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Coral del Castillo Vivancos
Miércoles, 30 de agosto 2023, 00:13
Natalia caminaba de prisa, no le importaban la lluvia ni el viento que le dificultaban tener abierto el paraguas, quería llegar pronto a su casa ... porque hoy esperaba carta, su novio era marino mercante y pasaba fuera tres y a veces hasta cuatro meses, y aunque hoy ya se contaba con las videoconferencias, muy de tarde en tarde las utilizaban, los dos eran unos apasionados de las cartas, él podía detallarle casi día a día sus rutas, los lugares que visitaba, las gentes y costumbres que iba conociendo, y ella según iba leyendo veía esos paisajes, sentía el frío de las olas en su cara, saboreaba las exóticas comidas y hasta jugaba con los niños indígenas de los que a veces le hablaba su novio, escribía tan bien y se lo contaba todo con tanto realismo y colorido que, cuando volvía de esos viajes, ella a los pocos días ya estaba deseando que se fuera otra vez para poder seguir recibiendo esas cartas que le hacían más llevadera su rutinaria y aburrida vida.
Llegó a su casa, abrió el buzón, pero no había carta, ¡qué raro!, ya llevaba varios días de retraso.
Volvió a la calle y pensó ir al cine para distraerse en su espera, se dirigió a unos Multicines, miró las carteleras de las distintas salas y se decidió por una cuyo título parecía pensado especialmente para ella: 'En los mares del sur', basada, según leyó en la publicidad, en el libro del mismo título de Robert Louis Stevenson.
Era un día entre semana y había poca gente en la sala, mejor, pensó Natalia, así podía elegir butaca. Desde las primeras escenas se sintió feliz, iba a disfrutar y hasta presentía que el argumento la iba a llevar a lugares muy parecidos a los que su novio le describía en las cartas.
Iban pasando los minutos de metraje y su identificación con los paisajes, gentes y sucesos que iban desfilando ante sus ojos era cada vez mayor, no solo los reconocía, sino que se anticipaba a la historia, todo lo que estaba viendo era idéntico a lo que su novio le describía en las cartas, hasta los nombres de los personajes eran los mismos, no era posible, la película parecía un calco de las cartas de su novio, lo único que no reconoció fue el final, la película terminaba en la isla de Samoa donde Stevenson murió y está enterrado.
Aturdida salió del cine, deambuló mucho rato hasta que el frío y la oscuridad de la noche que había llegado arteramente la devolvieron a su casa.
Al día siguiente tampoco hubo ninguna carta. Extrañada todavía por las coincidencias entre la película y los viajes de su novio, así como por su ya largo silencio, decidió ir a su piso y preguntar a su vecino por él.
Sabía que no tenía familia, al menos es lo que él le había contado. Que había nacido en un pueblecito de la costa, y de ahí su vocación de marino, era lo único que conocía de su vida, nunca le había interesado preguntar nada más. Ella tampoco tenía familia y para los dos era suficiente el otro.
Llegó a su casa, tocó en el interfono, nadie contestó, pulsó el del vecino, se identificó y rápidamente le abrieron. Se conocían de vista, el vecino le comentó que cuando su novio se fue le dijo que quizás tardaría más esta vez en volver, y dejó una carta para ella.
Natalia, llena de confusión y temor, bajó a la calle, se sentó en un banco próximo, miró bien el sobre por si había remite, pero solo estaba escrito su nombre: Natalia. Lo abrió con miedo, pero también con alegría: por fin, fuera lo que fuera, sabría de él. No hay nada peor que la incertidumbre. Bueno, sí hay algo peor, pero no quería ni pensarlo. Empezó a leer y en cuanto vio las primeras líneas lo entendió todo: la película, sus viajes, sus cartas... No era marino, en realidad solo salía de su pueblo en la costa para encontrarse con ella en la ciudad. En el pueblo tenía una pequeña librería en la que predominaban los libros de viajes y aventuras, cuando la conoció y ella le habló de su triste y aburrida vida, él pensó en crear una vida diferente para los dos, se inventó su profesión de marino por lugares exóticos y con la ayuda de Robert L. Stevenson imaginó viajes imposibles para ellos, pero posibles en esa nueva vida que habían empezado juntos, ella leyendo sus cartas y él leyendo y copiando la novela 'En los mares del sur'. Incluso ya tenía elegido el siguiente libro, porque estaban llegando a la cuarta y última parte del relato de Stevenson, pero cuando iba a empezar a mandarle cartas de esa parte cayó enfermo, de ahí la ausencia de correspondencia. En ese tiempo tuvo que ir a la ciudad para visitas médicas y una de las veces, presintiendo que tardaría en volver, le dejó a su vecino la carta que estaba leyendo. Se despedía con las mismas palabras que escribía al final de cada una de sus cartas: «Todo lo que pido es un cielo sobre nosotros y un camino a nuestros pies», frase algo cambiada que ella más tarde encontró en otro libro de Stevenson.
Natalia leyó y releyó la carta y tomó una decisión. Al día siguiente ya estaba en el pueblo, preguntó por la librería, la encontró cerrada, un joven que pasaba por allí le informó de que el dueño había muerto la semana anterior. Sintió como si un globo estallara en su cabeza y, sin saber cómo, se vio delante de una tumba en la que habían escrito estos versos como epitafio:
«Aquí yace donde quiso yacer,
De vuelta de la costa está el marinero,
De vuelta del monte está el cazador».
El mismo que hay en la sepultura de Robert Louis Stevenson, en Samoa.
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