Promesas
La Carrera ·
La plaga de filfas nos parecerá la Biblia si quien las lanza es de nuestra cuerda.José Ángel Marín
Lunes, 30 de enero 2023, 23:36
Mentir está de moda; hoy más que nunca. Es un clásico de fondo de armario que algunos han convertido en tendencia, un clásico que se ... lleva mucho en año electoral. Digo tendencia y me quedo corto pues en campaña es imposición si el candidato quiere 'tocar pelo'. (Vayan por delante mis disculpas al lector de piel fina por el empleo de la expresión, que –¡Dios me libre!– no utilizo en su vecindad venérea, sino en su acepción más artística, es decir, en versión oriunda de la tauromaquia, donde se utiliza para indicar que un encargo se ha realizado con éxito, y así cuando un torero realiza una faena destacable es premiado con el trofeo de las orejas y el rabo (dicho sea esto último también con perdón de la ley del 'solo sí es sí', que tantos beneficios está causando).
Pero antes de meternos en harina electoral –que es donde tienen lugar las más colosales trolas–, veamos qué sabemos sobre la acción de mentir, sobre esa manera reiterada de expresarse o conducirse de la que algunos hacen su oficio. Al hilo dice la RAE que mentir es manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, es inducir a error a sabiendas, fingir, aparentar, falsificar algo, faltar a la palabra o a lo prometido, quebrantar un pacto. Nos suena este verbo intransitivo, ¿verdad?
A lo que iba. Con honrosas excepciones en las que ahora mismo no caigo (ustedes me disculparán), si por algo se reconoce a un profesional de la política es por la maña que se da en colarnos trolas, por el uso de ciertas vaselinas –verbales o escénicas– para quedarse con el personal sin despeinarse, y obtener de ello un rédito electoral en su propio beneficio. Este hecho, constatable desde los sumerios, pivota sobre el fingimiento, utiliza el engaño o la apariencia para persuadir de algo a los destinatarios de la bola.
Es evidente que cuanto más degradada y rastrera resulta la acción política, más aumenta y se desarrolla el proceder farsante. Y así, en esa espiral falaz, poquito a poco, han convertido en torre de Babel el noble arte aristotélico de la política.
Ahora que se acercan urnas municipales, autonómicas y –luego– las generales, no es que el engaño sea solo una inercia, sino que se inaugura la veda del camelo. Y ya en el ajo nadie se espantará de oír tres embustes cada dos palabras mitineras. De modo que esta plaga de filfas nos parecerá la Biblia si quien las lanza es de nuestra cuerda. No sé de qué nos extrañamos ante yihadistas de machete en mano, si nosotros mismos somos fanáticos que creemos a pies juntillas lo que cuenta el trápala de turno.
No apelo a sinceridades franciscanas. ¿Quién en un apuro puntual no ha soltado una mentirijilla para eludir un castigo paterno, para evitar una multa, para no disgustar al suegro o por llegar tarde a la oficina? Una cosa es eso, y otra muy distinta ir por la vida destripando la verdad y hacer de la mentira profesión bien retribuida, sectaria y vitalicia.
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