«Los escritores que se exiliaron lo hicieron básicamente como un acto de dignidad»
La autora, que pasó su infancia en Granada, ha publicado 'Sin tiempo para el adiós', en torno a los autores europeos que sufrieron extrañamiento
José Antonio Muñoz
Granada
Domingo, 27 de junio 2021, 01:09
Mercedes Monmany (Barcelona, 1957), es una de las mayores conocedoras de la literatura europea en su conjunto. Pasó su infancia en Granada, y de ella ... dijo Claudio Magris que es «un halcón que todo lo ve con su agudísima vista». Ahora, tras contar la historia de tres escritoras presas en Auschwitz, ha decidido narrar la de los autores que partieron camino del Exilio, con mayúsculas, es decir, del éxodo masivo que sufrieron centenares de literatos europeos de primera fila en el convulso siglo XX. El volumen se titula 'Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX', (Galaxia Gutenberg) y es un muestrario de más de un centenar de vidas, muchas de ellas rotas por la nostalgia y la tristeza.
–El éxodo tiene mucho de literario. Véase la Biblia.
–Y Homero, Ovidio... Es imposible no hacer literatura del desgarro. Yorgos Seferis, que aparece en el libro, habla de 'La herida', y María Zambrano nombra las mil formas de dolor que arrastra consigo el exilio, llamando a los desterrados 'los borrados de la historia'. Nada hay más literario.
–Es una constante en las tiranías, la de maltratar la literatura.
–Lo es, sin duda. El poder soviético, el nacional socialista, la dictadura de Franco, designan quiénes tienen que vivir en un país y quienes tienen que marcharse. Aunque no haya listas, quienes están señalados lo saben, y toman el camino del destierro para conservar la vida, al menos, ya que los bienes materiales, sus profesiones, su casa, se vieron obligados a dejarlos atrás. Y quienes se quedaron, sabemos todos el final que tuvieron, en la mayoría de los casos.
–Y lo peor es que siguen existiendo esas fórmulas en pleno siglo XXI.
–Por desgracia es así. No hay distinciones entre las dictaduras del siglo XX y las del siglo XXI, como la Cuba o la Venezuela actuales; en Europa, Bielorrusia, y en Asia, Siria, por poner algunos ejemplos claros. En esos países se persigue la literatura disidente. Lo único que puede salvarnos es construir democracias que solo sean intolerantes con quienes incumplen la ley, y favorezcan la literatura escrita en libertad.
«No hay distinciones entre las dictaduras del siglo XX y las del siglo XXI, como la Cuba o la Venezuela actuales»
–¿Cómo está ordenado este maremagno de nombres y vidas que aparecen en el libro?
–He tratado de ordenarlos por origen, causas de la persecución –ideológica, política–, los secuestrados interiores, que están en el país pero son silenciados y no pueden escribir... No soy socióloga, sino crítica literaria, y por eso he intentado bucear en las razones de cada uno de ellos, las consecuencias de su acto, como influyeron en su obra... En definitiva, he tratado de ofrecer un panorama general sobre todos estos autores que fueron arrancados de su entorno a la fuerza.
–Cada uno de ellos tuvo un recorrido marcado por la persecución de que fueron objeto.
–Cada historia es distinta. Hubo quien partió de su país con un rumbo fijo, y ahí vivió el resto de su existencia –los Estados Unidos, especialmente–, y quien tuvo que ir huyendo de distintos países conforme los totalitarismos los alcanzaban. La inseguridad, el miedo, marcaron muchas de sus vidas, haciéndolas aún más complicadas. Al margen, claro, de que la mayoría de ellos vivieron una existencia absolutamente miserable, muchas veces sin lo mínimo para subsistir, comiendo o teniendo techo, a veces, gracias a la caridad de los amigos. Empero, hubo grandes obras que nacieron en el exilio, a pesar de ese dolor.
Bloqueos creativos
–Kallifatides dice en un momento dado que se ve incapacitado para escribir ficción, debido a las circunstancias que vive. Zweig se suicida. ¿Son vidas literarias truncadas por el exilio?
–Hubo muchas razones para el bloqueo creativo, y todas ellas lógicas, hijas del sufrimiento. En el caso de Kallifatides, el suyo fue un exilio político tanto como económico, ya que fue su padre quien le dijo que se fuera, para no acabar como él, perseguido y preso, o Vladimir Dimitrijevic, que huyó empujado también por su padre con apenas 20 años para no ser perseguido por Tito. En el caso de Kallifatides, un acreditado escritor de novela negra con gran éxito en Francia, echó mano de sus dotes de memorialista para regalarnos una literatura muy rica en este género, pero no siempre fue posible para otros autores, a los que el exilio les arrebató también su escritura.
–Hubo algunos escritores, no muchos, que, lejos de lamentarse, decidieron luchar. ¿Cuáles han sido sus motivaciones?
–Arranco mi libro con una figura simbólica: Klaus Mann. Y hay quien me pregunta por qué él y no su padre, el gran Thomas Mann, figura simbólica de la emigración antinazi. Le escogí porque le considero el gran activista de la emigración. Él se impuso la tarea de luchar contra el nazismo desde el exterior, reuniendo a los exiliados, ofreciéndoles un sentido a su vida. Al mismo tiempo, creó revistas, propició un debate internacional en torno a la barbarie nazi... Y todo esto, desde su condición de apolítico. Quienes decidieron luchar, lo hicieron por considerarlo justo, y por solidaridad con quienes habían sufrido su misma suerte. E insisto, no todos lo hicieron desde la política.
–¿El exilio fue un acto de valentía, de cobardía, de realismo?
–Básicamente, los autores de los que hablo se exiliaron por un acto de dignidad. No se deben aceptar los totalitarismos nunca.
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