Tenía 13 años y un carnet de la biblioteca que echaba humo cuando conocí a Arturo Pérez-Reverte. El libro se llamaba 'La tabla de ... Flandes', y me marcó para siempre. Hubo tres lecturas aquel verano que lo hicieron: Tolkien, que nunca me ha decepcionado; Follett, que acabó haciéndolo años más tarde, sobre todo cuando le conocí en persona; y un jovencísimo Pérez-Reverte, al que ya desde entonces quise parecerme (y al que conocer en persona no hizo más que hacerme aumentar esa admiración).
Arturo Pérez-Reverte no era aún un escritor con adjetivo propio. Revertiano no significaba nada aún, y sin embargo su germen ya estaba en 'El húsar', despuntó en 'El maestro de esgrima' y explotó en 'El club Dumas'. Un personaje sabio, un filósofo de barrio, un hijoputa profesional, un hombre que vive y deja vivir, mientras le dejen. Y que, cuando no le dejen, aprestará la ropera, o la pistola, o el mosquete. Pondrá media cara de ya la hemos liado y otra media de «esto va a doler», y saltará hacia adelante, hacia el callejón oscuro repleto de enemigos, porque es lo que toca. Nobleza obliga, nobleza de sangre sucia, nobleza de barrio y de cañaveral, nobleza tangible de pedigrí escaso y redaños como castillos.
Al personaje revertiano, ni reyes ni dictadores le mandan, solo finge que se deja mandar por ellos mientras le convenga y no decida, sin otro código moral en la mano que el suyo propio, que hasta aquí hemos llegado, verdes las han segado, y que para chulo yo y para... Bueno, ya saben cómo concluye.
Falcó, cuyas aventuras han alcanzado con 'Sabotaje' (Alfaguara, 2018) corpus de trilogía, es el paradigma de lo revertiano. Las agallas de Alatriste, las contradicciones del padre Lorenzo Quart, nuestros sueños embutidos en su pellejo. Si leer es vivir otras vidas, probarse otros nombres, colarse en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seremos, sin duda el de Falcó es traje de buen paño, con olor a colonia cara y cuchilla de afeitar en el sombrero, que les recomiendo vestir tantas veces como su autor nos haga el favor de prestárnoslo.
Con permiso de la gran obra maestra de Pérez-Reverte, 'La reina del sur', el de Cartagena ha firmado la trilogía perfecta, la combinación y el equilibrio cartesiano entre literatura y entretenimiento. A mis 41 años, y siete novelas escritas después, sigo viendo a don Arturo en la distancia y la admiración absolutas.
Siguiendo el paso todo lo rápido que las piernas me alcanzan, y sin reducir la distancia. Pero sin querer que tropiece. Que eso sería muy español, muy del vecino del quinto, pero muy poco revertiano. Y con eso concluyo que igual hace falta en nuestras vidas, en nuestra sociedad, en nuestra política, un poco de esto y algo menos de aquello.
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