Vivimos transformaciones profundísimas, sin darnos cuenta: cambiamos de paradigma. Es la principal actividad de nuestro gobierno. Eso se deduce de las declaraciones de la vicepresidenta ... Yolanda Díaz. Últimamente, todo lo que toca cambia el paradigma.
La reforma laboral «es un cambio de paradigma», asegura. No resulta fácil precisar el cambio sobre el paradigma de Rajoy, pero queda sugerido que es de altura. Prometieron la abolición, pues el mantra creado en la oposición era lema gubernamental. El estropicio no ha cuajado, pero la expresión «cambiar el paradigma» salva la cara: mantiene el aura rupturista. No suprimimos la reforma del PP, pero cambiamos el paradigma, tracatrá.
Ese cambio de paradigma se descompone en otros cambios de ídem. Los vericuetos mentales de nuestros gobernantes no son complicados, pero tienen su intríngulis, por reiterativos. Así, asegura la prócer que: Cambia el paradigma de la contratación. Cambia el paradigma de las relaciones laborales. Quiere «cambiar el paradigma de los usos del tiempo, de las jornadas en nuestro país» (en esta jerga «nuestro país» significa España, que debe sonarle cacofónico, pues lo rehúye).
Debe volver el optimismo a la ciudadanía, al descubrir que el nuestro no es un gobierno de chichinabo, pues cambia paradigmas y todo. Lo único: suena raro felicitarse por lograr el primer acuerdo entre sindicatos, patronal y gobierno en cuarenta años: es falso. Hubo acuerdo de este tipo en 1997 con Aznar y en 2006 con Zapatero. Hay más cambios paradigmáticos. Según dice: «Va a cambiar el paradigma de la vivienda de nuestro país».
Cambiará «el paradigma de la inspección de trabajo», aseveración que ha suscitado la protesta de los inspectores de trabajo, que se han sentido descalificados.
También, observa la vicepresidenta, la gestión de la pandemia ha traído «un cambio paradigmático» en la gestión de la crisis contraponiéndola a cómo se llevó en 2008 –pobre Zapatero: no cambió paradigmas ni nada–. Ya se verá, pero estamos aviados si el lío que tienen montado se convierte en el paradigma del futuro.
El descubrimiento del concepto «cambio de paradigma» constituye quizás el principal logro de nuestros gobernantes actuales. Les permite el autobombo y pasar por transformadores.
Al llegarle la ocurrencia, la vicepresidenta tendría la impresión de una revelación extraordinaria, como Newton cuando lo de la manzana, Charlton Heston con las tablas de la ley o el Capitán Trueno en la tierra de Thule.
En mayo todavía no había sobrevenido la revelación. Se aprobó la ley de Riders y la interpretación vicepresidencial, sin carecer de prosapia, fue más rudimentaria. Aseguró que la ley «va a cambiar el signo de los tiempos». No es lo mismo, aunque ya apuntaba alto.
Ojalá le ampliasen las competencias. Podría cambiar el paradigma de los éxitos deportivos y el de la lotería, que no nos toca nunca. O el paradigma por el cual los hombres comemos carne para demostrar nuestra masculinidad, según proclama su colega el ministro Garzón.
Angustia pensar en el pobre Sánchez comiendo (insuperables) chuletones al punto, en vez de cambiar de paradigma.
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