La emoción del sentimiento
Antonio Sánchez Trigueros
Miércoles, 20 de diciembre 2023, 00:05
Cuando estoy tratando de encontrar nuevas palabras de homenaje a Domingo Sánchez-Mesa Martín, en el décimo aniversario de su muerte, me vienen de pronto ... a la memoria unos versos de Rubén Darío: «En mi jardín se vio una estatua bella; / se juzgó mármol y era carne viva; / un alma joven habitaba en ella, / sentimental, sensible, sensitiva». Un alma joven, Domingo Sánchez-Mesa, sentimental, sensible, sensitivo, al que me unió una amistad fraternal durante cerca de cincuenta años, una relación extendida a nuestras familias. Fue un docente absolutamente entregado al Arte, al Arte grande y a las artes que para algunos son menores, que para él nunca fueron pequeñas, y al tiempo fue una personalidad dotada de conocimientos profundos y de sensibilidad artística fuera de lo común: Domingo fue un investigador del arte de primerísima línea y un comunicador que con facilidad contagiaba su entusiasmo a un auditorio. Comunicaba con mucho, muchísimo éxito, lo que él llamaba «la emoción del sentimiento»; vaya dos palabras que con tanto acierto escogió para definir su destino docente: emoción y sentimiento. Claro, es que Domingo era un hiperestésico desbordante, un hiperestésico como lo pudo ser y lo fue Juan Ramón Jiménez; Domingo sentía el Arte y sus mil matices como solo espíritus escogidos lo sienten, y si mucho de ello le venía por herencia, que él supo acrecentar y acrisolar con el estudio y la dedicación, también supo transmitirlo con pasión a su familia, a su entorno inmediato, a decenas de promociones de alumnos y a buen número de admiradores y amigos, entre los que me encontré pronto y para siempre.
Pero hoy quiero escribir del «alma joven», y como mi memoria pugna por demostrar que sigue estando viva, quiero por eso hacerla trabajar para traer de la mano al joven profesor que conocí allá en el curso 1961-1962. Octubre de 1961, Palacio de las Columnas, Facultad de Letras, yo, joven alumno malagueño, que había tenido como profesor de arte nada menos que a Alfonso Canales, poeta de cultura y artista del espíritu que me inyectó gran cantidad de sentido artístico;aquel joven alumno, yo, estaba perfectamente preparado para valorar las fructíferas enseñanzas del nuevo catedrático de arte, profesor Pita Andrade, un sabio gallego que venía de Oviedo y que se empeñó y consiguió lo que muy pocos han conseguido en la Universidad: dar el programa completo de una asignatura. Claro es que a uña de caballo, o sea, galopando a largos tramos desde las cuevas de Altamira hasta el último taller de Picasso sin perder un minuto y con un puntero en la mano que constantemente señalaba el horizonte y la meta; pero, amigos, también había paradas de postas en aquel camino de felices jornadas al trote y al galope, paradas encomendadas a un joven profesor en las que un tema desarrollado sin prisas servía de descanso pausado en el plan frenético del curso académico.
Ese fue el primer contacto de aquel estudiante de primero de Letras con Domingo Sánchez-Mesa, recién estrenado profesor de prácticas de Historia del Arte; el tema que se le había encomendado era explicar a Miguel Ángel, y con especial ilusión el joven profesor se centró en hacernos un maravilloso relato descriptivo del David, una descripción inolvidable, por lo minuciosa y detenida, en la que, hijo de un gran imaginero, demostraba unos conocimientos de la anatomía humana tan amplios como un especialista de la facultad de Medicina; así iba señalando con el dedo índice miembro a miembro, músculo a músculo, relieves de la cabeza y detalles del rostro; y el recorrido, «viaje alucinante», culminaba con cierto regodeo crítico y artístico en la descripción, función y movimiento del músculo esternocleidomastoideo, término no fácil que oíamos por primera vez, y que se convirtió en palabra cómplice y verbo de orden entre aquellos que supimos apreciar la categoría comunicativa de aquel joven profesor apasionado; el David es algo grande, muy grande, y el joven profesor sabía que había que esforzarse al máximo para conseguir que su explicación monográfica estuviese a la altura de ese gran pastor de cuerpo gigantesco, robado a un Goliat desaparecido por el genio de los genios Buonarrotti. Y, 'eccolo qua', el joven profesor consiguió transmitir «la emoción del sentimiento».
El viaje
Pero me voy a permitir otro recuerdo sutil que aquel mismo año descubría otra dimensión positiva y ejemplar, un tanto disimulada, del joven profesor. Aquel curso el nuevo catedrático, siguiendo los principios que cultivaba de la Institución Libre de Enseñanza, organizó con los alumnos de primero, mi promoción, una excursión de siete días a Madrid: varias sesiones en el Museo del Prado, Segovia, Aranjuez, Toledo y, a la vuelta, desviación y parada especial en Illescas para 'descubrir' unos Grecos escondidos. Las explicaciones, claro es, las protagonizaba el jefe de la expedición con discurso siempre atractivo y nerviosa brillantez, pero los comentarios y atinadas apostillas se le encomendaban al joven ayudante, siempre bien informado; pero lo que sutilmente descubrimos algunos alumnos atentos y avisados, y lo comentamos, era el interés y la atención evidente, seria y ejemplar que el ayudante demostraba por querer aprender del maestro, lo que significó una nueva lección para nosotros: el profesor que con adelantada pasión enseña, siempre dispuesto a aprender.
Esa admiración que Domingo se ganó de nosotros desde el primer día, tenía que desembocar, como fue mi caso, en el interés por una relación que con el tiempo se convirtió en una gran amistad con tantos momentos afortunados de venturosa coincidencia.
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