La república China cumple 70 años y reclama su lugar como superpotencia
Las primeras consecuencias negativas de la guerra comercial con Trump y la exigencia de más democracia enturbian la celebración de los 70 años de la República Popular China
Zigor Aldama
Domingo, 29 de septiembre 2019, 01:48
Lian Ruifeng nació en la época más tumultuosa de la China contemporánea. Vino al mundo en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando los japoneses ... todavía controlaban parte del territorio chino y en el resto ondeaba la bandera roja y azul con un sol blanco de la República que dirigía el partido del Kuomintang. Esa formación nacionalista se había aliado con un Partido Comunista en auge para expulsar a los invasores nipones, algo que lograron cuando Lian tenía 4 años. Desafortunadamente, la paz no duró. Ambos partidos reanudaron su guerra civil y, cuatro años después, Mao Zedong cantó victoria cuando el Kuomintang de Chiang Kai-Shek se batió en retirada y encontró refugio en Taiwán.
El 1 de octubre de 1949, Mao proclamó la República Popular China en Pekín, la ciudad que recuperó así la capitalidad que había ostentado Nanjing, y dio comienzo a las reformas agrarias que sustituyeron el régimen de los terratenientes por otro comunista. Lian tiene un borroso recuerdo de aquel día. «El pueblo entero estaba escuchando la radio y mis padres lo vivieron emocionados, pero yo no me enteraba de nada», cuenta la anciana con voz pausada y media sonrisa. Su familia se vio beneficiada. «Vivíamos de la agricultura en la localidad de Liyang –provincia oriental de Jiangsu– y, al principio, nuestra vida mejoró», recuerda.
Las desigualdades se redujeron drásticamente. Pero el nivel de vida se igualó por abajo. Y Lian alcanzó la mayoría de edad poco después de que Mao iniciase la época más negra de la Nueva China: el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural que le siguió. «No tengo muchos recuerdos alegres de mi infancia. Trabajábamos de sol a sol en una comuna y, con el tiempo, el entusiasmo de la Liberación se fue perdiendo. Poco a poco, fue sustituido por el miedo. Miedo a que te tacharan de contrarrevolucionario, miedo a que te enviasen lejos de casa. Incluso las relaciones sentimentales teníamos que llevarlas en secreto porque todo se controlaba», cuenta Lian durante una entrevista en su casa.
Su hijo, Zhang Minwei, escucha con atención. Él nació en 1965, un año antes del inicio de la Revolución Cultural, y rara vez habla de esa época con Lian. «Resulta demasiado doloroso. Preferimos centrarnos en lo bueno que sucedió después de la muerte de Mao», comenta. Él tuvo suerte de que su juventud coincidiese con el inicio de las reformas económicas que impulsó Deng Xiaoping, porque pudo ir a la universidad. Pero lo que realmente cambio la vida de esta familia fue la irrupción del 'socialismo con características chinas', un modelo híbrido en el que la empresa privada convive con gigantescas compañías públicas en una economía planificada, pero con un mercado libre.
La década dorada
«En 1988 decidí crear mi propia empresa y abrí un taller mecánico. El negocio fue bien y nos expandimos con varios establecimientos que regentaron mis cuatro hermanos. Fueron buenos años en los que nuestra calidad de vida mejoró mucho». Y también la del resto de los habitantes de China. A pesar de las turbulencias de Tiananmen, la década de 1990 fue dorada. «De repente, pudimos comprar cosas. La gente dejó de vestir igual, y comenzamos a comer carne de forma más asidua. Dejar de ser pobre es lo mejor que me ha pasado en la vida», ríe Zhang mientras enciende el enésimo cigarrillo de la sobremesa.
En 1993, Lian fue abuela por primera vez. Nació Zhang Miming, que asiste ausente a la conversación. La joven viste unos ceñidos pantalones vaqueros cortos, de esos en los que el bolsillo asoma por la pantorrilla, y tiene la mirada perdida en la pantalla de su 'smartphone'. Ella ha estudiado en Reino Unido gracias al gran esfuerzo económico que han hecho sus padres, y ahora trabaja en una empresa extranjera como asistente del gerente. Su sueldo multiplica por diez la pensión de Lian, pero no se muestra optimista.
«Hay una crisis y no sé si continuarán mejorando los salarios», comenta escueta. Su padre le da un codazo para que deje el móvil y hable un poco más. Lo único que logra es un bufido. «Las nuevas generaciones no han sufrido nunca y están demasiado mimadas. Sin espíritu de sacrificio, no sé qué van a hacer con el país», critica el padre. Ella hace un gesto de hastío y vuelve a fijar la mirada en el teléfono, con el que busca unas nuevas zapatillas. «Los viejos siempre creen que hay que sufrir para ser algo en la vida. No entiendo por qué», añade en inglés para que sus familiares no la entiendan.
El choque generacional es evidente. Miming reconoce que apenas habla con sus padres, y menos aún con su abuela, aunque fue ella quien cuidó de ella cuando era pequeña. «No nos entendemos, no tenemos de qué hablar. Es como si viniésemos de mundos diferentes», gruñe después, cuando decide explayarse por WeChat, el WhatsApp chino. Critica que sus padres quieran imponerle valores obsoletos. «Me están presionando para que encuentre pareja y me case. Si lo hago, sé que querrán que tenga un hijo al cabo de un año. Dicen que lo hacen por mi bien, pero lo que les preocupa es que alguien los cuide cuando se hagan mayores. Yo soy hija única y sé que voy a tener mucha presión por eso. Pero es que la sociedad ya no funciona como antes», sentencia. Ella quiere desarrollarse profesionalmente y ser una mujer independiente. El matrimonio y la maternidad, pilares de la China tradicional, pueden esperar.
La historia de esta familia, que representa la de muchos millones más, se puede contar también en cifras. En 1949, la esperanza de vida en China era de apenas 35 años, y la renta per cápita de sus 540 millones de habitantes no alcanzaba los 20 dólares al cambio. Ahora, los casi 1.400 millones de chinos viven más de 76 años –Lian es un buen ejemplo– e ingresan una media de 9.776 dólares. Es una cantidad que convierte al gigante asiático en lo que el Gobierno chino denomina 'una sociedad moderadamente próspera', que, si ningún sobresalto lo impide, el año que viene erradicará por completo la miseria. Si se tiene en cuenta que en 1990 el 66,2% de la población vivía con menos de dos dólares al día, la transformación es poco menos que milagrosa.
Su poder demográfico también ha convertido al país en la segunda potencia mundial, y en la única capaz de poner en apuros la hegemonía de Estados Unidos. Arrebató la medalla de bronce del producto interior bruto a Alemania en 2008, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Pekín, y se colgó la plata que lucía Japón en 2010, año en el que deslumbró con la Exposición Universal de Shanghái. Todo un logro para un país que, en 1950, aparecía en el puesto número 45 del ranking mundial y tenía una capacidad de generar riqueza cuatro veces menor que la de España. El año pasado, sin embargo, su PIB multiplicó por nueve el de nuestro país.
Cargas familiares
China es ya la principal potencia industrial y comercial del planeta, y su estilo de vida se acerca cada vez más al del mundo desarrollado. Miming es una aficionada al vino y al café del Starbucks, prefiere el tenedor y el cuchillo a los palillos, y consume productos culturales en inglés. El país ha pasado de ser predominantemente joven, rural, y analfabeto, con una agricultura que representaba el 25% de la riqueza, a contar con casi el 60% de su población en las ciudades, liderar los estudios de PISA sobre educación, y tener al sector servicios y al consumo interno como principales motores económicos.
Pero los problemas de China también se parecen cada vez más a los de Occidente. A pesar de que aún es el país más poblado del planeta –India lo superará pronto–, su fertilidad ha caído de forma muy acusada. En 1960, en plena política de expansión demográfica, las mujeres tenían una media de 5,7 hijos y la población crecía un 1,8% cada año. Ahora, la tasa ha caído por debajo de 1,5 hijos por mujer y la población aumenta a un ritmo del 0,5%. Como consecuencia, China ha envejecido considerablemente: 241 millones de personas, en torno al 17% del total, ya tienen más de 60 años.
La política del hijo único, que antes de ser eliminada ha creado más de cien millones de hijos únicos como Miming, provocará que, en el futuro, la carga económica de quienes ahora son jóvenes vaya a resultar monumental. «Tenemos que cuidar de nuestros padres y de nuestros abuelos, si viven. Con las pensiones que reciben, va a ser un lastre muy grande», avanza ella. Por si fuese poco, la ola del crecimiento de dos dígitos que llevó a su padre al éxito ya ha roto, y ahora la economía avanza al menor ritmo de los últimos treinta años. Esta ralentización en la mejora del bienestar de la población puede terminar restando legitimidad al Partido Comunista y provocar la crisis política que el país ha logrado esquivar, con más o menos fortuna, en los últimos 70 años. No obstante, de momento Miming lo tiene claro: «Paso de política».
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