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Foto de familia de los curas obreros y creadores del documental antes de la proyección. RAMÓN L. PÉREZ
El Centro Lorca, escenario de un cálido homenaje a los curas obreros de la Transición

El Centro Lorca, escenario de un cálido homenaje a los curas obreros de la Transición

La proyección de 'De la cruz al martillo' llenó el auditorio del Centro Lorca, que aplaudió el film y participó en el coloquio posterior

EDUARDO TÉBAR

GRANADA.

Sábado, 26 de enero 2019, 03:06

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Descendieron del púlpito para remangarse con los de abajo. Abandonaron el refugio íntimo del oratorio para participar en el calvario estridente de los excluidos. Asumieron que el amor está en la calle, en el pueblo. Eran los curas obreros. Y no fueron pocos: en torno a 800 sacerdotes pelearon por las libertades desde el tardofranquismo hasta los primeros años de la democracia. Tiempos de contracultura: estos clérigos renunciaron a su salario oficial para vivir y trabajar con los más necesitados, pero ni la Iglesia ni los laicos de izquierdas aplaudieron el gesto. Al contrario, el nacionalcatolicismo respondió con represalias, cárcel y multas.

Maldecidos en su momento, varios de los protagonistas de esta historia fueron recibidos como héroes ayer por la tarde, entre aplausos y lágrimas, en la presentación del documental 'De la cruz al martillo', en el Centro Federico García Lorca, al que siguió un coloquio preñado de confesiones. No en vano, Granada fue, junto con Sevilla, uno de los bastiones que retrata con crudeza y ternura la película producida por Plano Katharsis con la participación de Canal Sur. Episodios como la huelga de la construcción de 1970 o el encierro en la Curia granadina en 1975, así como la creación del Sindicato de Obreros del Campo, además de diversos amotinamientos y ocupaciones de fincas a finales de los setenta y comienzos de los ochenta fueron objeto este viernes de sangrante recuerdo en primera persona.

«No queríamos vivir de la religión», decían en las páginas de IDEAL en 2005 -como bien rememora el filme- Antonio Quitián González, José y Manuel Ganivet Zarcos y Ángel Aguado Fajardo, cuando publicaron el libro 'Curas obreros en Granada', un objeto de culto ya descatalogado y por el que se pagan cantidades considerables en el mercado de segunda mano. La cinta que ayer pudo descubrir el público granadino recoge reflexiones emotivas de religiosos como Antonio Quitián, Ángel Aguado, los hermanos José y Manuel Ganivet, Elías Alcalde, Enrique Priego y Esteban Tabares, con la exmonja Encarnación Olmedo o el teólogo José María Castillo, a la vez que se deslizan los argumentos de los exdirigentes del PTE Isidoro Moreno y Francisco Casero, el expresidente nacional de la HOAC, Alfonso Alcaide, y la historiadora Basilisa López.

La rama granadina, que es la que abarca la primera parte del relato, contemplaba el resultado de la obra audiovisual 'De la cruz al martillo' en primera fila. Y el recinto, lleno, incluso hasta en la parte de arriba. Entre la audiencia congregada en el Lorca, abundancia de familiares, familia de familiares, amigos, curiosos, versos sueltos, personas a las que, aunque fuera de refilón, algo les toca esta epopeya ahora reconocida. «Se está haciendo justicia poética con ellos», murmuraba un grupo en la puerta de la Romanilla. «Estos hombres pasaron verdaderas fatigas con mis tíos y mis abuelos», comentaba Luis, uno de los asistentes, a IDEAL. «Poco ha cambiado la Iglesia. ¡O quizá se están poniendo peor las cosas!», señalaba Luisa. «Ni pecadores católicos ni más papistas que el Papa. Los curas obreros eran personas normales, como todos nosotros. Lo que ocurre es que ellos tuvieron que ser valientes para ser normales», remataba Juan, parafraseando a Caballero Bonald.

Cuidada producción

'De la cruz al martillo' es una producción dirigida por José Antonio Torres, encargado también del guion, con la dirección de contenidos a cargo de Rafael Guerrero, director del programa 'La memoria' en Canal Sur Radio y RAI, y realizado por Pablo Coca con música de Pablo Páez. Una indagación estremecedora. Sobre todo cuando la memoria hace clic a través de fotos en blanco y negro, recortes de prensa en sepia e imágenes de exclusión social grabadas en Super 8.

El movimiento de los curas obreros surge en la Segunda Guerra Mundial, en 1944. Como tantos otros signos de avance, el fenómeno brota en Francia. Los sacerdotes de la posguerra estaban, literalmente, en las antípodas de todo aquello. Resultan claves las figuras de Tomás Malagón y Guillermo Rovirosa, fundadores de la Hermandad Obrera de Acción Católica, que imparten a los seminaristas la asignatura de justicia y acción social. Ellos importan a España ese humanismo ético y espiritual ligado al pensamiento desarrollado del país galo. La premisa: la vida y la dignidad de cualquier trabajador, y de todo ser humano, estaba por encima de lo demás. Creían, por ejemplo, creían en el destino universal de los bienes y en el justo reparto de los recursos, por encima del derecho a la propiedad.

«La intuición genial de los curas obreros», barrunta el teólogo y exjesuita José María Castillo, «consiste en caer en la cuenta de que no bastaba con ayudar a los necesitados, sino compartir la vida con ellos». El granadino Manuel Ganivet, muy participativo en la película, sostenía que quería ser cura, «pero trabajando, no cobrando de cura sino viviendo de mi sueldo». Lo mismo que Antonio Quitián, al que despedían allá donde echaba jornadas cuando la empresa descubría su condición de religioso. Ganivet aireó más de una picardía: «Los capítulos que nos decían que no se podían leer eran los que leíamos primero». Una actitud, en parte, influida por el contacto de libros franceses como 'Francia, país de misión' y 'Diario de una misión obrera'.

Tachados de subversivos, los curas obreros iban a lo suyo. O sea, a lo de todos los desheredados. «No necesitábamos virgencitas, rosarios ni procesiones, sino soluciones para una vecindad que pasaba hambre», recalcaron ayer en el Lorca. Su pensamiento invertía el nacionalcatolicismo rampante: «Los valores del cristianismo podían casar con la clase obrera». Ante la disyuntiva de consensuar una postura sobre la propiedad privada y los medios de producción, optaron por el «comunitarismo». Y no fue fácil: «Los obreros veían a los sacerdotes como agentes del nacionalcatolicismo y, por tanto, guardianes del régimen». La mejilla de Ganivet se humedeció al recuperar los pasajes de la huelga de 1970. Tampoco eran conscientes de su carácter revolucionario: «No había nada sobre lo que hacíamos. La teoría la trajo luego la corriente latinoamericana». En cierto modo, tras cuarenta años de dolor, ayer cicatrizaron muchas heridas en Granada.

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