Historia
16.000 personas volvieron a la infancia, a la época en la que se permitían soñar con lo imposible, y vieron a su Granada grande
Las páginas de gloria que Diego Martínez está escribiendo en el Granada van pidiendo un nuevo tomo. Agarró al equipo en Segunda en medio ... de una crisis existencial y ahora, desde anoche, lo tiene en la zona tranquila de la Liga y en unas semifinales de la Copa del Rey medio siglo después. No hay más. Los matices quedan al margen cuando la realidad es tan aplastante, pero en este caso son jugosísimos. Diego Martínez convirtió un equipo en un ejército sin construir la lealtad en torno a él, sino en torno al escudo, que es de todos. Con ese afán compiten, los que juegan y los que miran si no les toca. Alma, ambición, pasión, coraje, entrega, superación. Los valores que hacen realidad los sueños.
Diego Martínez y su equipo tienen la receta. La Copa del Rey supo premiarlo. La motivación inquebrantable en plazas complicadas como las de Hospitalet, Tamaraceite, Badalona y Badajoz tuvieron por recompensa al vigente campeón del torneo en Los Cármenes. No importó que el agotamiento los lleve al límite en cada partido, incluido el pasado sábado contra el Espanyol. El Granada salió a comerse al Valencia con una intensidad revolucionada y en dos minutos Soldado se plantó dos veces en la frontal de Jaume Doménech. En la primera ocasión cedió a Carlos Fernández, luego frustrado. En la segunda no lo dudó. Apuntó al murciélago y aplastó los guantes de su portero. El '9', valenciano y exvalencianista, lo celebró revolcándose. Es posible que haya encontrado el equipo del que más esté disfrutando en toda su carrera. Un equipo que se parece a él.
Habían vuelto los héroes del 'rock and roll', invocados una vez más por Miguel Ríos en los prolegómenos, y querían devorar a su presa por la vía rápida, con un Yangel Herrera inmenso ganaba cada pugna que se cociese por el centro del campo. El equipo era un huracán al pasar del centro del campo y sobreexcitado, crecido ante la situación, se olvidó de cerrar sus grietas. El equipo entonces ya no soñaba; competía, peleaba y se imponía, y como el resultado le daba la razón quiso machacar a su rival. Un conjunto de Champions League que pronto supo cómo aprovechar las rendijas. Fue un primer tiempo de bendita locura, de vértigo, de ocasiones para uno y para otro como si aquello no fuese el KO.
Si Diego Martínez fuese futbolista se diría que convierte en oro todo lo que toca, pero como es entrenador habrá que decir que las ideas le salen a lingotes. Pareció dar un paso atrás retirando a Vadillo por Víctor Díaz pero a veces es dando un paso atrás como se dan dos hacia adelante. El Granada sufrió menos y siguió llegando. Con espíritu, con fe. Confiando en sí mismo aunque a Los Cármenes lo tomase el miedo, bloqueado hasta la recta final. Fue entonces cuando el granadinismo comprendió que sus muchachos seguían creyendo en la machada pese a los golpes de un equipo superior, que hizo creer en el estadio que tarde o temprano arrasaría pero no lo hizo. Los rojiblancos desataron la tormenta y entonces apareció el VAR para terminar de cubrir de gloria a Diego Martínez, uno de sus defensores más acérrimos hasta cuando le es esquivo.
Soldado lanzó en el descuento como sólo él sabe el penalti que tantos temerían tirar, que algunos ni pudieron mirar siquiera. Dos, tres minutos después, el estallido. Los saltos, los gritos, la euforia. Los abrazos, los besos. El fútbol, que es eso. Pasión, adrenalina. El miedo, la felicidad. 16.000 personas volvieron a la infancia, a la época en la que se permitían soñar con lo imposible, y vieron a su Granada grande. En unas semifinales. Qué páginas tan maravillosas. Y sigue.
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