Conciencia
fernando martínez lópez
Martes, 19 de julio 2022, 00:16
¿A qué esperas? Sostienes la pistola, una Beretta que en tu mano es puro movimiento sísmico, lo que demuestra que siempre has sido un ... baladrón, que no eres sino mera impostura. Deberías tener cojones, sí, pegarte el cañón a la sien, apretar el gatillo y no preocuparte de que tu camareta se pringue de sangre y masa encefálica. En realidad, se acabarían tus preocupaciones para siempre, dejarías de darle vueltas como haces desde aquellos días en los que el aire se impregnó de un aliento mefítico, dejarías de estar ajumado en tu tiempo libre intentando que el alcohol disuelva ese tumor que has engendrado en tu conciencia, el que ahora palpita con fuerza redomada desde que has leído esa noticia en el periódico. Ahí lo tienes, Giovanni, sobre la cama. Uno de tus compañeros te lo comentó: «habla de ese cabrón que no encendió la luz del faro. Échale un vistazo, se entiende aunque esté en español», y lo has leído descifrando con cierta torpeza un idioma que no es el tuyo, pero que se parece, ¿no?, español e italiano, hijos del latín. Deberían estar hermanados, pero tú, entre otros muchos, te has encargado de que no sea así, que surja entre quienes practican uno y otro una violencia demente como solo se da en tiempos de guerra.
El periódico. La noticia.
Comenta que Anselmo Vilar, el farero de Torre del Mar, ha sido fusilado junto a la tapia del cementerio de Vélez Málaga. Su delito: no encender el faro durante dos noches evitando así la masacre nocturna de los que se agolpaban junto a él, esa masa humana, decenas de miles, que huían de Málaga en lo que ha venido a llamarse la Desbandá. De día era fácil liquidar a una población civil indefensa, pobres gentes aterradas, a pie, en carros, en camiones que circulaban por la carretera de la costa en dirección a Almería, y tú recibiendo las órdenes, disparar a matar, que tableteen las metralletas, y el horror, los cuerpos abatidos con un estertor sanguinolento al impactar las balas desde los aviones alemanes e italianos, como el tuyo, tu Fiat CR-32 que era como el ángel exterminador abismándose desde las nubes. Sí, ya sé que llorabas cada vez que reiniciabas la maniobra, cada vez que tus metralletas escupían proyectiles, cada vez que pensabas que para eso no te habías enrolado en el ejército, eso no era una lucha limpia, era como pisar hormigas dejando sus tripas desparramadas. Pero ¿qué podías hacer? Tenías que obedecer órdenes, eres un soldado, aunque las impartan unos hijos de puta como algunos de tus mandos o Queipo de Llano con sus arengas caníbales, y disparabas, y matabas, disparabas, matabas... No había alternativa, ¿cierto? O tal vez sí, porque el farero también pudo pensar que no la tenía, que si no alumbraba el faro para que vuestros aviones se desorientaran también podría acabar en el paredón como en efecto así ha sido, pero él tuvo agallas, apostó su vida por salvar la de muchos, no fue un adocenado como tú que bien podías haber torcido el rumbo de tu Fiat y, quién sabe, haber aterrizado en algún lugar remoto de África para perderte entre el polvo del desierto, pero al menos no convertirte en un asesino, porque eso es lo que eres, eso es lo que te está crucificando desde aquellos infames días, lo que te mortifica en esta tierra sedienta que se ha regado con la sangre de los inocentes. Venga, a qué esperas, muestra el coraje que no tuviste entonces. Eso haces, apuntas la Beretta a tu cabeza, doblas con fatiga el dedo índice sobre el gatillo, ya te imaginas ese proyectil del calibre 9 mm rotando con precisión geométrica en el ánima del cañón, saliendo, perforando a cámara lenta primero tu piel, luego el cráneo y finalmente el cerebro, presiona el dedo, venga, Giovanni, un poco más, joder, no dudes ahora que puedes dar fin a tu tormento para los restos.
Vaya, no puedo creerlo, has dado marcha atrás. Ya te lo dije, eres un baladrón, un jactancioso que presume de valiente cuando no eres más que un vulgar cobarde. De acuerdo, no tendrás el encuentro adelantado con la Parca, pero te aseguro que de poco te va a servir, que llevarás por siempre los ojos de tus muertos hincados como clavos en la conciencia.
Que el cielo se apiade de ti.
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