Un mundo centrífugo
Puerta Real ·
Desde las trincheras, el mundo se cubre de autosatisfacción vanidosa: todos rehúyen la moderación y se sienten en la verdadmanuel montero
Viernes, 28 de febrero 2020, 02:02
Nuestra vida pública escapa hacia los extremos. Lo ha escenificado el Partido Popular. Resulta que el gobierno socialista-podemita da en radical por definición. En ... consecuencia, a la derecha le deja campo libre por el centro para explayarse y prosperar. Pues bien: el PP opta por lo contrario. Y lo hace de la forma más rara que imaginarse pueda. Pacta con Ciudadanos, lo que en principio le daría una pátina de centralidad, y sorprendentemente la primera consecuencia relevante de tal acuerdo es radicalizarse. Se carga a su candidato en el País Vasco, sólo unas semanas antes de las elecciones: pesa sobre el hombre la acusación de moderado. Remata la faena designando otro candidato que, al margen de sus virtudes, sienta plaza de radicalidad. Por si hubiera dudas, estrena la nueva etapa elogiando a Vox.
El paso incomprensible situará al PP en el terreno de la irrelevancia en el País Vasco, justo en el momento en el que le cabía remontar, habida cuenta de que el resto del arco político vasco está alineado con el Gobierno de Sánchez, por activa o por pasiva.
Sólo cabe entender el triple salto mortal sin trapecio y sin red desde el clima político en el que todo el mundo escapa de la moderación como del fuego. Se están liquidando las zonas neutrales, la tierra de nadie que antes era el espacio a conquistar y del que ahora todo quisqui huye como de la peste.
Por la parte de Sánchez, practican el radicalismo como su elemento constitutivo: radicaliza hacia la izquierda y hacia la derecha, por la parte de los nacionalismos esencialistas. Eleva a categoría gubernamental el conmigo o contra mí. O progresista en sintonía con el gobierno 'progresista' o derecha, ultraderechista, incluso fascista, si recelas de alguno de sus principios, sea la plurinacionalidad o la relación amorosa con los sediciosos.
La orilla de Pablo Casado tiene sus propias razones para radicalizarse, aparte de la miopía que le impide hacerse una visión cabal de qué piensa su potencial electorado, no sólo los militantes más bravíos. Está su temor a que Vox se quede con el santo y la limosna; sin un programa propiamente dicho, da palos de ciego para combatirlo. En segundo lugar, tiene un peculiar recuerdo de su historia. Parte de sus miembros idealizan la radicalidad de José María Aznar, asociándola con la época gloriosa de su mayoría absoluta. Olvidan que la mayoría absoluta la consiguió en el año 2000, tras la legislatura en que practicó el pacto y la moderación; y que se radicalizó después, desembocando en la pérdida de elecciones de 2004, no sólo provocada por los desastres del 11M.
Así, la derecha parece haber contraído la ambición de indignarse con el Gobierno, incrementando los decibelios del bullicio político. ¿Quiere salir del laberinto por el medio de gritar cuatro simplezas, repitiendo lemas tan pueriles como los de sus antagonistas?
Desde las trincheras, el mundo se cubre de autosatisfacción vanidosa: todos rehúyen la moderación y se sienten en la verdad. Manda el pensamiento simple.
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