Este tiempo que se ensancha
Alfredo Ybarra
Martes, 18 de julio 2023, 22:21
En el año 1954 Albert Camus publicó una breve colección de ensayos, fuertemente influenciados por la última guerra, titulada El Verano. En ella, entre otras ... muchas cosas, escribía que en medio del odio, de las lágrimas, del caos, en medio del invierno descubrió que había, dentro de él, un verano invencible. Y eso le hacía feliz. Con esto quería decir que no importaba lo duro que el mundo empujaba contra él; en su interior había algo más fuerte, algo mejor, empujaba. Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby sentía la significativa percepción familiar de que la vida comenzaba de nuevo con el verano. Y aunque el verano de algún modo es una convención, estaremos de acuerdo en que de diferentes modos llama a alterar nuestro común orden. En verano parece que el tiempo se ensancha y que la vida nos ofrece nuevas y diferentes ocasiones para desordenarnos y excedernos de nuestros cánones.
El verano, el del cielo infinito, el del sabor a trigo seco, el del olor a nocturnos jazmines, el del sonido de las chicharras entre las sagradas certezas del olivo, el del tacto de encendido encaje; ese que nos turba y suspende con el vaivén de sus olas. Es una verde tregua en la que la historia se detiene, que dice Benedetti. Es sobre todo una época que se identifica con las infinitas posibilidades de la infancia y la juventud y su exaltación palmaria de la vida, con momentos, entonces eternos (y tan efímeros vistos desde nuestro ahora), donde los dioses nos cogían de la mano; cuando el tiempo era la única certeza… Luego, con los años lo que uno hace es buscar en la memoria de ese tiempo una rapsodia que nos envuelva en el sueño onírico que necesitamos para seguir el partido de la existencia.
Un tiempo el verano donde las heridas se sanan con la sal del mar y el roce del viento, con la comunión azul de los vencejos, con el aliento incendiado de rosas que se inflaman. Para comprender el mundo, para comprender nuestra rutinaria existencia, necesitamos momentos en los que tomar perspectiva, tomar distancia de nuestros hábitos. Este tiempo nuevo llega para, como pasa con los vulanicos, desplegar nuevas palabras en el aire y sembrar el cielo de otros alientos. Es esa frontera que se abre haciendo que nuestro mundo personal se enriquezca con otros mundos, que se ensanche nuestra vida con otras vidas. Así cada uno de nosotros necesitamos de alguna manera ser ese 'homo viator', en la esencia de su etimología, ese hombre caminante que necesita nuevos horizontes en un remedo de viaje iniciático, como una catarsis; la de la Odisea de Homero, la de Alonso Quijano cuando se lanza sobre los caminos de La Mancha bajo un feroz sol de verano. Seguramente la frase del escritor y artista japonés Yosa Buson, simboliza inmejorablemente la sensación que este tiempo nos produce al decir que es un placer atravesar el río en verano con las sandalias en la mano.
El escritor estadounidense William Sydney Porter, conocido como O. Henry, en El sueño de verano de un caballero, cuenta la historia de un hombre que tiene que sacrificar sus idílicas vacaciones para quedarse a trabajar en el insufrible calor de Nueva York. ¿Qué hará él? Sueña despierto con aquel verano perfecto en que conoció a la mujer de su vida. Y es que en definitiva el verano es un espejismo, una quimera, una alegoría de nuestras esperanzas, un sueño shakespeariano donde finge el tiempo que es eterno y habitamos tantos deseos que es difícil averiguar cuál es el más nuestro.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión