Circo del Sol: sombras, zanganeo y mucho disfraz
Muchos trapecio y volatín, tal vez demasiados. Mucho tubo, mucho cable, mucho cuerpo encaramado haciendo proezas indescriptibles
Andrés Molinari
Sábado, 16 de diciembre 2023, 00:11
¡Qué diferencia con los circos de antaño! Dolorida la nostalgia y bienvenida la modernidad. Aquella carpa arenosa con presentador enlevitado en negro, aquel domador ... que metía la cabeza en la boca del león, aquella señorita haciendo cabriolas sobre caballos blancos al trote… La corrección animalista de hogaño, a veces algo pazguata, ha sustituido todo animal de verdad del circo sempiterno por animalejos de mentira: escarabajos pataleando cara arriba, imagos con antenas de alambre terminadas en canica, crisálidas que se desperezan despojándose de sábanas en vez de epidermis.
Así es el Circo del Sol. El que visa Granada en los días con menos horas del astro rey, pero que colma y desborda de vatios la cancha del Palacio Municipal de Deportes. Un circo precedido de una fama, para unos merecida y para otros excesiva. Un calculado equilibrio para que la mencionada ausencia de temas del circo clásico se compense con la indiscutible calidad de algunos de los números exhibidos. Una acertada sintaxis de actuaciones personales realmente sorprendentes, entreveradas con una cantante que va y vuelve, unos payasos cuya gracia es la onomatopeya y unos danzarines que bailan el rap en pandilla o huronean desde las ventanillas que se abren y se cierran, cual boca de hormiguero, en el círculo escénico, siempre decorado con sombrajes y juegos de caleidoscopio.
Muchos trapecio y volatín, tal vez demasiados. Mucho tubo, mucho cable, mucho cuerpo encaramado haciendo proezas indescriptibles, eso también es verdad. El malabar reducido en un muy habilidoso bailador de diábolos. Nubes de langostas que animan la función entre los repetidos acróbatas y un único contorsionista. Los amores entre la oronda payasa coccinela y el artrópodo verdoso logran salvar su gracia, cuando ya está a punto de agotarse por repeticiones y falta de ingenio, invitando al público a subir al escenario. Como suele suceder, el invitado es mejor que el profesional.
Todo amparado por un vestuario rico, riquísimo, rutilante, cegador… que, como siempre, en el teatro, sirve para encubrir lo que se quiere ocultar y para deslumbrar mucho, embaucar un poco y enjoyar de apariencia tanto lo bueno como lo mediocre. Y un maquillaje que no deja de evocarme la cara blanca, enharinada, del clown triste que se desvanece en la memoria del tiempo.
Los muchos niños que, estos días, ven el Circo del Sol, rellenarán su idea de circo con este dispendio de disfraces, estos sombrajes de leds sobre la tarima y ese zanganeo de cuerpos que rebotan sobre camas elásticas o crepitan entre trapecios de sube y baja. Son los nuevos tiempos, un nuevo circo, el 'más difícil todavía' que se renueva con su mejor marchamo de calidad.
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