«En el espejo veo a un desconocido con un aire inquietantemente familiar»
Entrevista con Andrés Neuman, que presenta esta tarde en el Centro Lorca su nueva obra, 'Anatomía sensible'
José Antonio Muñoz
GRANADA
Miércoles, 6 de noviembre 2019, 13:22
Andrés Neuman (Buenos Aires, Argentina, 1977) vuelve al papel tras la interesante novela 'Fractura', su lúcida reflexión en torno a cómo la mente es capaz ... de asumir la catástrofe y la pérdida, e incluso la catástrofe de la pérdida. Deja de lado la mente para centrarse en el cuerpo en su más reciente creación, 'Anatomía sensible' (Páginas de Espuma), que ha publicado hace escasas fechas y que presentará acompañado de Rosa Berbel (que va casi a presentación por día), esta tarde (19.30 horas) en el Centro Lorca.
–¿De dónde surgió la idea de escribir sobre las partes del cuerpo que aparecen en 'Anatomía sensible'?
–Quizá surgió del hartazgo que muchas personas sentimos ante los modelos oficiales de belleza, el bombardeo de la cosmética, el consumo en torno al cuerpo, la dictadura de las dietas, etcétera. Sabemos que eso puede llegar a trastornos, angustias o frustraciones, y solemos escuchar que habría que cambiar eso. Pero, para cambiarlo, hace falta intervenir en la imaginación, aprender a mirar nuestros cuerpos de manera diferente. Y eso implica también buscarles otra estética, su poesía rebelde. 'Anatomía sensible' quisiera contribuir a esa causa.
–Las pocas que han quedado fuera, ¿es que tienen poco de poéticas?
–He procurado incluir todas las zonas de la anatomía que el ojo puede ver, incluidas aquellas que los cánones tradicionales suelen omitir, corregir o invisibilizar. El libro procura hacer precisamente lo contrario: celebrar todo tipo de cuerpos y poetizar con humor nuestras zonas periféricas, esas que apenas reciben la atención del arte como el talón o el codo, los michelines, estrías o cicatrices… La inmensa mayoría de la gente no se ve reflejada en los patrones físicos imperantes, en el imaginario público del deseo ni en las representaciones artísticas. Cabría preguntarse: si no somos capaces de poetizar el 99% de los cuerpos del mundo, ¿qué demonios sabemos de poesía o de cuerpos?
–¿El cuerpo es trascendencia o solo inmanencia?
–¡Menudo intríngulis! Supongo que una mezcla de inmanencia biológica y trascendencia cultural. Porque nuestra relación con él es una fascinante mezcla entre naturaleza y prejuicios aprendidos. Más allá de la genética, desde la infancia nos enseñan un papel, unos comportamientos e incluso unos deseos, y jugamos a representarlos hasta que los asimilamos como esencia de nuestra identidad. Pero tendemos a olvidar ese origen ficticio, esa parte profundamente imaginaria de nuestra sensibilidad, y por eso nos cuesta ponerla en duda, cuestionarla.
–El cuerpo es un templo, nos decían. ¿Por qué lo descuidamos tanto?
–Bueno, digamos que a veces el templo puede llevarnos a un culto fanático, y ese es el problema. Lo asediamos con tantos dogmas, modelos y pudores, que terminamos perdiendo la fe en nuestra propia anatomía. A mí me apetecía más la fiesta pagana, la celebración de ese cuerpo con todas sus supuestas imperfecciones. Sería muy liberador rebelarnos con hedonismo contra la cultura del Photoshop, sus imposiciones y borrados. En estos tiempos de retoques y poses digitales, quizá sea hora de releer nuestro cuerpo tal como es, y aprender a amarlo con argumentos estéticos.
–¿Quién le enseñó a conocer su cuerpo?
–Eso es lo curioso: que, siendo algo tan evidente y estando tan presente en cada instante de nuestra vida, puede decirse que lo desconocemos bastante. Pienso que un conocimiento más razonable de nuestra corporalidad pasaría por entender, aceptar y respetar colectivamente sus cambios a lo largo del tiempo. Con el pretexto del cuerpo, no sólo damos rienda suelta a toda clase de prejuicios de género, sino que además discriminamos por edades. La industria audiovisual reprime permanentemente la realidad del cuerpo que envejece. Los lenguajes artísticos tampoco dejan mucho espacio para los físicos no normativos ni asociados a la extrema juventud. Es decir, para gran parte de la población. Ahí tenemos una laguna muy sospechosa. No podemos evitar la temporalidad del cuerpo, pero, ¿por qué no celebrarlo y poetizarlo en todas sus edades? Me gusta pensar que el tiempo va inscribiendo mensajes en la piel, que empiezan a ser bellos en la medida en que dialogan con los años. Podríamos construir un concepto de belleza que, como la energía, viviera transformándose sin desaparecer. Somos perfectamente capaces de mirar así la materialidad de las ciudades con memoria, por ejemplo. ¿No podríamos hacer lo mismo con los cuerpos que las recorren?
–¿Qué ve cuando se mira al espejo, un cuerpo o un escritor?
–Supongo que, como todo el mundo, veo a un desconocido con un aire inquietantemente familiar. La leyenda dice que los vampiros no se reflejan en los espejos… Bueno, la obsesión cosmética y la cultura del Photoshop han terminado borrándonos hasta tal punto que empezamos a ser una comunidad vampira, o más bien vampirizada. Ahí es donde entra trabajar el cuerpo que escribe.
–¿Se han agotado las metáforas de los dientes de nácar o el cuello de cisne?
–Además de agotadas y ñoñas, esas metáforas siempre han sido secretamente peligrosas. Cuando en la escuela nos enseñan qué es una metáfora o un símil, cuando nos dicen por ejemplo «dientes como perlas» o «cabellos de oro» o «piel de seda», se cometen varias barbaridades nada inocentes. Se educa a niños y niñas en un canon de belleza profundamente conservador. Se les enseña que esa belleza normativa está siempre vinculada al cuerpo. Y, para colmo, se les explica que el lenguaje literario confirma esos tópicos. Por eso me fascinaba la idea de jugar a deshacer poro a poro esos lugares comunes, y empezar a nombrarnos de nuevo de pies a cabeza.
«El libro empieza por la piel, que es nuestra aduana y frontera»
El libro empieza por la piel, «lo que nos expone y protege, nuestra aduana y frontera, nuestro campo de batalla y placeres. Ese capítulo fue uno de los últimos que escribí, porque me parecía de los más difíciles: al fin y al cabo, la piel está en todas partes». Sobre las páginas más delicadas de escribir, destaca «las referidas a las zonas que tradicionalmente suelen recibir más atención, las más sobrecargadas de miradas: hace falta un esfuerzo para observarlas desde una perspectiva fresca». Entre las que más le gustó escribir, 'Barriga soberana', 'Patrimonio del tobillo', 'La peca y el intersticio' o 'Panfleto de la nalga'.
Neuman espera que tras la lectura de su libro «el lector se lleve consigo otras ideas acerca de la belleza que transportamos. Una actitud un poquito más lúdica y más libre sobre el gozo del cuerpo, y una sonrisa de complicidad al asomarse a esa página que llamamos espejo».
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