Daniel Doña: Danza aldeana y ropa derramada
Andrés Molinari
Sábado, 13 de abril 2024, 15:26
Entre otras taras y defectos, los espectáculos de danza contemporánea adolecen de excesiva fragmentación. En una hora se nos ministran varias coreografías, sólo pespunteadas por ... un título común, harto ambiguo para evitar concreciones, y unos mismos bailarines sobre el inamovible linóleo. Es lo que nos trae al Teatro Alhambra nuestro paisano Daniel Doña bajo un marbete que dice «El verbo». Y, fiel al enunciado, no vence la tentación de echar unas parrafadas, micrófono en mano, seguramente también para descansar del trasiego y dotar de signos de puntuación la referida mescolanza de ideas hechas danza por entregas.
Si vendimiamos los mejores frutos, orillando los peores, en «El verbo» hallamos escenas bellas y emotivas, como uvas que un día pueden dar el mejor de los vinos. Destaco esa mujer desnuda cuyo tambaleo es una queja danzada, un camino hacia la nada, una necesidad de brazos varoniles que a duras penas evitan que se desmorone.
Quien sí se derrama, con donaire, es esa cuarta bailarina que es la tela. Ella cubre a Cristina Khai durante su aparición fetal, luego sirve a Cristian Martín y al propio Daniel Doña de mantón para el amago flamenco, de capote para la sugerencia entre humo y de red para un pescador de sombras. Hacia el final, es tela derramada, alijo de ropavejero del que emergen unos zapatos rojos para el titubeo de la mujer y otros negros para el taconeo de ambos hombres.
Aquí el segundo fragmento a aplaudir: ese recurrente viaje a la danza aldeana, acompañado del refranero y aspaventado con brazos y piernas obedientes al mejor ritmo de las ferias en plazas y eras. Esas cuyas guirnaldas de bombillitas pueden parecerse a las que Doña usa como único decorado del escenario.
Lo demás se pierde en intentos y tanteos, muchos de ellos escamoteados entre el humo pasajero, un par de aleteos de manos sin definir del todo y una música extraña que a veces distrae más que acomoda. A «El verbo» le faltan tiempos en su conjugación. Su triángulo de bailarines a veces titila por su lado de pasión. Pero está muy contenida, no crepita llamas de las que hacen al espectador apretar sus puños, como sería necesario en un espectáculo amparado en una frase, dicha en escena, que despliega una bandera a favor de la carne disfrutada.
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