El bendito pecado de Rossini
La 'Petite Messe Solennelle' de Juventudes Musicales llena de espiritualidad lírica el Monasterio de San Jerónimo
Dijo el cisne de Pésaro que su 'Petite Messe Solennelle' era «un pecado de vejez». Llevaba 30 años retirado de la presión de los escenarios ... cuando la escribió, desde su apacible retiro en Passy. Pero está claro que la cabra tira al monte, y tres décadas después de ese retiro, Rossini estaba en plena forma. La obra que el sábado por la noche interpretaron el Coro de Ópera de Granada, los cuatro solistas -Mariola Cantarero (soprano), Lamia Beuque (mezzo), David Astorga (tenor) y Gonzalo Ruiz (bajo)-, los pianistas Valentín Rejano y José Luis de Miguel y el organista Sylvio Salado, todos ellos bajo la dirección de Andrea Foti, es tan compleja como bella. Es preciso recordar que, entre bromas y veras, el cisne era muy amigo de apretar las tuercas a sus cantantes, en beneficio de su lucimiento -cuando eran buenos-, del brillo de su partitura, y del espectáculo, en definitiva.
Comenzó el 'Kyrie' casi juguetón, pero no se engañen: es una pieza que emana solemnidad. El Coro entra en liza con presteza y prestancia. El contraste entre voces femeninas y masculinas es una prueba de fuego para el ajuste general, y la pasan con nota. El 'Gloria' irrumpe con fuerza, y Foti pone de nuevo a prueba la sonoridad del coro. En el pasaje inicial, Mariola Cantarero lleva la voz cantante, seguida por la agrupación. Mientras una avanza en la fórmula, el coro subraya la alabanza a Dios. Se incorporan los otros solistas: la delicada voz de la mezzo Lamia Beuque, la contundencia vocal de Gonzalo Ruiz, y la simpatía ante el atril del tenor costarricense David Astorga. Este último capta con el gesto a la perfección la doble vertiente del trabajo de Rossini: esa mezcla entre espiritualidad y 'animus iocandi'. El piano de Valentín Rejano lleva la voz sonante con una sostenida contundencia, manteniendo el límite entre ese punto cantarín de las melodías y el trasfondo reflexivo de la obra. Este es, en definitiva, el relato musical de una vida que balancea entre el humor, la 'joie de vivre' y la convicción de que el final se acerca.
Dicho esto, en el 'Gloria', fantástico el 'Domine Deus', con las voces solistas femeninas muy compenetradas. El gran reto del bajo, el 'Quoniam tu solus sanctus', una demostración de la versatilidad de Gonzalo Ruiz. Comedido, pero potente, sin alharacas. La conclusión del 'Gloria' revela una espiritualidad llena de gozo. Rossini demuestra que rezar no es aburrido. Ese final recuerda casi a la música góspel. Lo mismo ocurre en el 'Credo'. Los subrayados del coro constituyen un juego musical interesantísimo, y el 'Crucifixus' revela la capacidad del autor para contar historias. La coda final de este segmento de la misa es una genialidad absoluta.
Tras el 'Preludio' del piano solista -excelente Rejano-, la vuelta con el 'Sanctus' exige retener las notas al límite, y un diálogo con el coro a dos niveles que revela una buena coordinación entre las voces en la secuencia. En general, impecable el fraseo de todos los solistas, y ese 'O salutaris hostia' se convierte en un aria redonda. Un gran 'Agnus Dei' con la mezzo y el coro inspirados concluye una interpretación de altura. El público contento, y los artistas, visiblemente, también. Ese era el objetivo, y se cumplió.
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