600
Fernado Martínez López
Domingo, 10 de agosto 2025, 00:34
No sabía que sus padres lo habían concebido una noche de pasión en aquel SEAT 600 mientras en la radio Nino Bravo cantaba «Al partir, ... un beso y una flor…» el mismo día que dejó de respirar tras un accidente de tráfico. Lo que sí pertenecía a la memoria familiar, rodeado de un halo mítico, era el hecho de que su madre lo hubiese parido en ese mismo 600 nueve meses más tarde incapaz de llegar a tiempo al hospital después de romper aguas. Fue, según le contaron, como una película de acción, el motor rugiendo en el trayecto entre el pueblo y la capital, un pañuelo agitado por la ventanilla, los dolores del parto, «¡Párate que el niño ya está aquí!», y un alumbramiento en el arcén a la sombra de uno de los pinos que ribeteaban la carretera.
Luego, el 'Seíllas' se convirtió en fotografía indispensable del álbum de su historia como podían serlo su casa o el colegio, la adorable estrechura del asiento trasero compartido con sus hermanos, la radio Marconi, el tórrido aire estival que silbaba por las ventanillas, viajes sin cinturón y un sombrero de maletas sobre la baca, las cuestas en las que el coche jadeaba, suplicando detenerse para dar de beber al radiador antes de que reventara… Su padre lo cuidaba como si le fuera el prestigio y el honor en ello, la chapa blanca rutilante, el interior impoluto, la mecánica fina y precisa, así que no pudo entender la infidelidad cometida el día que decidió cambiarlo por un vehículo de la competencia más voluminoso y una manada de caballos bajo el capó. Allí quedó el SEAT 600 abandonado en el concesionario, derramando una lágrima de aceite cuando él se giró para dedicarle una postrera despedida.
Desde aquel día, los años se han sucedido como las cuentas de un rosario, más de tres décadas. Él ha formado su propio hogar, un par de hijos, no más, que con ese guarismo ya ha cumplido con la sociedad, un buen trabajo, las comodidades de los integrantes del 'baby boom' que ahora son los que dan de comer a los jubilados. De vez en cuando, en las esporádicas visitas a su madre viuda, echa mano al álbum familiar abigarrado de instantáneas en blanco y negro y recuerda las curvas y hechuras del 'Seíllas', arrastrado por un torrente de remembranzas. ¿Qué sería de él? ¿Qué triste desguace se encargaría de desmembrarlo y destriparlo para luego morder su carrocería hasta convertirla en metal compacto? Por eso no da crédito cuando una mañana, caminando por la acera, a sus oídos le llega un sonido atornillado a su recuerdo como las nanas que le susurraba su madre, el ruido de un motor, y, cuando se vuelve, descubre con el corazón palpitante un coche y una matrícula que ya daba por desaparecidos para siempre. Y no acaba ahí el asunto, sino que el 600 es aparcado un poco más adelante, la oportunidad única de entablar conversación con el dueño que al principio desconfía del desconocido, pero que luego, una vez hechas las presentaciones y ponerle en antecedentes, se muestra receptivo y comunicador para informarle de cómo llegó el coche a sus manos. Qué hermoso lo encuentra, más pequeño de como lo recordaba pero igual de encantador, un trozo de su propia vida, ¿y funciona la radio Marconi?, claro, y de pronto un deseo irresistible, como una ola gigantesca que arrasa con todo, una oferta de compra, una negativa, otra oferta mayor, casi disparatada, y al cabo de un par de semanas la firma de cambio de titular en una gestoría después de haber escuchado hasta la saciedad a su esposa que se ha vuelto loco, pero esto es como desenterrar la infancia que ya se creía sepultada para siempre.
Hoy es la primera ocasión que se pone al volante. Nunca antes lo había conducido y se le antoja angosto e incómodo, la dificultad de un volante sin dirección asistida, una palanca de cambios que bambolea cada vez que introduce una marcha, aunque eso le da igual, se está familiarizando con él como lo hizo la infinidad de veces que viajó en el asiento trasero. También disfruta de la música de la radio. Curiosamente suena Nino Bravo con «Al partir, un beso y una flor…», la misma que cuando fue concebido el día que el cantante se estrelló, pero eso él no lo sabe, como tampoco sabe que dentro de unos minutos él mismo fallecerá en accidente, como si el destino burlón hubiese decidido que un SEAT 600 fuese su sala de partos y ahora igualmente su ataúd, principio y fin.
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