Antonio Carvajal derrama humor y buenas letras en 'La ciudad ilustrada'
El ciclo de Entorno Gráfico acogió anoche al alboloteño 'refugiado' en Motril en una charla que, como todas las suyas, fue inclasificable y vitriólica
JOSÉ ANTONIO MUÑOZ
GRANADA
Viernes, 1 de febrero 2019, 00:00
Cuando uno va a un encuentro con el poeta Antonio Carvajal (Albolote, 1943), Premio Nacional de Poesía, tiene que ir preparado para oír casi cualquier ... cosa, desde Góngora a Lorca, pasando por chistes o sucedidos en torno a las «zorripuercas» que se arremolinaban en torno a los escaparates de la pastelería La Campana, de la calle Alhóndiga, o incluso las lecturas doctas de una prostituta que ejerce en una rotonda situada entre las alicantinas localidades de Guardamar del Segura y Torrevieja. «Sería la mejor presidenta de ese Sindicato de Trabajadoras del Amor que ciertas feministas no quieren dejar que se constituya», llegó a decir.
Más allá de la anécdota, con el paso de los años, cada cita con Antonio Carvajal es obligada. Por varios motivos: porque cada vez lee mejor, porque cada vez recita mejor, porque cada vez escribe mejor –él mismo dijo que 'Septiembre en los jazmines', publicada por Entorno Gráfico en 2017, es lo mejor que ha escrito, no esos 'Tigres de jardín' ahora cincuentenarios–, y porque cada vez tiene un caudal de chistes y sucedidos más interesante. Que ya es decir.
De pie, a bocajarro, antes de sentarse, conquistó a la concurrencia recitando 'Poemas de Valparaíso, IX', impecable soneto que comienza:«Amor mío, te ofrezco la cabeza en un plato / desayuna. Te ofrezco mi corazón pequeño / y una vena fecunda que tu lengua de gato /ha de lamer, ya claras las arrugas del ceño». A continuación se vuelve a Francisco Acuyo y le dice: «Mi cuadernillo tenía que haber empezado con este poema». Con tal cuadernillo se refiere a los que Entorno Gráfico edita en cada una de las citas que integran el ciclo 'La ciudad ilustrada', por el que ya han pasado Rafael Guillén y Rosaura Álvarez.
«Está el segundo», le dicen. Yentonces, para no dejar mal a nadie, lee el primero, 'Poemas de Valparaíso, XXIV': «Como un ascua de oro te hemos visto en la aurora...». Y vuelve sobre 'Tigres en el jardín'. «Le han visto de todo: sadomasoquismo, poligamia, poliandria... Algo tendrá cuando 50 años después está vivo», comenta con humor. «Es un libro desvergonzado. Alguien dijo que era blasfemo, incluso. Que no habíamos ganado una guerra para soportar aquello. Cosas que hoy, por desgracia, se siguen escuchando».
Carvajal es poeta. Pero también es maestro. El mismo que con sorna afirma que «si a los 14 años el modelo literario –de lectura obligada– que ofrecemos a nuestros jóvenes es 'Lazarillo de Tormes', un cornudo, violento, ladrón y egoísta ser humano, ¿qué clase de jóvenes queremos que salgan de las aulas?¿No sería mejor que se leyeran en la etapa escolar la 'Autobiografía' de Santiago Ramón y Cajal?».
A la yugular
Y directamente a la yugular de los 'versolibristas': «Mi deber cuando enseñaba Métrica era decir a los alumnos que las reglas eran estas, pero que con su libertad podían hacer lo que quisieran. Eso sí, que no nos hagan creer que una prosa mal cortada es un verso libre. «Hasta para poner una 'y' al final de un verso hay que tener estilo, como Juan Ramón», dijo en uno de tantos rasgos de humor esparcidos por la noche.
También le salió la vena profesoral tanto como la cáustica al defenestrar –en línea recta, sin reparar en matices– a una clase política iletrada, «formada por personas a las que no conocemos, que nos imponen partidos a los que votamos porque somos tontos. El día que todos decidiéramos no ir a votar, habría que replantearse todo el sistema. Pero no tenemos la madurez suficiente para hacerlo».
El poeta otorga a los amigos buena parte de la culpa de lo que cualquiera es. Y en la primera fila, estaban sentadas poetas amigas, como la ya citada Rosaura Álvarez, la también Premio Nacional de Poesía Ángeles Mora, o Trinidad Gan. Oyendo a Antonio Carvajal, que se despidió con su poema 'La somnolencia' de un auditorio al que mantuvo extraordinariamente despierto, ve a un personaje incapaz de despedirse de un mundo que hoy, como ayer, le necesita.
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