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Ana Tomás García
Martes, 22 de agosto 2023, 23:51
De un tiempo a esta parte, una red social concreta se ha llenado de anuncios de casas en venta. Casas de particulares, hogares reales de ... incautos que creyeron un día, el día de la firma de la hipoteca, que aquella casa era suya, la suya, su casa. A mí me gustan esos anuncios, sobre todo si hay muchas fotos. Adoro entrar en el templo sagrado que es un hogar, pero así, como un voyerista, a escondidas, sin conocimiento de los dueños, porque siempre me dio pudor ver los interiores de una casa por más que me invitaran a ello, entre otras cosas porque la cortesía te coacciona a la hora de encontrar defectos y criticarlos. De esta manera, nada me lo impide. Escrutar cada foto, cada rincón que se muestra desde todos los ángulos posibles, es fantástico. Es un viaje alucinante a través del gusto y el poder adquisitivo de los habitantes. Observar con atención puede ofrecer un perfil determinado de esas personas que no conoces de nada, pero a las que te atreves a conjeturarles una personalidad, y sí, es divertido.
Al principio empezaron a anunciarse los más valientes. Estos solían ser, aparentemente, de clase media, tal vez con menos prejuicios a la hora de enfrentarse al qué dirán, ya que apenas aparentan. Luego, animados por la repercusión mediática de la red, se dejaron caer con timidez los primeros de clase más alta, aparentemente; porque los hay que guardan las apariencias hasta el último suspiro así se estén ahogando. Y la cosa ya empezó a ponerse más interesante, porque la decoración es todo, y existen cuantas posibilidades pueda cada uno comprar. Y la red se convirtió en un escaparate infinito, en un caleidoscopio maravilloso.
Y qué quieren que les diga, yo, como un cerdito que se revuelca en el lodo, chapoteo con curiosidad en cada anuncio que se posa ante mis narices con ansias de saber de qué color será el edredón de la habitación principal, si los accesorios del baño pegarán con las cortinas de la ducha y la alfombrilla, o si en la terraza habrá suficiente espacio para unos cactus. Claro, también hay quien hace las fotos de un borroso que no tiene perdón. Digo yo que, si lo que se quiere es vender el producto, ya podían poner un poco de empeño en que luzca bonito; y no, una foto borrosa no muestra más que un lugar sin matices, no se distinguen los adornos sobre las estanterías, no se sabe si el retrato sobre la consola es de una novia o de una niña de comunión, y lo que es peor aún, no hay manera de saber si las revistas que hay sobre la mesita auxiliar son de moda, científicas o de chismes del corazón.
Los mejores son los metódicos, esos que antes de hacer la sesión han hecho desaparecer el desorden, creando una atmósfera de catálogo, de lugar y objetos que lucen como si tuvieran vida propia, sin necesidad de habitantes accesorios; destacando ornamentos de puro diseño en colores fríos que le otorgan carácter a la estancia, alfombras de pelo largo impolutas, de esas que no se pisan para que no se estropeen, lámparas futuristas y formas geométricas que te sumergen en una atmósfera de ciencia ficción. También los hay de un optimismo insólito, que derrochan alegría por los pasillos y cuartos de baño, llenándolos de colores flúor, como si una primavera perenne se hubiera instalado y hubiera salpicado todo de exóticas flores de colores eléctricos, desparramando cojines fucsias, limas y turquesas por doquier y mezclando budas con lámparas turcas. A ver, también hay quien no le pone ni un triste paño por encima a la pata de jamón que está en la cocina y es a lo primero que va siempre el ojo, por muy de madera maciza que sean los muebles y haya una nevera combi 'no-frost' de doble puerta estilo americano como estrella principal. Lo que está empezando a sacarme de quicio es un elemento recurrente que me está resultando perturbador: Audrey Hepburn. Audrey Hepburn en el dormitorio; Audrey Hepburn en el salón; Audrey Hepburn dando la bienvenida en la entradita, en el rellano de la escalera; Audrey Hepburn tapando el cuadro de la electricidad, en fundas de edredón, en trípticos, en espejos, posavasos, en murales… Muchos la sustituyen por Marilyn Monroe, también por perspectivas de Londres, Nueva York o San Francisco… Cansino. Y perturbador.
Capítulo aparte merecen esas casas que son de herencias, las que están allí, en los pueblos; las que fueron de los abuelos y después se disfrutan en vacaciones o fines de semana. Las que permanecen ancladas en el tiempo y en donde da lo mismo ocho que ochenta. Esas donde van a parar todos los muebles que se van renovando, creando un popurrí de estilos aberrante, donde los sillones de cretona le dan codazos a las butacas de 'escay' alrededor de la mesa camilla; donde de las paredes cuelgan retratos de varias generaciones de ancestros y los sanitarios del baño dejaron de fabricarse hace décadas. En este apartado también caben las viviendas que han sido alquiladas a estudiantes o a extranjeros, amuebladas con poco tacto, con lo imprescindible y más barato, donde también se conjugan varios estilos en pos de evitar sobrecostes y hacer uso del reciclaje.
En fin, que soy un cotilla, un curioso, un psicoanalista de los espacios ajenos, un crítico de interiores privados con licencia para hacerlo, con invitación VIP, con barra libre para fantasear a mis anchas, y eso es lo que hago, aunque confieso que husmear entre las intimidades de la gente también me provoca cierta desazón, yo que sé… También podría ser un ladrón, un chiflado, un psicópata… Detalles a tener en cuenta.
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