

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Rocío García
Sábado, 26 de agosto 2023, 00:04
A mis bien amados progenitores, Leonardo y María Ángeles de las Nieves, Condes de Cilandro, Grandes de Castilla y Aragón y de las Américas, por ... la gracia de sus majestades los Reyes Católicos de las Españas.
Permitidme expresar infinita gratitud por velar mi privilegiada existencia en este mundo traicionero y rebosante de dolor, rencores, odio y penalidades. Esta carta, que recibiréis de nuestra fiel nodriza Urraca, será la primera y última debido a causas ajenas a la voluntad.
Nubló, llovió y tronó la mayor parte de la travesía por las interminables aguas costeras. Así que, recluida en el camarote, oré por un viaje sin más contratiempos, intrepidez para cumplir con agrado a vuestros ojos la misión encomendada y un benigno futuro si Dios, Jesucristo y la Virgen María así lo deseaban.
El palacio real de Enrique VIII, rey de Inglaterra y señor de Irlanda, resplandece tan exquisito como las fortalezas de los reinos de la Corona de Castilla y Aragón. Presté atención a los modales, ropajes y peculiaridades de la nobleza. Las damas visten de forma muy diferente y los caballeros parecen menos elocuentes, alejados como están de las principales cortes europeas.
Me sentí juzgada por los mil ojos que rebasé a medida que avanzaba por la sala del trono y de recepciones. Caminé con gracia: pies ligeros, espalda recta, cabeza en alto y mirada baja, tal y como se espera de una honrada doncella. En cuanto el chambelán pronunció mi nombre, su Alteza sonrió:
—La doncella Juana de los Ángeles, hija de los Condes de Cilandro, recién llegada de tierras aragonesas. Demos todos la bienvenida a la nueva dama de compañía de la reina Catalina.
—Mi Señor y Señora —exclamé, sin alzar los ojos, con una fina reverencia.
La vida en la corte de los Tudor abruma. Pobre de mí que, debido a la juventud e inexperiencia en los asuntos mundanos, apenas abro la boca. Las oportunidades de disfrutar del exterior son escasas. La niebla y la llovizna reinan día y noche. Aquí no hay sol, sino lucero. ¡Cuánto echo de menos la claridad, el calor y la alegría!
Las damas de habla castellana compartimos afectos y confianza a partes iguales. Todas nos desvivimos por nuestra Reina, a la que procuro complacer, en la mayor medida posible, sin perder detalle de todo lo que acontece a mi alrededor, tal y como ordenasteis.
Sus majestades, que Dios los tenga en la gloria, se prodigan un amor casto y profundo. Sin embargo, el atractivo rey alienta fervor por la belleza y los encantos del sexo débil. ¡Dios me guarde de no llamar su atención! Galante en grado máximo, no escatima esfuerzos, palabras ni acciones para seducir a las doncellas y mujeres casadas de la corte.
En incontables ocasiones, mi graciosa señora Catalina se retira despechada. Solo la fe en la santísima Virgen María conforta su alma. Exige soledad para entregarse a la oración aunque, con frecuencia, nos pide que la acompañemos en las súplicas para conseguir la bendición de un perfecto varón. De todos es bien sabido que su castigado cuerpo no alberga nuevas esperanzas y que sus malogrados descendientes alzaron el vuelo. ¡Mi virtuosa Reina, tan desdichada!
Ruego disculpéis mi atrevimiento, pero exigisteis ser informados de cualquier detalle. Pues abrid bien las orejas: la reina está encinta de cinco meses. La corte murmura acerca de su estado de gracia y la maldición que se cierne sobre el ansiado heredero. Os aseguro que nunca conocí dama más diligente con su futuro bebé.
Lamento añadir los hechos que voy a relatar a continuación. Me extrañó que sirvieran, con manos temblorosas, a mi señora Catalina una infusión de hierbas. Observé que torcía el gesto ante el penetrante olor y amargo sabor del brebaje. Me acerqué intrigada y descubrí, escandalizada, un olor familiar. Supliqué que no bebiera más. «¿Cómo te atreves?», respondió. «Es ruda, mi Reina —susurré al oído—, una sustancia enemiga del estado de buena esperanza». «¿Por qué estáis tan segura?», reaccionó sorprendida. «Mis padres me instruyeron bien», afirmé con una reverencia.
Queridos padre y madre, espero que el Altísimo os guarde salud y bienestar por muchos años. Temo por mi vida, que encomiendo a vuestras oraciones. Me atormentan los pasos, susurros y resuellos acechantes en los momentos de soledad. Registro la habitación por la noche y me desvelo acongojada. «¿Quién va?», pregunto y nadie responde.
Una vez más, os agradezco la confianza depositada en mí y la oportunidad concedida para exhibir coraje en tierras extrañas. Nuestra amada Catalina es una persona excepcional. Moriría por ella. ¡Que Dios y la Virgen María salven y guarden a nuestros reinos en el seno de la Santa y Apostólica Iglesia de Roma por toda la eternidad!
Con infinito amor filial se despide vuestra humilde Juana de los Ángeles de la muy noble e ilustre casa de los Condes de Cilandro, Grandes de Castilla y de Aragón y de las Américas por la gracia de sus majestades los Reyes Católicos de las Españas.
Londres, en el tercer día de junio, año de nuestro señor salvador Jesucristo de mil y quinientos y trece.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.