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Alejandro Talavante ofreció su mejor versión y deleitó con momentos de improvisación.

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Alejandro Talavante ofreció su mejor versión y deleitó con momentos de improvisación.

Salió el toro y llegó la apoteosis

Tarde histórica de 'Morante de la Puebla', José María Manzanares y Alejandro Talavante

F. MARTÍNEZ PEREA

GRANADA

Domingo, 3 de junio 2018, 11:27

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Cuando uno acude a la plaza sabiendo que en el ruedo van a estar toreros como 'Morante de la Puebla', José María Manzanares y Alejandro Talavante, quintaesencia de muchas cosas -entiéndase arte, genialidad, gusto y capacidad de sorprender- siempre tiene la ilusión de ver algo diferente porque se trata de artistas capaces de marcar distancias y convertir el toreo en algo mágico. Pero la ilusión de ayer, visto lo visto en el desarrollo de la feria, iba más allá. La pregunta que todos nos hacíamos tenía más que ver con los toros que con los toreros: ¿Serían capaces los astados de Núñez del Cuvillo, con pasado glorioso en la Monumental de Frascuelo, de salvar el honor de la cabaña brava y devolver la fe a los aficionados en eso que se llama bravura y que es tan enigmático como el toreo de 'Morante', que se sabe que está latente pero que no siempre sale a relucir? El día anterior David Fandila 'El Fandi' decía algo preocupante: «Los toreros pedimos muy poco para poder expresarnos, pero que al menos exista ese poco». Al menos un poco, sí, de casta, de raza, de movilidad e, incluso, de genio para que la fiesta sea de toros y no de sucedáneos con pelo negro, castaño, o melocotón que no dicen nada y deslucen casi todo.

Teníamos la ilusión de celebrar la existencia de la bravura encastada y de ver algún ejemplar embestir, repetir y aguantar sin caerse. Más o menos boyante, pero con comportamiento de toro. Y se obró el milagro, ¡bendito sea Dios! Cuatro de los toros de Joaquín Núñez del Cuvillo tuvieron clase, transmisión y la fuerza necesaria para mantener el interés durante su lidia. Lo agradeció el público y, sobre todo, los toreros, que pudieron mostrarse en plenitud cuando la inspiración hizo acto de presencia y los duendes, que también existen, coquetearon con las musas del arte. Los otros dos toros, con buen fondo, carecieron de fuerza y uno de ellos, el segundo, fue devuelto y sustituido por un sobrero de Manuel Blázquez, manso. No comenzó bien la cosa, pero terminó de forma apoteósica. Salió el toro y todo cambió.

Un arco iris para el arte

A 'Morante' las musas le hicieron más que un guiño en la tarde de ayer. Y aparecieron por momentos los duendes, aunque de forma un tanto traviesa. Su recibo capotero al flojo primero fue puro deleite para los sentidos, pura fragancia, pura esencia. Después, con el toro ya vacío de fuerza, el trasteo muleteril fue un mero trámite. Varios pinchazos y a otra cosa. Lo que ocurrió en el cuarto fue histórico. Histórico, sí. La lluvia se asomó de forma tímida a la Monumental de Frascuelo y sobre el cielo se deja ver un arco iris. En el ruedo, una lidia desordenada antes y durante el tercio de banderillas. Nada hacía presagiar lo que se ibas a vivir a continuación, pura borrachera de emociones. 'Morante' brinda al público y hace del toreo sueño. Un 'Morante' supremo, artista y, además, valentísimo, pasándose al toro muy cerca. Excelso el de la Puebla en el toreo con la derecha y en las series con izquierda. Excelso todo, hasta el más mínimo detalle. Torería en estado puro, sentimiento a flor de piel. Morante, roto, el público enardecido. Un segundo arco iris se había asomado al coso para disfrutar también de las emociones desatadas, para sentir el escalofrío de lo excepcional, para participar de un espectáculo único. Grande Morante. Grande su toreo. Grande el clamor de los aficionados. Y grande también su forma de entrar a matar para sellar de la mejor manera su memorable obra. Triunfo histórico del sevillano. Las dos orejas supieron a poco.

El toreo de José María Manzanares, que puede ser igualmente excelso, está menos sujeto a los dictados de la improvisación. El alicantino tiene una depurada técnica, una estética fuera de lo común, valor sereno y un sentimiento artístico heredado, trabajado y diríamos que hasta pulido. Al alicantino le basta con ser fiel a sí mismo para rendir a los buenos aficionados. Y ayer lo fue con el quinto, un jabonero de 608 kilos, bravo, al que cuidó, mimó y toreó como cabe esperar de un artista de su talla, sin concesiones a la galería, con gusto, hondura y exquisito temple. Después del suceso 'Morante' no era fácil volver a poner en orden los ánimos de los aficionados y Manzanares lo consiguió. Monumental, además, su estocada recibiendo, la guinda a un pastel exquisito que regaló el paladar de los aficionados y que le permitió a él sumarse al carro del triunfo.

Grandioso Talavante

Alejandro Talavante es, a su manera, tan imprevisible como 'Morante'. Ha quemado ya muchas etapas a lo largo de su carrera y de todas ellas queda algo importante: el Talavante que enamoró a los tomasistas cuando el de Galapagar se alejó de los ruedos, llenando el hueco de sus devociones, el Talavante que marcó distancias después para dar rienda suelta a sus propios sentimientos y el Talavante actual, igual de firme, igual de valeroso, pero mejor de técnica, más sabio y, además, con capacidad para improvisar en la cara del toro y convertir lo accesorio en algo grandioso. El extremeño pasa por un momento dulce y lo expresa. Lo ve todo claro, hace fácil lo difícil y encandila cuando tira por la calle de en medio y vulnera las normas más o menos establecidas. Su primera faena, facilitada por la bravura del primer gran toro de Cuvillo, fue una sucesión de sorpresas. A la originalidad del recibo capotero, con un farol a modo de larga cambiada de pie, se sumó un manejo de la muleta digna de un mago. Estatuarios sin inmutarse, series con las dos manos, pases cambiados, cambios de mano y, a modo de remate, lo insospechado siempre. Emocionantes las manoletinas y fenomenal la estocada. La presidencia puso los dos pañuelos sin necesidad de que el público lo pidiera. Ana Belén Álvarez debió de estar tan impactada como el resto de los presentes en el coso capitalino.

Y con el buen sexto, otra demostración de torería, valor y dominio del extremeño, aunque en versión más clásica. Merecidísimas también las dos orejas que paseó antes de abandonar la plaza a hombros en compañía de 'Morante' y Manzanares.

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