huida, y no imaginas lo que me jode que te fueras y dejaras una prueba para mortificarme y mofarse de tu ausencia, porque sí, siento al despertar cada día que tu taza me espía, que se ríe en mi cara cuando suelto de nuevo otra lagrimita, y juro que intenté tirarla, pero algo me lo impedía.
Y fue el día en el que hubiese sido nuestro aniversario, ese que ya no existía puesto que nuestra relación ya había pasado su fecha de caducidad, cuando, entre ansiedad y alguna que otra copa servida, estampé la taza contra el marco de la puerta de la cocina. Creo que aquel día lloré más que cualquier otro en mi vida y, como no es de extrañar, al día siguiente con mis ojos hinchados y mi mirada perdida compré pegamento y me obligué a luchar contra el temblor de mis manos para pegar cada pedazo de aquella vasija rota y resentida.
Hoy tomé el café en tu taza, pero el líquido se salía por una grieta.
-----
Hace tiempo que el dolor no me pilla desprevenida porque creo que algún pedazo de mi corazón se perdió cuando me rompí y me sentí sin vida; hoy el dolor se me escapa por la herida sangrante en mi pecho y dudo que algún día el amor se conserve en mi nueva defectuosa vasija. Gracias a ti aprendí que, con el corazón roto, uno nunca vuelve a amar igual.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión