

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Manuel Rogelio Béjar Castro
Martes, 1 de agosto 2023, 00:31
Las linternas de los cuatro guardias civiles iluminaban en todas las direcciones la playa de la Joya, cerca del Faro de Sacratif. Uno de ellos ... dirigió la luz hacia las rocas que había en uno de los extremos de la playa. Y allí estaba. Una figura humana oscura sentada en las rocas. Se acercaron. El subteniente García, que estaba al mando, le preguntó:
–¿Estás bien? ¿Cómo te llamas?
García observaba el estado calamitoso del inmigrante. Tenía heridas en los brazos y en los pies descalzos. Totalmente mojado y temblando. La cabeza hundida entre las piernas. Era incapaz de pronunciar una palabra.
–Tranquilo, chaval. Te vamos a ayudar.
Continuaron haciéndole preguntas, pero no contestaba. Por fin, señaló hacia su izquierda y habló:
–Me llamo Aziz. Mi amigo Azzedine tiene que estar por allí.
Dos guardias se desplazaron dificultosamente por las resbaladizas piedras hacia donde Aziz señalaba. La noche era oscura y el viento arreciaba. Al final de las rocas pudieron ver una zódiac destrozada. Parecía llevar horas siendo aplastada contra la base del acantilado. De nuevo, durante más de una hora, las linternas escudriñaron toda la zona. Gritaban continuamente su nombre, pero no encontraron a nadie.
Una vez que el subteniente fue informado del fracaso de la búsqueda, se dirigió de nuevo a Aziz:
–Vamos, tienes que ir al Hospital. Con esta oscuridad y este tiempo no podemos hacer nada. Mañana volveremos.
Intentaron levantarlo, pero Aziz se resistía. Gritaba continuamente «¡Azzedine!», hasta que perdió el conocimiento. No pudo más. Buscó a su amigo por la playa, las rocas, el acantilado, nadando entre la zódiac, mientras se destrozaba las manos y los pies. Estaba seguro de que su amigo tenía que estar allí. No podía haberse ido.
Cuando se recuperó, en el Hospital de Motril, contó su odisea. Hacía dos años que Aziz salió de Guinea Conakry, justo el día después de cumplir 18 años. Era huérfano desde niño, pero fue recogido y educado por una familia de Guinea Ecuatorial que le enseñó a expresarse en inglés, francés y español. Gran deportista, su ilusión era jugar en el fútbol europeo. Recorrió en autobús y andando las costas del Atlántico hasta que llegó al Sur de Marruecos. Allí fue asaltado por unos supuestos pescadores. Se resistió y lo dejaron malherido junto a una carretera, hasta que lo encontró un perro de Azzedine. Se despertó en un hospital. En la habitación había un joven alto, flacucho, de su misma edad, pelo marrón ensortijado y con los ojos verdes. Era Azzedine.
Con la manos y los pies vendados, apenas podía moverse de su camastro del Centro de Detención de Extranjeros. Sólo podía pensar en la noche de su llegada: «¿Por qué no saltaste, Azzedine? ¿Por qué no te empujé yo mismo?», eran preguntas que se repetía obsesivamente.
Una semana después de su llegada al Centro de Detención, Aziz se escapó. Vagó por Torrenueva hasta que encontró la playa de su tragedia. Necesitaba volver allí.
Llegó a las rocas al atardecer. Pasado un rato se sintió sorprendido al oír a alguien acercarse. Era el subteniente García. Su vehículo y su compañero se habían quedado lejos, junto al camino.
–Supuse que estabas aquí.
El subteniente se sentó junto a él. Ninguno dijo nada más durante unos minutos, mientras escuchaban el estrépito de las olas. Por fin, García preguntó:
–¿Qué pasó, Aziz?
–El piloto paró el motor para no hacer ruido, pero el oleaje era muy fuerte. Cuando quiso arrancarlo ya no pudo y la barca quedó a la deriva. Fue empujada hacia el acantilado, donde las olas chocaban brutalmente. «Saltad, saltad todos», gritaba una y otra vez el piloto. Todos saltamos por la borda y nadamos hacia la playa. Sin embargo, Azzedine se quedó agarrado a las cuerdas de la nave. Inmóvil. Estaba bloqueado por el miedo. Le perdimos de vista entre las olas.
–Le echas de menos, ¿no?
Por primera vez, Aziz miró fijamente a García:
–¿Que si le echo de menos? –Aziz empezó a hablar atropelladamente–. Mire, me recogió cuando estaba herido. Me llevó al Hospital y después a su casa. Sus padres me trataron como a un hijo más. Me enseñó todo lo que sabía sobre las cabras y me buscó trabajo de pastor. Le convencí para venir conmigo. Le insistí en que podía conseguir una vida mejor para él y su familia. No quería, pero le convencí. Decía que no sabía nadar y le tenía miedo al agua. Me salvó la vida y yo no hice nada para que no perdiera la suya.
El subteniente quiso consolarle:
–Quién sabe. Lo mismo saltó, llegó a las rocas, le entró miedo y salió corriendo como hicieron los demás. Puede que esté en algún sitio esperando el momento para venir a buscarte. Nunca debes perder la esperanza.
Aziz movía la cabeza de un lado hacia el otro, pero no dijo nada. No podía. Los surcos brillantes de las lágrimas destacaban entre sus mejillas color ébano. Le enseñó un teléfono móvil que tenía en la mano:
–Nadie sabe nada de él.
El subteniente apretó más fuerte su mano sobre el hombro de Aziz:
–Venga, vamos. Se hace tarde.
Mientras iban hacia el coche, García le preguntó:
–Oye, me han dicho que juegas bien al fútbol, ¿es verdad?
Aziz se encogió de hombros.
–Es que el entrenador del equipo del pueblo donde vivo es amigo mío. Necesita un defensa central corpulento. Te podría arreglar un permiso para probar en el equipo.
Aziz abrió unos ojos inmensos, redondos como la luna que surgía entre los montes.
–Bueno, yo jugaba de delantero, pero creo que me podría adaptar.
–Claro, hombre. ¿De qué equipo de España eres?
Antes de entrar en el todoterreno, Aziz se paró y miró de nuevo hacia el mar. Después, al cielo. Era católico. Dijo algo en voz muy baja y entró al coche. Por fin, contestó:
–¿Cómo se llama tu pueblo?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.