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Pilar Esteban Ruiz
Lunes, 21 de agosto 2023, 00:35
La enfermedad hizo que estuviese en el hospital más tiempo del esperado. Lo que iba a ser una semana de pruebas diagnósticas para dar nombre ... a su dolencia, se complicó de tal forma, que ya había superado los tres meses en aquella habitación, con todos aquellos aparatos a su alrededor que controlaban sus constantes vitales todo el tiempo.
Deseaba salir de allí, volver a su vida, sus estudios, hacer todo lo que hacía antes de enfermar. Esa tarde recibió muchas visitas en el hospital: sus padres, hermanos, sus tíos, varias de sus amigas e incluso alguno de sus profesores de la Universidad. Antes de caer la noche estaba agotada, tan cansada que se durmió pensando en regresar con sus amigas a su lugar favorito, la cafetería.
Le encantaba pasar la tarde en aquella bonita cafetería de estilo colonial situada en el centro de su ciudad. Se citaban siempre que podían allí.
Ella llegaba con sus cascos escuchando música de diferentes estilos, aunque había confeccionado su lista de reproducción para que cuando llegara al local comenzase a escuchar la banda sonora de su película favorita: 'Memorias de África'. Se imaginaba que ella era la protagonista, el intenso olor a café y la decoración la transportaban en el tiempo.
Era una cafetería enorme, adornada con un exquisito gusto y toda clase de detalles. Miraba que su rincón favorito, junto a los grandes ventanales y cerca de la chimenea, estuviese libre.
Sillones de mimbre con reposabrazos, cojines blancos a juego con las cortinas de los ventanales, recogidas con un cordón del mismo tono. Mesas de mármol redondas y cuadradas con patas de hierro; la pared de la izquierda estaba pintada en color marrón café, a la derecha en verde hoja, los asientos que pegaban a la pared simulaban a los vagones de tren antiguos, en color 'cámel', la doble hilera de botones hacía que parecieran acolchados, pero no era así. Después de sentarse un par de veces en ellos, preferían los sillones. Una perfecta combinación de colores, telas, plantas y materiales, la hacía muy acogedora. En las paredes colgaban fotografías en blanco y negro de las mejores actrices del cine, entre ellas su preferida, Meryl Streep.
En el centro de la cafetería estaban las barras, los camareros, las máquinas de café, la cocina y, cómo no, aquel chico.
Era guapo, moreno, delgado, de grandes ojos negros y mirada intensa. No sabía su nombre, pero sí que su día libre era los martes. Nunca quedaban los martes.
Cada vez que lo veía sentía un cosquilleo que recorría todo su cuerpo y la hacía sonreír. Su imaginación se desbordaba pensando que algún día volaría en una avioneta y él sería su piloto.
A la derecha de la cafetería estaban los grandes ventanales desde los que se podía ver toda la calle. Le encantaba aquel rincón. Era maravilloso, sus sillones de mimbre, su asiento de tren en tono tierra, las lámparas que colgaban desde el techo eran del mismo material que los sillones y desprendían una suave luz amarilla, acogedora, perfecta. En la pared frontal lucía una chimenea, con tapadera de cristal; sobre la misma, a ambos lados, máscaras africanas idénticas. En el centro 'Tarzán', el portavelas de un mono sentado sobre una bola, con los brazos en alto sujetando el soporte para la vela, imitando la postura de los lugareños, portando cestos o sacos de café. ¡Cuántas risas les había ocasionado aquella figura! Era su 'Tarzán'. Tantas tardes pasaron junto a él, que ya formaba parte del grupo. Una vez, incluso, una de sus amigas pretendió llevárselo, pero el resto le hizo desistir de su gamberrada; si lo hacía no podrían volver nunca más.
Las hélices de avioneta que pendían del techo, la fascinaban. Se podía quedar embelesada mirándolas mucho rato, tanto que era capaz de sentir que volaba por la cafetería inventando miles de aventuras con aquel camarero, por aquella tierra lejana, igual que hicieron en su momento Karen y Denis, aunque estuviese convencida de que su final no sería como en la película.
Ella era la que destacaba entre todas, no por su elegancia y belleza, que las tenía, sino por su forma de reír, tan agradable y contagiosa. Era consciente de que su risa gustaba a los demás.
Echaba tanto de menos su cafetería que no pudo controlar sus ganas de volver a sentarse en el sillón junto a 'Tarzán'. Aquel día estaba sola en su rincón favorito, parecía ausente, su mirada se perdía en el infinito de la calle.
Se acercó el camarero, limpió la mesa retirando el menaje de la anterior consumición.
Ella lo observó. Recorrió visualmente toda la cafetería, como si fuese la última vez, queriendo atesorar aquel lugar. Paró su mirada en 'Tarzán', después buscó al camarero. Lo miró durante unos segundos. Se giró hacia el ventanal. Comenzaron a pasar vehículos, taxis, alguna que otra moto, un coche fúnebre…
Atravesó los cristales de espaldas, sin dejar de mirar su rincón favorito y a aquel chico moreno, del que ya no sabría su nombre, y se introdujo en su ataúd.
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